Rosalía volvió a sus sentidos alejándose de Pablo, estaba a punto de caminar lejos, cuando él volvió a tomarla de la mano deteniéndola. “Rosalía…” Era una súplica, no quería verla aquí, no quería que otro hombre la tocara”. Ella lo miró detenidamente. “Suéltame Pablo”. “Te quiero tener”. El volvió a susurrarle cerca de sus labios mientras sostenía sus muñecas. Rosalía se burló. “¿Quieres tenerme? ¿Solo quieres sexo? Ve con tu bella esposa, esa que juega a la casita y te espera feliz, ve y métesela cuantas veces quieras a mi déjame en paz”. Ella se zafo alejándose, Pablo desesperado se recargo en la pared cubriéndose la cara, se giró golpeando la pared violentamente. Melina buscaba a su jefa entre la gente, de repente la vio caminar hasta ella y suspiró tranquila. Rosalía llegó tomando ambas bebidas rápidamente, necesitaba algo con que enfriarse. Melina notó la molestia de su jefa. “¿Qué pasó? ¿Le hizo algo el hombre con el que estaba?”. Rosalía negó. “Solo era el estúpido
Antes del amanecer, Rosalía abrió los ojos, mirando algo de oscuridad de la noche todavía, se levantó buscando su ropa, el hombre estaba dormido de lado en la cama, podía ver su espalda baja, se acercó mirando una cicatriz ahí, la acarició con la yema de sus dedos e hizo que él se estremeciera, ella se alejó, antes de que se despertara tenía que salir de ahí, había sido una noche increíble, pero solo era eso, una noche, nunca más se verían y menos si él solo estaba de paso. No encontró por ningún sitio su tanga, la busco por todas partes, estaba agachada debajo de la cama y nada, resopló recordando lo que pasó y en qué momento la perdió, se levantó mirando de reojo al hombre, no podía quedarse más tiempo, tomó su bolso y salió de la habitación con sus tacones en la mano, pidió un taxi en la entrada del hotel y regreso a su departamento. Al día siguiente… Ya instalada en la oficina, revisaba algunos pendientes, esta vez estaba sola, Pablo se quedaría a ayudar a Melinda por unos días
Rosalía apretó su mano. “Mi abogado tiene todas las pruebas, puedes usarlas para demandar y quitarle todo… “Rosalía le echó más leña al fuego. “¿Sabías que tiene tres departamentos de lujo en el centro?”. La mujer negó. Rosalía lo confirmó. “Están a su nombre, en dos viven sus amantes y en el otro se ve con mujeres… si le pides a tu padre o a mi abogado que te defienda puedes dejarlo en la calle…” Rosalía tocó su vientre amablemente. “Lo único que te debe importar ahora es tu pequeño y su futuro… hombres ahí miles y ya encontraras alguno mucho mejor que Álvaro”. La mujer no decía nada, escuchaba con atención, respiro profundo y le dijo a Rosalía. “Está bien, iré a hablar con mi padre sobre esto”. Rosalía sonrió feliz por el cambio de la mujer. “¡Excelente!, tu papá es uno de los mejores en esta ciudad”. Rosalía lo pensó por un momento. “Oye porque tú no te encargas del despacho, eres inteligente y tienes tus estudios, eres perfecta para manejar todo”. La mujer levantó su rost
Al día siguiente Rosalía fue a visitar al señor que salvó, estaba nerviosa, camino detrás del hombre de ayer por el pasillo del hospital. El hombre abrió una puerta para que ella entrara, avanzó lentamente hacia la cama, donde el señor estaba recostado con una mascarilla de oxígeno en la boca, al verla la bajo sonriéndole. “Ven aquí”. El hombre, aunque era viejo intimidaba con su voz, ella obedeció. “¿Cómo está?”. El señor tomó levantó su mano acariciando su mejilla, ella se sintió extraña y quiso alejarse, pero la tomó por la nuca. “No te vayas”. Ella no podía moverse, se quedó muda mirando al hombre, sus lágrimas querían caer, pero aguantó. “Déjeme por favor”. El hombre aflojó el agarre y la tomó de la mano sin soltarla, sus dedos estaban arrugados y llenos de pecas. Ella no hizo ningún movimiento, se quedó ahí de pie por un rato hasta que el hombre se durmió. Rosalía salió de la habitación y el hombre la esperaba. Tome, mi jefe dijo que le entregara esto, si usted necesita m
