Bienvenidos amados lectores, como pueden leer las cosas, no van bien por la hacienda los Álamos, esto apenas es un abreboca de las pruebas que Estefanía deberá afrontar, acompáñame en esta travesía...
—Estefanía, cuando uno está vieja y el ángel de la muerte te señala, ni el caldo más potente lo puede evitar, pero debo confesar que lo único que me duele es dejarte a ti. Tengo miedo de qué te lastimen y no sepas defenderte —no pude evitar pasar mi mano por su rostro. —Sabe que no me gusta cuando hablas de esa forma —le recordé. —Debo hacerlo, por desgracia no somos inmortales —suspiró—. Le has dado tanta alegría a esta casa, a mis jardines que también son tuyos, fuiste cómo la primavera entrando con todos sus colores e impregnando cada rincón de esta hacienda… La luz que iluminó mis días y me ayudó a soportar el dolor de la perdida de mi amado esposo, que al parecer ahora me reclama. —Madrina —susurré sintiendo cómo las lágrimas surcaban mi rostro. —Por favor, deja que hable… déjame decirte lo que siento. —Está bien —asentí. —Quiero que seas feliz, porque te lo mereces; tu alma es pura, me he esmerado tanto en preservarte limpia y ajena a la maldad y lo he logrado. Hoy me pregu
Estefanía. Las peleas entre el señor Rodolfo y su mujer son cada vez más frecuentes —comentó Joaquina, mientras le ayudaba a desplumar un ganso. —Es verdad, yo los he oído varias veces —agregó Rosa. —Sé que esas discusiones son por mi causa —apremié en decir. —Quisiera contradecirte, pero es verdad; yo misma he escuchado cómo esa bruja le exige a su esposo volver a España. Odia estar aquí, sin embargo, el amo Rodolfo se mantiene firmé; él está muy preocupado por la salud de su madre, al igual que el joven Adrián —expresó Rosa—; debería irse ella sola, así esta casa volvería a ver luz —permanecí en silencio, concentrada en desplumar el ganso. En ese momento recordé lo que me había mencionado Rosa hace días. —Cómo que tus premoniciones han sido certeras… —farfullé. —¿A qué te refieres, niña? —preguntó, mientras comenzaba a moler las especies para la marinada. —Me dijiste que tiempos tumultuosos estaban por llegar, al parecer en verdad eres vidente, pero te aconsejo que cuides tus
—Buenas noches —saludó Guillermo levantándose del mueble, demostrando educación, sin embargo, Adrián lo miró con hostilidad. —Me temo qué para mí no son tan buenas —murmuró y noté cómo hacía su mejor esfuerzo para contenerse. —Dígame, ¿qué lo trae por aquí esta noche? —dijo con voz apremiante. —He venido a preguntar por la salud de doña Ana y también aproveché de ver a Estefanía. Como es de su total conocimiento cuento con el permiso de doña Ana y su hijo Rodolfo —le recordó logrando qué Adrián frunciera el ceño. —Si ya observo que usted no pierde tiempo. —Disculpe, pero noto en el tono de su voz cierta hostilidad, ¿Acaso mi presencia le incomoda? Adrián afiló la mirada; no permitiría que lo retaran en su propia casa, luego giró a contemplarme y pude sentir cómo los celos lo quemaban por dentro. Claramente, intuí qué estaba a punto de hacer erupción. Fue entonces cuando decidió abrir la caja de Pandora frente a Guillermo, qué estudiaba el rostro de Adrián y el mío. —Estefanía,
Minutos más tarde. Acompañé a Guillermo hasta la entrada de la casa como me lo pidió Rodolfo. Durante todo el camino anduvimos silentes, me sentí nefastamente apenada y herida. Guillermo también lo estaba. Por fin llegamos al portal. La noche era apacible y una hermosa luna adornaba el cielo nocturno, entretanto, la incómoda despedida estaba por llegar. —Bueno, ya hemos llegado a la puerta —manifestó Guillermo tratando de esbozar una sonrisa que no le llegó a los ojos. Ahí comprendí lo que él me quería decir en la sala, en torno a mi sonrisa. —No sé qué decirle, en este momento una insoportable vergüenza me posee —musité sin querer ver su rostro. —Por favor, Estefanía, toda esta incómoda situación ha sido una confusión y si no has hecho nada malo; entonces, no hay motivos para tal vergüenza. Soy yo él, qué se siente apenado por haberle traído problemas —dijo con voz caballerosa. —¿Cómo podría saber usted lo que sucedía…? —le recordé. —Lo intuí la primera vez que vine, pero mi alm
