Bienvenidos a un nuevo capítulo de Resurrección: El origen de Malena. Los sucesos extraños ya comienzan a emerger con más fuerza 🂮 El destino de nuestros protagonistas pronto será marcado... ¡Espero discuten la historia!
Los tres esclavos que ayudaban a Rodolfo se echaron hacia atrás, atemorizados y persignándose por no entender cómo, sin motivo aparente, se le abría la piel. Yo también quedé petrificada. Por otro lado, Rodolfo no se alejaba de su hijo, permanecía firme. —¡No se queden ahí parados, ayúdenme! —les ordenó a los criados, ellos dudaban en obedecer hasta que uno de ellos se fue acercando; sin embargo, retrocedió cuando Adrián emitió otro grito. No sé si era mi imaginación, pero cada vez que lo hacía la tormenta se mostraba más inclemente; me libré de mi inmovilidad y entré en la escena. Rodolfo, al mirarme, se alteró y me gritó: —¿Qué haces aquí, Estefanía? ¡Te ordeno que entres a la casa, este no es lugar para una señorita! —Lo siento, pero no pienso marcharme. Me quedaré hasta verificar que Adrián está bien… Nuestras voces eran gritos, la tormenta se hacía más potente; cuando creí que más feo no podía llover; la naturaleza me dejaba muy en claro que su poder no tenía límites.
Al entrar, él percibió mi presencia y sin aviso, soltó de una vez la pregunta que ya muchos en la casa me habían hecho. —Estefanía voy a hacer directo contigo, quiero hacerte una pregunta y deseo que seas sincera conmigo. —Pregunté, señor Álamos —traté de ser firmé. —¿Te estás enamorando de mi hijo? —La pregunta me dejó sin habla, Rodolfo fue demasiado directo. Él, al notar que yo no respondía, giró a verme. —Tu silencio da lugar a muchas interpretaciones —agregó luego de unos segundos, al advertir que me mantenía callada. —Discúlpeme, señor; es que fue muy directo… por favor comprenda mi pudor. —Entonces me disculpo y a la vez entiéndeme, pero la escena que presencié hace poco en el jardín me ha dejado muy preocupado. —¿Tan alarmante fue mi actuación? Únicamente bajé a ayudar —me defendí torpemente. —Sabes que tu actitud no solamente fue por ayuda. Tu ímpetu, muchacha, y lo que gritaba tu mirada me decían otra cosa —nuevamente quedé callada. Sentí tembl
Al escuchar la historia de Rodolfo, pude ver como aquel hombre que parecía ser esa clase de persona imposible de doblegar, me dejaba ver que necesitaba desahogarse, no obstante, lo extraño fue que lo hacía conmigo, alguien que ni siquiera era su familia, alguien a la que hacía momentos la bajó de su nube de cristal. —¿Mi madrina sabe algo al respecto? —No, muchacha, no quisimos contarle para no preocuparla; ella estaba enfocada en ti y realmente mi madre necesita tranquilidad. —Debieron contarle, Adrián es su nieto, tiene todo el derecho de saberlo. —Lo sé, sin embargo, de todas formas, ya no vale la pena decírselo, no quiero mortificarla. Mi madre ya es una mujer mayor, pero quiero pedirte que no te preocupes por mi hijo. Adrián sufre de una especie de sonambulismo; es decir, camina dormido, no todo el tiempo, como ya te expliqué… y a eso agrégale que estaba muy tomado —continuó diciéndome su teoría, aun así, había algo que no me convencía, Adrián tenía sus ojos abiertos parecía m
—¿Qué sucede Estefanía? Te siento acelerada —expresó. En el momento no le contesté y decidí sacarla casi a jalones de la cocina. Realmente necesitaba hablar con alguien. —Espérate a que nos alejemos de la casa grande y te cuento —murmuré. Joaquina permaneció en silencio. La llevé al invernadero, era el sitio donde más protegida me sentía. —Ahora sí, cuéntame qué te sucede, tengo mucho que hacer —declaró abriendo sus grandes ojos negros más de la cuenta. —Joaquina, sabes que eres la única amiga que tengo y a la que puedo contarle todo. —Claro que sí, pero ¿qué pasa mujer? ¡Me estás asustando! —Joaquina, que mal me siento —me quebré frente a ella. Mi amiga me abrazó. —¿Qué te pasa, por qué lloras de esta manera? —Es Adrián —le respondí con dificultad. —¿Qué le pasó, acaso el joven se puso peor? Se soltó y se tapó la boca. —¡No, ni Dios lo quiera! —Yo pensé, según como estaba anoche: lo llevaban a rastra, escaleras arriba, parecía medio muerto en su cama cuando me mandaron por a
