Rosalía apretó su mano. “Mi abogado tiene todas las pruebas, puedes usarlas para demandar y quitarle todo… “Rosalía le echó más leña al fuego. “¿Sabías que tiene tres departamentos de lujo en el centro?”. La mujer negó. Rosalía lo confirmó. “Están a su nombre, en dos viven sus amantes y en el otro se ve con mujeres… si le pides a tu padre o a mi abogado que te defienda puedes dejarlo en la calle…” Rosalía tocó su vientre amablemente. “Lo único que te debe importar ahora es tu pequeño y su futuro… hombres ahí miles y ya encontraras alguno mucho mejor que Álvaro”. La mujer no decía nada, escuchaba con atención, respiro profundo y le dijo a Rosalía. “Está bien, iré a hablar con mi padre sobre esto”. Rosalía sonrió feliz por el cambio de la mujer. “¡Excelente!, tu papá es uno de los mejores en esta ciudad”. Rosalía lo pensó por un momento. “Oye porque tú no te encargas del despacho, eres inteligente y tienes tus estudios, eres perfecta para manejar todo”. La mujer levantó su rost
Al día siguiente Rosalía fue a visitar al señor que salvó, estaba nerviosa, camino detrás del hombre de ayer por el pasillo del hospital. El hombre abrió una puerta para que ella entrara, avanzó lentamente hacia la cama, donde el señor estaba recostado con una mascarilla de oxígeno en la boca, al verla la bajo sonriéndole. “Ven aquí”. El hombre, aunque era viejo intimidaba con su voz, ella obedeció. “¿Cómo está?”. El señor tomó levantó su mano acariciando su mejilla, ella se sintió extraña y quiso alejarse, pero la tomó por la nuca. “No te vayas”. Ella no podía moverse, se quedó muda mirando al hombre, sus lágrimas querían caer, pero aguantó. “Déjeme por favor”. El hombre aflojó el agarre y la tomó de la mano sin soltarla, sus dedos estaban arrugados y llenos de pecas. Ella no hizo ningún movimiento, se quedó ahí de pie por un rato hasta que el hombre se durmió. Rosalía salió de la habitación y el hombre la esperaba. Tome, mi jefe dijo que le entregara esto, si usted necesita m
El chico y Rosalía empezaron a discutir hasta que Arquímedes los corrió a ambos, Rosalía fue a su habitación llamándole a Pablo, contándole lo que había pasado. “¡Estoy harta Pablo! Ese niño me saca de quicio”. Pablo la escuchaba mientras fumaba en la ventana, Rosalía le había comprado un departamento muy lujoso, dejaron atrás las rentas y las necesidades, ahora no se morían de hambre. “Tranquila, ese niño no puede hacerte nada”. Rosalía se limpiaba las lágrimas, ella comentó. “Sería mejor, si no existiera…” El teléfono se quedó en silencio, Pablo miró a la calle pensando en las palabras de Rosalía. “Descansa, te veré en dos días”. Rosalía cortó la llamada y se quedó mirando la pantalla, se escuchó la puerta, Arquímedes entró quitándose la camisa, Rosalía se levantó para ayudarlo con una sonrisa. “Estás cansado”. El hombre asintió. “Me daré un baño y quiero que estés lista para mí”. Ella se estremeció. “Ok”. Camino a la mesita de noche. “No olvides tu medicamento”. Rosalía
Al día siguiente estaban todos en el funeral, el cuerpo del chico sería sepultado, Rosalía estaba de pie abrazando a su esposo quien estaba destrozado, ella lo consolaba, aunque la diferencia de edades era notoria, la gente pensaba que eran una pareja muy enamorada y feliz. Arquímedes se tensó y su quejido se escuchó, él se apretó el pecho, no podía hablar. Rosalía estaba asustada. “¿Pasa algo cariño?”. El hombre jadeaba sin poder respirar, Rosalía solo lo vio retorcerse. La gente empezó a asustarse mirando al señor, un hombre se acercó a auxiliarlo mientras Rosalía lloraba frente a la gente por su esposo. El hombre revisó sus signos vitales. “Llamen a una ambulancia rápido”. Todos se quedaron estupefactos, Rosalía lloraba a mares, Jaime la ayudó a caminar al auto mientras la ambulancia llevaba al hombre, Pablo desde lejos observaba todo en silencio. Al subir al auto, Jaime condujo al hospital, ya lejos de ahí, Rosalía se limpió la cara y sacó su pequeño espejo del bolsill
