—Estefanía tienes una visita —rompió por fin el silencio mi acompañante, pero sus palabras me detuvieron en seco. —¿Cómo es que hay una visita? El conde me prometió que no le diría a nadie donde estoy. —Te prometió que no lo haría hasta que te mejoraras y estás bastante mejor. —¡No quiero ver a mi padre! —¿Quién afirmó que se trataba de él? —mi corazón comenzó a palpitar con rapidez cuando contemplé la posibilidad de que fuera Adrián quien me aguardaba fuera. —Mariana no tendré el valor de verlo… ¿Adrián me espera? —me entró una gran tristeza, Mariana me secó la primera lágrima que brotó. —En lugar de estar imaginando fantasmas, te recomiendo que vayas y lo descubras por ti misma. No puedes huir eternamente de tu pasado —seguidamente, posó su mano sobre mi cabeza y, al hacerlo, cerró sus ojos. Yo estaba tan nerviosa que no presté atención a aquella extraña actitud, aunque ya no me debería de sorprender. A veces Mariana era muy evasiva; lo malo es que, al retirar su
—Aunque estés muy agradecida, no es conveniente que te quedes aquí; debes estar junto a tu padre. —¿Y junto al hombre que amo y es mi pariente? ¿Cerca de la tentación? ¡No sé cómo reaccionaré si lo tengo cerca otra vez! —Mis palabras lo dejaron en silencio —Guillermo no sabes el bien que me ha hecho tu visita, pero necesito un favor; dile a Rodolfo que no insista, porque no pienso volver a la hacienda. —¿Qué vas a hacer cuando Adrián venga? Lo hará tarde o temprano —volvió a situarme en la realidad; aquella pregunta me dejó sin aliento, su solo nombre me perturbaba y sacarme de mí. —Entonces, rezo para que Dios me ayude —respondí con voz temblorosa; Guillermo me miró con angustia, sé que deseaba tomarme por un brazo y sacarme de ahí, ahora era yo quien posaba mis manos sobre su cara; él cerró los ojos ante el contacto. —No quiero que sufras por mí. —Eso no lo decides tú, y mi corazón ya está a tu entera disposición… Yo solo quiero que seas tú, desde que te vi mi destin
—Mi padre no me había dicho nada. —Como decírtelo si apenas lo dejaste hablar. Lo cierto es que, si tus sospechas son verdad, no debemos ir solo los dos; Bacco deberá acompañarnos, pero debo advertirte: si Arturo está tan tranquilo, es que algo muy grande tiene bajo la manga, y otra cosa, las palabras de Estefanía tienen poder; si ella lo elige, ni tus poderes ni los de ningún centinela podrán tocarlos —me dolió el alma al escuchar. —Esa mentira caerá y tú mismo me acabas de decir que no importan los parentescos. —Sin duda, pero también es verdad que existen las brujas y ella reforzará cada puerta de su mente y cada duda. En última instancia, Estefanía es humana y, por lo tanto, sus creencias las une a este mundo. Ahora enfócate porque ya tus poderes se han regenerado, debes saber que ellos pueden alejarnos de nuestras fuerzas por momentos; sin embargo, nunca por completo, así que debemos marcharnos. —Pero… —quise protestar. —¡Nada de protestas! Debemos prepararnos pa
—¿Por qué tan asustada? —preguntó una voz a mis espaldas, lo que me exaltó y disipó la imagen—. No te asustes, soy yo, Arturo. —¡Oh, Dios mío, me has asustado! —le dije con alivio al verlo, era la segunda vez que lo veía de día, aunque fuera uno muy oscuro… —¿Y qué haces a estas horas por aquí? No se supone que una señorita decente como tú debería estar en la casa. —Deseaba despejarme… necesitaba caminar —dije con tristeza. —Entiendo —murmuró. Por el susto no había detallado que Arturo tenía una mirada extraña, como aquella noche cuando irrumpió en la cocina; su rostro ya no estaba tan pálido, ahora tenía una leve vitalidad en sus mejillas que le confería más color a su piel. Su elevada estatura seguía intimidándome; hacía tantos días que no le hablaba ni le veía, desde aquella noche en que apareció de manera tan extraña. Por otro lado, la camisa que llevaba puesta se ceñía a su cuerpo marcando los músculos que adornaban su pecho y brazos. Sonrojada, miré hacia otro l
