Bienvenidos a un nuevo capítulo de Resurrección, el origen de Malena. Ya la madre de Adrián le ha dejado muy claro a Estefanía su oposición en torno a su romance con Adrián, eso solo será una pequeña prueba comparada con los obstáculos que vendrán. Por favor, acompáñenme a seguir descubriendo esta historia. ¡No se arrepentirán!
Estefanía. Guillermo Aristiguieta se presentó en la casa, cuando las cosas no podían haber estado peores. En el momento de su llegada, yo me encontraba en las barracas, Adrián había salido muy temprano con su padre, llevaba varios días haciéndolo y en las tardes se perdía a cabalgar por los extensos campos de la propiedad. Yo sabía que era por mi causa, adoptó esa actitud para dejarme muy en claro que no le gustaba mi proceder; mis palabras y mi débil carácter por defender nuestra relación lo hirieron, aun así, era mejor que él se desilusionara de mí, algún día me lo agradecería, aunque eso conllevase a perderlo para siempre. Lo que me ayudaba a aliviar un poco mi dolor, era que al no verlo muy seguido me calmaba, le di gracias al cielo porque la casa era grande. Mi ensimismamiento se esfumó cuando la voz de Joaquina llegó hasta mí, me dijo: —Estefanía, ¿sabes quién acaba de llegar? —¿Quién? —inquirí, sin darle mucha importancia. —El rubio —me respondió. —¿De qué rubio me habl
Un aire tenso se sentía en toda la casa. Mi madrina se encerró nuevamente en el despacho con Rodolfo, por suerte Joaquina fue la encargada de llevarles café; por otro lado, la madre de Adrián se recluyó en su cuarto, por un supuesto dolor de cabeza. Sentí alivio de que Elizabeth no se enteró del altercado que tuvo lugar en la sala. Yo también hice lo mismo: me encerré en mi habitación, estaba muy mortificada por lo ocurrido, pero aquella situación incómoda estaba muy lejos de terminar y lo comprobé cuando tocaron a mi puerta. Fui a abrir y al hacerlo me topé con el rostro de Adrián, sentí un vuelco en el corazón al verlo tan serio, en ese momento no supe qué decir ni cómo reaccionar.—Tenemos que hablar —dijo con voz seca.—¡No en estos momentos! Y mucho menos en estas circunstancias, no quiero ni imaginar cómo reaccionarían tu madre y mi madrina si te ven parado en la puerta de mi cuarto.—Yo necesito hablar contigo ahora y no te preocupes porque no va a ser en la puerta de tu cuarto
No me gusta el camino que están tomando las cosas —dijo Ana Álamo a su hijo, que se encontraba sentado en la reconfortante silla del despacho. —A mí tampoco, madre; esto se me está escapando de las manos, aun así, no me quiero precipitar. Creo que aún puedo solucionarlo, sin necesidad de resucitar los fantasmas del pasado. —¡Hijo, por el amor a Dios! ¿Cómo dices que aún puedes controlarlo? ¿Es que acaso no te das cuenta de lo letal de la situación? Tú mismo has sido testigo de cómo reaccionó Adrián ante la petición de Guillermo Aristiguieta; parecía botar fuego por los ojos, dejó muy claro sus celos de hombre hacia Estefanía, estaba marcando territorio —le recordó Ana con la voz llena de preocupación. —Si lo vi, madre, ¡por todos los cielos! Yo no puedo ni quiero desenterrar el pasado, tú más que nadie sabes todo lo que sufrí y de cómo me costó levantarme; es más, considero que Guillermo podría ayudarnos. Si Estefanía se enamora de él, todo se solucionaría sin necesidad de revolver
Las horas parecían eternas en aquella habitación. Sentía que desgastaría el suelo de tanto caminar de un lado hacia otro. Adrián no me perdía de vista. Al igual que Elizabeth; su mirada retadora e iracunda se posó en mí desde que entré a la estancia. —Voy a ver si se sabe algo de mi abuela, esta espera me está sofocando ¿Quieres venir conmigo, Estefanía? —me propuso Adrián al notar mi incomodidad por la presencia de su madre. Yo acepté su idea y Elizabeth se levantó rápidamente de la silla y se dirigió a nosotros. —Está bien, ya veo cómo están las cosas, así que aprovecharé que están los dos juntos para hablar y acabar con este circo de una buena vez —Adrián miró a su madre y claramente vi como a través de su mirada; le dijo que no era el momento. La mujer lo captó rápidamente. —Para mí es el momento, hijo, y cuanto antes mejor —volvió a mirarme—. Nunca, escúchenlo bien, nunca, mientras yo viva, tendrán mi aprobación —dijo sin preámbulos. Adrián sonrío con sarcasmo. —Es una verdade