Pasaron algunas semanas, Rosalía seguía trabajando en la empresa, había muchos pendientes ahora que se estaban acostumbrando a la carga de pedidos, Pablo también hacía lo que le tocaba, pero en ocasiones desaparecía, Rosalía estaba furiosa. “Melina ¿Dónde está Pablo?”. Melina trago grueso. “No lo sé señorita Rinaldi… él solo dijo que volvía por la tarde”. Rosalía resopló y siguió revisando las costuras de las telas en las mesas de las trabajadoras, Estaba molesta, Abel le llamaba en ocasiones, pero seguía en el extranjero, su plan no podía seguir si él estaba lejos, ya había pasado mucho tiempo. Y Pablo viajaba mucho y se desaparecía, no podían tener una conversación tranquila sin que empezaran a pelear. La siguiente semana había un evento muy importante, Abel regresaba, la llamó para invitarla como acompañante ella tenia que estar vestida como una reina, diseño un vestido muy sensual en color negro y sus costureras lo crearon para esa noche especial estaba decidida a ganarse a
Después de unos minutos empezó a reírse la gente que pasaba por ahí la miraba de forma extraña, cuando se cansó de reír, se limpió las lágrimas que cayeron sin sentirlas, estaba en trance, todo volvió a quedarse en silencio. “Regresemos a la gran fiesta de Pablo”. La fiesta terminó y Rosalía salió con Abel después de despedirlos, Pablo solo se quedó de pie mirando cómo se iba mientras Dora no lo dejaba de abrazar mientras hablaba con unas amigas de su luna de miel, esa misma noche partirían. Abel llevó a Rosalía a un hotel, Rosalía sabía lo que pasaría y no se negó. Al entrar ella misma se desvistió y aventó a Abel en la cama subiendo en él besándolo agresivamente, estaba furiosa quería sacar todo ese enojo y sufrimiento acostándose con el hombre. El hombre tembló por la efusividad de la mujer, era hermosa y no se negaría a una noche con ella, la deseaba desde que la conoció. Más tarde Abel estaba dormido en la cama desnudo y ella sentada en el alféizar de la ventana con una pequ
En el Hotel… El hombre que había estado con Rosalía por la noche terminaba de darse un baño, al salir, notó a un chico en el sillón jugando con su teléfono, al ver al hombre salir de la ducha se quejó. “Tardaste mucho”. Dejó el teléfono de lado mirando al hombre que caminó por la habitación con solo una toalla cubriendo su parte baja. El chico le dio las últimas noticias. “Mamá está molesta porque no llegaste a quedarte en casa, lloraba desconsolada porque su hijo Leonel no la quería y siguió llorando por sus otros hijos…” El hombre llamado Leonel sonrió mientras se secaba el cabello. “¿Cómo sigue su enfermedad?”. El chico negó. “El Alzheimer se agrava poco a poco, papá no quiere enviarla al sanatorio, le duele alejarse de ella y sigue cuidándola, aunque a veces no lo reconozca”. “¿Cuánto tiempo piensas quedarte?”. Preguntó el chico mirando la maleta sin desempacar. Leonel le dijo. “Un par de semanas, necesito revisar algunas cosas aquí”. El chico se levantó al ver que s
Rosalía le comentó con mucha tranquilidad. “Sabes… Si mueres nadie llorará por ti… hablarán de la chica que se lanzó de la azotea de un edificio por algunas semanas, después nadie recordará el incidente, ese hombre que te lastimó se saldrá con la suya y tu madre estará feliz de deshacerse de ti… ¿Eso quieres?”. La chica se quedó callada y pensativa. “No tengo nada ni a nadie”. Rosalía la contradijo. “Me tienes a mi…” La chica giro su rostro analizando a la mujer. Rosalía le explicó. “Me gusta la gente que toca fondo, esas personas son las más leales si los ayudas…” Rosalía se levantó y se bajó de la orilla recogiendo sus tacones. “Habitación 201, si cambias de opinión, estoy dispuesta a ayudarte, la única condición es que seas fiel a mí el resto de tu vida”. Ella caminó a la puerta saliendo de la azotea contoneando su trasero. La chica pensativa miraba a Rosalía salir del lugar después giró y miraba el vacío, era muy alto, trago grueso y se agacho aferrándose al suelo, llor