Una de sus manos se aferró a mi cabello mientras que la otra rodeaba mi cintura; no sabía cómo responder a sus besos, solo me quedé tranquila dejándole que saciara sus ansias. De repente, todo cambió radicalmente cuando mi cuerpo empezó a responderle; mis labios empezaron a moverse al ritmo de los suyos, despertando en mí una pasión indómita que creí extinta; eso fue peor; Arturo se volvió más descontrolado, apretándome a él con más fuerza. —Me estás haciendo daño —dije mientras mi boca seguía pegada a la suya. —Cásate conmigo… sé mi esposa —susurró; una vez más quedé inmóvil, eran muchas emociones y sentimientos juntos; aun así, mi corazón me seguía advirtiendo que Arturo Palacios tenía un secreto. Me mantuve inmóvil, me aterrorizaba hacer algo que a aquella criatura con rostro de ángel caído le molestara, Arturo sintió mi temor y se alejó de mí con suavidad. —Es preferible que nos retiremos, ya es tarde, en la residencia podremos conversar —manifestó sin mirarme; de repente
—Créeme que no te digo esto para mí, todo lo contrario; yo me enamoré de una flor que es diferente a todas las demás, pero me clava sus espinas cada vez que trato de acercarme, aun así, yo soporto esas pinchadas porque es un espécimen único y me atrevería a jurar que no es fácil hallarla. Esta flor tiene una marca que la hace diferente; deben pasar siglos para que nazca otra de su misma especie, así que podrás imaginar lo codiciada que es por los dioses…— suspiró—. A mí me basta con solo mirarla para ser feliz. Siempre me decía que… ¡Mi rosa está ahí en algún lugar, esperándome para abrirse y mostrarme sus sublimes pétalos! Ya no tengo que esperar más porque tengo a mi amada y esperada especie frente a mí. —Arturo… No sé qué decir, aún no puedo asimilar el hecho de que alguien como usted se haya fijado en mí. —No digas nada y sigue escuchando mi voz. Estefanía, tú y yo no somos tan distintos y te aprecio por lo que eres. De la misma manera, en que tú has cuidado y regado esta
Adrián. ¿Cuál era la tortura más atroz? ¿Cuál era el dolor más intenso? Esas se habían convertido en mis preguntas diarias; sin embargo, ya conocía la respuesta y lo que más dolía era el hecho de tenerla tan cerca y, aun así, no poderla tocar… tan cerca y tan lejos a la vez. En ese momento de introspección me di cuenta de que no solo estaba experimentando el dolor, sino que también me estaba conociendo a mí mismo y a mis límites. Su presencia me acompañaba en mi camino. Estefanía no estaba al tanto del peligro que ocurría al estar viviendo bajo el mismo techo que Arturo; ella no podía sospechar que él era un ser oscuro y que no era de este mundo, algo que yo también era y que nunca deseé descubrir. La pasé en blanco en toda la noche; solo podía oír la voz de Alyan en mi cabeza, repitiendo una y otra vez: “debes esperar e ir preparándote, no sabemos qué trama”. ¡Maldición! Solo podría encontrar la tranquilidad que necesitaba si lograba deshacerme de Arturo de una vez por todas.
Arturo. —¡Te oí Mariana! ¿Por qué dijiste a Estefanía que fue una desgracia haberme conocido? —Tuve que disimular, no todos los días un noble pide en matrimonio a una mujer de casta inferior —no pude evitar sonreír. —No olvides que yo sé cuándo finges y cuando dices la verdad. —Le he agarrado afecto a la muchacha. —¿Y tú crees que ella es la pobre niña indefensa que danzará en las llamas del infierno si se une a mí? —mi voz se elevó, Mariana se mantuvo calmada. —No lo veas de esa forma porque no fue mi intención; Estefanía tiene una luz propia, su esencia es diferente —Mariana suspiró—. Tu madre es una mujer que jamás envejecerá, y aunque posee belleza y riquezas; aun así, su alma es fría y su tristeza infinita, eso lo sabes mejor que nadie; en cambio, la luz de esta niña es tan cálida que no puedo evitar desear no verla extinta, su luz le da vida a esta oscuridad a la que estamos atados, y si se une a ti, ella se apagará. —¡Estás al tanto de que yo no soy mi padre!