Toqué la puerta antes de entrar y un “adelante” se escuchó. De repente un dolor de cabeza se manifestó en mí. Hice un gran esfuerzo para mantenerme firme ante los ojos de Rodolfo. Apenas entré al despacho, Adrián se levantó y fue hacia mí.—Espero que a ese tal Guillermo le haya quedado todo claro —fue lo primero que dijo al acercarse. No le contesté. Rodolfo se levantó de la silla que reposaba detrás del escritorio y se aproximó a nosotros.—Yo espero haber sido claro contigo y también con Adrián —nos recordó.—¿Padre, acaso no fui lo suficientemente conciso? ¡No quiero a Eva! —replicó.—Está bien, al parecer no me he explicado bien y voy a aprovechar que Estefanía llegó para tratar de hacerte entrar en razón.—De una vez te advierto, qué nada de lo que diga me va a hacer cambiar de opinión —sentenció. Rodolfo estaba a punto de perder la paciencia.—Adrián, tú no puedes hacerle esto a Eva. Primero porque la palabra está empeñada con la dote incluida. Ricardo y yo tenemos muchos conve
Estefanía. — Estefanía —dijo Adrián, acercándose rápidamente a mí. Yo lo detuve. —Te suplico qué no des un paso más hacia mí. —No seas injusta, yo no sabía de esto —Adrián tenía la mirada cristalizada. —Precisamente por qué no lo sabías… Yo no voy a hacer el ancla que te lleve a la ruina. —¿Es que tú aún no entiendes qué mi ruina sería perderte? —Su voz era suplicante. —¡Por favor, Adrián! ¿Acaso no escuchaste a tu padre? ¿No fueron tus ojos los que leyeron esos papeles? —Estefanía, esto aún no está perdido y yo no me voy a dar por vencido. Apenas mi abuela, mejore, voy a viajar a España —aquella noticia que me acababa de dar fue la cuchillada más profunda que recibí aquel día; el hecho de tener que separarnos me dejó desbastada. De pronto las lágrimas nublaron la imagen de Adrián. Él se acercó rápidamente al verlas y las secó con el dorso de sus manos tibias. —No llores, no me gusta verte así. Si voy a España es porque quiero solucionar lo de los negocio
Tal cual, cómo me lo dijo el pequeño, encontré a Joaquina cerca del río. Sus facciones denotaban pavor. Entonces vi que discutía con Elizabeth. La mujer la agarró por los cabellos con fuerza y la obligó a arrodillarse ante ella. Pude leer en la cara que la amenazaba. La imagen me llenó de una rabia feroz que se transformó en ira ¡Ya era suficiente!, hacía poco me dejó mal parada delante de Guillermo y ahora maltrataba a Joaquina...! —¡Suéltala! —le grité vuelta una fiera. Elizabeth me miró sorprendida y de golpe soltó a Joaquina empujándola. Ella cayó al suelo muy asustado y varias lágrimas surcaron su rostro. —¡Crees qué porque mi madrina esté en cama, te da derecho de maltratar a las personas que aquí trabajan! —reñí con unas ganas intensas de golpearla. —Qué forma tan educada de hablar sobre tu amiga, por qué no la llama por su verdadero nombre: ¡esclava! —¡Por qué para mí no lo es! —No pienso discutir contigo, esta india harapienta me faltó el respeto y la voy a hacer pagar —
Estefanía.El día había amanecido triste, a pesar de que el sol era radiante, no calentaba mi alma. Existían motivos para continuar con mi tristeza; Joaquina desapareció de la hacienda varias semanas antes, en un momento temí y llegué a pensar que Elizabeth le había hecho daño. Rosa me confesó que Joaquina se había marchado al siguiente día de la disputa con Elizabeth. No se fue sola, Casimiro se marchó con ella. Lo que más me dolió de su decisión era qué ni siquiera me dijo adiós. Esos días fueron para mí un suplicio, temía que alguien, enviado por Elizabeth, los hubieran atrapado y castigado por haberse fugado. Ese mismo día llegó el notario más temprano que las otras veces, Rodolfo no estaba y Elizabeth aún dormía. De aquella conversación nada supe, puesto que mi madrina dio la orden que los dejaran solos. Ni siquiera Adrián pudo entrar.Aquel comportamiento de Ana Álamo me preocupó; entre nosotras nunca existió secretos y aquel sigilo con que acompañaba sus decisiones, últimamente,