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CAPÍTULO 3: NO QUIERO CASARME CONTIGO

Alina

¿Qué acaba de pasar?

Estoy temblando, mi mente no puede procesar todo lo que acabo de escuchar. ¿Cómo es que, de un momento a otro, mi padre me ha regalado al gran rey Alfa Lucian?

Esto no está pasando, es una pesadilla.

El lobo al que él acaba de llamar Sorin se acerca a mí y me toma de los hombros para empujarme hacia otra habitación de la mansión. Los demás lobos solo se quedan como espectadores, mirando cómo me llevan hacia lo que probablemente, será mi perdición.

Lloro sin darme cuenta, no quiero irme con el rey, yo lo que quiero es huir de este lugar, no terminar siendo la esclava de un hombre lobo tan soberbio y despiadado que se niega a mostrar su forma humana solo para mantenernos aterrorizados.

Sorin cierra la puerta tras nosotros, ahora estamos en un pasillo oscuro, solo iluminado por la tenue luz de la luna creciente que está en el cielo. Las nubes pasan sobre ella y la ocultan, dejando una penumbra que me hiela la sangre.

Me conduce en silencio hasta otra habitación, donde enciende una lámpara de aceite.

—Quítate la ropa —ordena.

—¿Qué? —pregunto con un hilo de voz.

—Debes cambiarte, no puedes ir al palacio con esos harapos.

Niego con la cabeza lentamente, pero luego esa negación se convierte en una expresión desesperada. Doy un par de pasos hacia atrás, chocando con una mesa de noche que está ahí.

—No. No lo haré, él no puede venderme como si yo fuera un objeto.

El viejo Sorin se ríe con suavidad, en sus ojos denoto el sentimiento de lástima con que me mira.

—El rey no te ha comprado, te escogió. Deberías sentirte afortunada.

—¿Afortunada? ¿Por qué?

—Te ha elegido para ser su esposa. Finalmente, el rey tendrá una loba a su lado que lo acompañe. No te preocupes, tus funciones se te explicarán después. Por ahora, ponte este vestido que es más decente. Partiremos en unos minutos.

¿Esposa? Ni siquiera tengo palabras para hablar. Eso no puede ser posible, ¿cómo es que el rey, de todas las lobas de esta tierra, me va a escoger a mí? Tiene que haber una equivocación.

—Señor, tiene que estar confundido, yo no puedo ser la esposa del rey.

—Por supuesto que puedes, y lo serás si él así lo decide.

—Pero yo solo soy una omega, no valgo nada, además hay algo más que debería saber sobre mí… yo…

—No importa, muchacha. De todos modos, si no eres la indicada, te descartará.

¿Descartarme? ¿Cómo si no valiera nada?

Agacho la mirada y no le contesto al viejo lobo. La verdad es que sé muy bien lo que valgo, y definitivamente, no entro en la categoría de “esposa del rey”. Mi padre probablemente le ha mentido sobre mi condición, y cuando Lucian se entere de que no me puedo convertir, me desechará.

Suspiro con pesadez y acepto el vestido que me entrega; de todos modos, sé que esa boda no se concretará.

—La dejaré sola para que pueda cambiarse.

El hombre sale, no sin antes hacerme una reverencia. Es la primera vez en mi vida que alguien me hace una reverencia. Se siente extraño, como si de pronto la sola idea de ser la prometida del rey me hace digna de respeto.

La sensación es agradable, no voy a negarlo. Me miro en el espejo y rápidamente me cambio el vestuario. Ahora llevo un delicado vestido de seda color hueso con azul marino. Esta también es la primera vez que me pongo algo tan elegante y costoso.

Incluso mi rostro se ve diferente con esta ropa, parezco una chica normal. Sonrío sin darme cuenta, hasta que tocan a la puerta. Es Sorin de nuevo.

—Ya está todo listo para partir. La fiesta ha terminado.

—¿Nos iremos de una vez?

—Sí, el Alfa tiene algo de prisa por llegar a Dunwic.

Luego de pronunciar esas palabras, el cielo se nubla aun más, y a la distancia se escuchan los truenos que traerán una tormenta.

Sorin me da la mano y me conduce hasta afuera, donde, por alguna estúpida razón de mi parte, espero ver a mi padre, aunque sea para despedirse, pero evidentemente no está ahí.

Me vendió al rey Alfa, y no lo hizo precisamente porque desease lo mejor para mí. Esto es un castigo por desafiarlo, es un castigo por haber nacido.

Nunca en toda mi vida he tenido ni una sola muestra de cariño de su parte, desde que tengo memoria, la única que me quería y me trataba bien, era mi madre, pero ella murió cuando yo era una niña. Después de eso, mi vida se convirtió en un completo infierno.

