LUTZHER Y ARTURO.

Arturo.

—¡Te oí Mariana! ¿Por qué dijiste a Estefanía que fue una desgracia haberme conocido?

—Tuve que disimular, no todos los días un noble pide en matrimonio a una mujer de casta inferior —no pude evitar sonreír.

—No olvides que yo sé cuándo finges y cuando dices la verdad.

—Le he agarrado afecto a la muchacha.

—¿Y tú crees que ella es la pobre niña indefensa que danzará en las llamas del infierno si se une a mí? —mi voz se elevó, Mariana se mantuvo calmada.

—No lo veas de esa forma porque no fue mi intención; Estefanía tiene una luz propia, su esencia es diferente —Mariana suspiró—. Tu madre es una mujer que jamás envejecerá, y aunque posee belleza y riquezas; aun así, su alma es fría y su tristeza infinita, eso lo sabes mejor que nadie; en cambio, la luz de esta niña es tan cálida que no puedo evitar desear no verla extinta, su luz le da vida a esta oscuridad a la que estamos atados, y si se une a ti, ella se apagará.

—¡Estás al tanto de que yo no soy mi padre!
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