El chico y Rosalía empezaron a discutir hasta que Arquímedes los corrió a ambos, Rosalía fue a su habitación llamándole a Pablo, contándole lo que había pasado. “¡Estoy harta Pablo! Ese niño me saca de quicio”. Pablo la escuchaba mientras fumaba en la ventana, Rosalía le había comprado un departamento muy lujoso, dejaron atrás las rentas y las necesidades, ahora no se morían de hambre. “Tranquila, ese niño no puede hacerte nada”. Rosalía se limpiaba las lágrimas, ella comentó. “Sería mejor, si no existiera…” El teléfono se quedó en silencio, Pablo miró a la calle pensando en las palabras de Rosalía. “Descansa, te veré en dos días”. Rosalía cortó la llamada y se quedó mirando la pantalla, se escuchó la puerta, Arquímedes entró quitándose la camisa, Rosalía se levantó para ayudarlo con una sonrisa. “Estás cansado”. El hombre asintió. “Me daré un baño y quiero que estés lista para mí”. Ella se estremeció. “Ok”. Camino a la mesita de noche. “No olvides tu medicamento”. Rosalía
Al día siguiente estaban todos en el funeral, el cuerpo del chico sería sepultado, Rosalía estaba de pie abrazando a su esposo quien estaba destrozado, ella lo consolaba, aunque la diferencia de edades era notoria, la gente pensaba que eran una pareja muy enamorada y feliz. Arquímedes se tensó y su quejido se escuchó, él se apretó el pecho, no podía hablar. Rosalía estaba asustada. “¿Pasa algo cariño?”. El hombre jadeaba sin poder respirar, Rosalía solo lo vio retorcerse. La gente empezó a asustarse mirando al señor, un hombre se acercó a auxiliarlo mientras Rosalía lloraba frente a la gente por su esposo. El hombre revisó sus signos vitales. “Llamen a una ambulancia rápido”. Todos se quedaron estupefactos, Rosalía lloraba a mares, Jaime la ayudó a caminar al auto mientras la ambulancia llevaba al hombre, Pablo desde lejos observaba todo en silencio. Al subir al auto, Jaime condujo al hospital, ya lejos de ahí, Rosalía se limpió la cara y sacó su pequeño espejo del bolsill
Pasaron algunas semanas, Rosalía seguía trabajando en la empresa, había muchos pendientes ahora que se estaban acostumbrando a la carga de pedidos, Pablo también hacía lo que le tocaba, pero en ocasiones desaparecía, Rosalía estaba furiosa. “Melina ¿Dónde está Pablo?”. Melina trago grueso. “No lo sé señorita Rinaldi… él solo dijo que volvía por la tarde”. Rosalía resopló y siguió revisando las costuras de las telas en las mesas de las trabajadoras, Estaba molesta, Abel le llamaba en ocasiones, pero seguía en el extranjero, su plan no podía seguir si él estaba lejos, ya había pasado mucho tiempo. Y Pablo viajaba mucho y se desaparecía, no podían tener una conversación tranquila sin que empezaran a pelear. La siguiente semana había un evento muy importante, Abel regresaba, la llamó para invitarla como acompañante ella tenia que estar vestida como una reina, diseño un vestido muy sensual en color negro y sus costureras lo crearon para esa noche especial estaba decidida a ganarse a
Después de unos minutos empezó a reírse la gente que pasaba por ahí la miraba de forma extraña, cuando se cansó de reír, se limpió las lágrimas que cayeron sin sentirlas, estaba en trance, todo volvió a quedarse en silencio. “Regresemos a la gran fiesta de Pablo”. La fiesta terminó y Rosalía salió con Abel después de despedirlos, Pablo solo se quedó de pie mirando cómo se iba mientras Dora no lo dejaba de abrazar mientras hablaba con unas amigas de su luna de miel, esa misma noche partirían. Abel llevó a Rosalía a un hotel, Rosalía sabía lo que pasaría y no se negó. Al entrar ella misma se desvistió y aventó a Abel en la cama subiendo en él besándolo agresivamente, estaba furiosa quería sacar todo ese enojo y sufrimiento acostándose con el hombre. El hombre tembló por la efusividad de la mujer, era hermosa y no se negaría a una noche con ella, la deseaba desde que la conoció. Más tarde Abel estaba dormido en la cama desnudo y ella sentada en el alféizar de la ventana con una pequ