—Estefanía, cuando uno está vieja y el ángel de la muerte te señala, ni el caldo más potente lo puede evitar, pero debo confesar que lo único que me duele es dejarte a ti. Tengo miedo de qué te lastimen y no sepas defenderte —no pude evitar pasar mi mano por su rostro. —Sabe que no me gusta cuando hablas de esa forma —le recordé. —Debo hacerlo, por desgracia no somos inmortales —suspiró—. Le has dado tanta alegría a esta casa, a mis jardines que también son tuyos, fuiste cómo la primavera entrando con todos sus colores e impregnando cada rincón de esta hacienda… La luz que iluminó mis días y me ayudó a soportar el dolor de la perdida de mi amado esposo, que al parecer ahora me reclama. —Madrina —susurré sintiendo cómo las lágrimas surcaban mi rostro. —Por favor, deja que hable… déjame decirte lo que siento. —Está bien —asentí. —Quiero que seas feliz, porque te lo mereces; tu alma es pura, me he esmerado tanto en preservarte limpia y ajena a la maldad y lo he logrado. Hoy me pregu
Estefanía. Las peleas entre el señor Rodolfo y su mujer son cada vez más frecuentes —comentó Joaquina, mientras le ayudaba a desplumar un ganso. —Es verdad, yo los he oído varias veces —agregó Rosa. —Sé que esas discusiones son por mi causa —apremié en decir. —Quisiera contradecirte, pero es verdad; yo misma he escuchado cómo esa bruja le exige a su esposo volver a España. Odia estar aquí, sin embargo, el amo Rodolfo se mantiene firmé; él está muy preocupado por la salud de su madre, al igual que el joven Adrián —expresó Rosa—; debería irse ella sola, así esta casa volvería a ver luz —permanecí en silencio, concentrada en desplumar el ganso. En ese momento recordé lo que me había mencionado Rosa hace días. —Cómo que tus premoniciones han sido certeras… —farfullé. —¿A qué te refieres, niña? —preguntó, mientras comenzaba a moler las especies para la marinada. —Me dijiste que tiempos tumultuosos estaban por llegar, al parecer en verdad eres vidente, pero te aconsejo que cuides tus
—Buenas noches —saludó Guillermo levantándose del mueble, demostrando educación, sin embargo, Adrián lo miró con hostilidad. —Me temo qué para mí no son tan buenas —murmuró y noté cómo hacía su mejor esfuerzo para contenerse. —Dígame, ¿qué lo trae por aquí esta noche? —dijo con voz apremiante. —He venido a preguntar por la salud de doña Ana y también aproveché de ver a Estefanía. Como es de su total conocimiento cuento con el permiso de doña Ana y su hijo Rodolfo —le recordó logrando qué Adrián frunciera el ceño. —Si ya observo que usted no pierde tiempo. —Disculpe, pero noto en el tono de su voz cierta hostilidad, ¿Acaso mi presencia le incomoda? Adrián afiló la mirada; no permitiría que lo retaran en su propia casa, luego giró a contemplarme y pude sentir cómo los celos lo quemaban por dentro. Claramente, intuí qué estaba a punto de hacer erupción. Fue entonces cuando decidió abrir la caja de Pandora frente a Guillermo, qué estudiaba el rostro de Adrián y el mío. —Estefanía,
Minutos más tarde. Acompañé a Guillermo hasta la entrada de la casa como me lo pidió Rodolfo. Durante todo el camino anduvimos silentes, me sentí nefastamente apenada y herida. Guillermo también lo estaba. Por fin llegamos al portal. La noche era apacible y una hermosa luna adornaba el cielo nocturno, entretanto, la incómoda despedida estaba por llegar. —Bueno, ya hemos llegado a la puerta —manifestó Guillermo tratando de esbozar una sonrisa que no le llegó a los ojos. Ahí comprendí lo que él me quería decir en la sala, en torno a mi sonrisa. —No sé qué decirle, en este momento una insoportable vergüenza me posee —musité sin querer ver su rostro. —Por favor, Estefanía, toda esta incómoda situación ha sido una confusión y si no has hecho nada malo; entonces, no hay motivos para tal vergüenza. Soy yo él, qué se siente apenado por haberle traído problemas —dijo con voz caballerosa. —¿Cómo podría saber usted lo que sucedía…? —le recordé. —Lo intuí la primera vez que vine, pero mi alm