Sorin me trae un carruaje y con una seña me invita a entrar. Paso saliva, pensando que el rey está allí dentro, pero me encuentro con la sorpresa de que no es así.

—¿No irá el rey aquí? —pregunto.

—No, irás sola en este carruaje.

Por su silencio, me queda claro que no recibiré más explicaciones. Subo al carruaje y este arranca en unos pocos minutos. Miro hacia afuera a medida que el bosque se convierte en una mancha negra y borrosa. Un suspiro escapa de mis labios, no sé qué me deparará el futuro en el castillo, pero al menos una parte de mí se siente aliviada de al fin haberme alejado de la manada Kindred.

A la media hora de camino, la lluvia comienza a caer sobre nosotros. Dentro del carruaje se siente como si hubiese una guerra de proporciones bíblicas, pues el sonido que hacen las pequeñas y veloces gotas impactando contra el techo es atronador.

Lentamente me quedo dormida, mecida por el movimiento de los caballos y la intensa lluvia. Cuando vuelvo a abrir los ojos, el sol ya ha salido y por la ventana puedo darme cuenta de que ya no estamos en Grimstan.

El gran reino de Dunwic se alza hermoso y majestuoso ante mis ojos. Lo que más resalta es el gran castillo del rey, de piedra completamente negra, y tan alto como una montaña, no hay ninguna manada que sea capaz de penetrar esa fortaleza.

La comarca que se encuentra antes de llegar al castillo está llena de casas, quioscos y negocios donde los hombres y las mujeres lobo hacen su vida con normalidad. Todos ellos son parte de la gran manada.

Así se les llama a los pobladores de nuestro reino, pues, a pesar de que nos dividimos en manadas más pequeñas, al final todos somos un solo pueblo, gobernado por un único Alfa, el rey Lucian.

También hay otras razas, lejos de aquí, existen criaturas que se nos cuentan como monstruos de pesadilla: vampiros, humanos, brujas y en lo más alejado del reino, cuando llegas al mar, te puedes encontrar con el dominio de las sirenas.

Sin embargo, todas le deben obediencia al gran rey Lucian, excepto las sirenas. Ellas fueron las únicas que quedaron excluidas en la gran guerra por la dominación, que sucedió hace mil años atrás.

Una amplia parte del bosque sirve como barrera para cualquier curioso que desee entrar al castillo. El carruaje finalmente cruza esa parte y entonces ingresamos de forma oficial a los dominios de Lucian.

Sorin me abre la puerta cuando llegamos y él mismo me escolta hasta dentro. Me lleva hasta un enorme salón donde hay un comedor larguísimo y lleno de sillas a su alrededor.

—Espera aquí, el rey vendrá contigo en un momento.

Me deja sola, así que aprovecho para curiosear. El castillo es inmenso, pero tiene un aspecto lúgubre y aterrador. Hay grandes cortinas oscuras que impiden el paso de la luz. Solo las antorchas permiten ver el interior del lugar.

No pasan ni diez minutos, cuando de pronto la puerta del lado opuesto a donde me encuentro se abre de improvisto.

La luz tenue no me permite verlo bien, pero no hace falta, yo sé que es él.

El Alfa Lucian camina hacia mi con su gran aspecto imponente. No sé si bajar la mirada o quedarme viéndolo fijamente a los ojos. Mi cuerpo se paraliza, ¿en qué momento pude pensar que esto era mejor que mi vida en la manada de mi padre?

—Bienvenida a mi castillo, Alina Kindred —dice con una voz gutural.

—Gracias, rey Alfa —respondo en un susurro. Carraspeo la garganta intentando que mi voz salga normal.

—Le diré a Sorin que te ponga cómoda en lo que te alistas para la boda. Nos casaremos esta misma noche.

—¿Qué? No, Alfa, hay una gran confusión aquí, yo no puedo…

—¡¿Acaso estás desafiándome?! ¿Me estás diciendo que no? —cuestiona obligándome a retroceder.

El instinto me dice que agache la cabeza, que me apresure a responder que haré todo lo que me pida, pero me niego a seguir siendo la omega a la que todos manipulan y hacen de ella lo que quieran. De todos modos, si el rey acaba con mi sufrimiento de una vez, será mucho mejor.

—¡No quiero casarme contigo! —espeto.

El Alfa ruge y eso sí que me hace agachar la cabeza. Es un monstruo, tal y como todos lo han etiquetado. Pero no voy a ser su siguiente juguete.

—No me importa lo que quieras, serás mi esposa, ¡por las buenas o por las malas!

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