Al llegar a casa, Mila ordenó que llamaran al médico. La angustia, la carcomía.
Aldo se recostó en la cama con una sonrisa tierna.
—Estoy bien, mi amor. No te preocupes.
Alzó la mano y Mila la tomó. Sus ojos seguían llorosos cuando el doctor llegó.
Después de revisarlo, el médico limpió la herida y le recetó antibióticos.
—El señor Coleman está bien, pero debe cuidar la herida para evitar infecciones.
Mila asintió con determinación.
—Lo cuidaré.
El médico se fue y Aldo, adormecido por los medicamentos, se quedó dormido.
Mila se sentó a su lado y lo observó. Se veía fuerte y atractivo, pero ahora, vulnerable en la cama, sintió que, si lo perdía, el dolor sería insoportable.
—¿Tanto me amas, Aldo? —susurró, tomando su mano.
No obtuvo respuesta. Pero no la necesitaba.
Lo sentía en cada mirada, cada caricia, cada beso.
Lanzó un suspiro. Solo quería que él estuviera bien.
***
En la ciudad
Paz y Mia estaban en una cafetería conversando.
—¿Cómo estás, mi amor? Dime la verdad. —Paz la miró con