Mi madrina se había levantado con una terrible jaqueca. Rosa le hizo un consomé, aunque, a decir verdad, se los hizo a todos en la casa. La resaca del día anterior dejó a más de uno destrozado, como deseé que ese hubiera sido el caso de mi malestar y no aquella verdad que continuaba martillando en mi cabeza. —Permíteme, Rosa, yo misma se lo subiré a mi madrina —me ofrecí. —Gracias, hija —me entregó la bandeja y sonrío. Fui directo hacia su habitación; al abrir la puerta pude ver que mi madrina ya estaba vestida y sentada en su sofá. Al sentirme sonrió, pero en su semblante se le advertía muy marcada la resaca de la noche anterior. —¡Qué bueno contemplarte, muchacha! Acércate y dame un beso —declaró extendiéndome los brazos. Yo deposité la bandeja en la mesita del cuarto y fui rápidamente a acurrucarme en sus brazos maternales; realmente lo necesitaba. No pude evitar reprimir el llanto, ella al notarlo me tomó del rostro y elevó mi cara para comprobar sus sospechas. —¿Qué te pasa, E
Sus ojos se posaron en mí y no disimuló, Rodolfo lo notó y desvío la atención de su hijo preguntándole por su estado.—Me siento magnífico; es más, me aventuraría a declarar que renovado —le contestó.—¡Vaya, eso es bueno escucharlo! —mencionó mi madrina llevándose la copa de vino a los labios —. Con lo que me contaron, yo juraba que hoy no te levantarías de la cama —agregó. En ese momento no pude evitar recordar la escena de aquella madrugada, de cómo lo vi arrodillado, gritando y atormentado; sinceramente, si no lo hubiese visto, no lo hubiera creído. El Adrián, que tenía al frente parecía diferente, podría jurar que hasta más vigoroso. Desvíe mis ojos hacia su muñeca, bajo el manto de aquella tempestad advertí cómo le sangraban, pero ahora, por desgracia, llevaba puesta una camisa de manga larga cubriendo sus muñecas. Por otro lado, la incomodidad de Elizabeth por mi presencia en la mesa era muy notoria, comía sin decir nada, parecía que quería terminar lo más pronto posible para ac
Estefanía. Guillermo Aristiguieta se presentó en la casa, cuando las cosas no podían haber estado peores. En el momento de su llegada, yo me encontraba en las barracas, Adrián había salido muy temprano con su padre, llevaba varios días haciéndolo y en las tardes se perdía a cabalgar por los extensos campos de la propiedad. Yo sabía que era por mi causa, adoptó esa actitud para dejarme muy en claro que no le gustaba mi proceder; mis palabras y mi débil carácter por defender nuestra relación lo hirieron, aun así, era mejor que él se desilusionara de mí, algún día me lo agradecería, aunque eso conllevase a perderlo para siempre. Lo que me ayudaba a aliviar un poco mi dolor, era que al no verlo muy seguido me calmaba, le di gracias al cielo porque la casa era grande. Mi ensimismamiento se esfumó cuando la voz de Joaquina llegó hasta mí, me dijo: —Estefanía, ¿sabes quién acaba de llegar? —¿Quién? —inquirí, sin darle mucha importancia. —El rubio —me respondió. —¿De qué rubio me habl
Un aire tenso se sentía en toda la casa. Mi madrina se encerró nuevamente en el despacho con Rodolfo, por suerte Joaquina fue la encargada de llevarles café; por otro lado, la madre de Adrián se recluyó en su cuarto, por un supuesto dolor de cabeza. Sentí alivio de que Elizabeth no se enteró del altercado que tuvo lugar en la sala. Yo también hice lo mismo: me encerré en mi habitación, estaba muy mortificada por lo ocurrido, pero aquella situación incómoda estaba muy lejos de terminar y lo comprobé cuando tocaron a mi puerta. Fui a abrir y al hacerlo me topé con el rostro de Adrián, sentí un vuelco en el corazón al verlo tan serio, en ese momento no supe qué decir ni cómo reaccionar.—Tenemos que hablar —dijo con voz seca.—¡No en estos momentos! Y mucho menos en estas circunstancias, no quiero ni imaginar cómo reaccionarían tu madre y mi madrina si te ven parado en la puerta de mi cuarto.—Yo necesito hablar contigo ahora y no te preocupes porque no va a ser en la puerta de tu cuarto