EL ALMA DUELE.

Sentí toda la fuerza de mi cruz en la espalda, mi calvario se volvía más profundo con cada paso que daba. La ruta hacia la capilla era larga, quería llorar y gritar, sabía que cuando lo viera no sería capaz de contener la tranquilidad.

Al entrar en el salón, oí a Mariana decir que estaba el conde, y como Arturo me lo había advertido, no solo estaba el sacerdote, sino también Rodolfo y Adrián.

Adrián, al verme, se alejó de Rodolfo de inmediato; pude percibir cómo su mirada se volvía iracunda al contemplar al conde cercano a mí. Mi cuerpo quedó paralizado, el odio se había ido y el corazón amenazaba con estallar debido a un ataque fulminante; las lágrimas comenzaron a emerger de mis ojos cuando contemplé su rostro, tanto tiempo sin verlo me había dejado casi moribunda y mis recuerdos no le hacían justicia a aquel rostro tan amado. Nada de lo que sentía había perdido intensidad, todo lo contrario, estaba más encendido que nunca. Aquel momento, la vida me demostraba una vez más qu
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