—¿Por qué tan asustada? —preguntó una voz a mis espaldas, lo que me exaltó y disipó la imagen—. No te asustes, soy yo, Arturo. —¡Oh, Dios mío, me has asustado! —le dije con alivio al verlo, era la segunda vez que lo veía de día, aunque fuera uno muy oscuro… —¿Y qué haces a estas horas por aquí? No se supone que una señorita decente como tú debería estar en la casa. —Deseaba despejarme… necesitaba caminar —dije con tristeza. —Entiendo —murmuró. Por el susto no había detallado que Arturo tenía una mirada extraña, como aquella noche cuando irrumpió en la cocina; su rostro ya no estaba tan pálido, ahora tenía una leve vitalidad en sus mejillas que le confería más color a su piel. Su elevada estatura seguía intimidándome; hacía tantos días que no le hablaba ni le veía, desde aquella noche en que apareció de manera tan extraña. Por otro lado, la camisa que llevaba puesta se ceñía a su cuerpo marcando los músculos que adornaban su pecho y brazos. Sonrojada, miré hacia otro l
Una de sus manos se aferró a mi cabello mientras que la otra rodeaba mi cintura; no sabía cómo responder a sus besos, solo me quedé tranquila dejándole que saciara sus ansias. De repente, todo cambió radicalmente cuando mi cuerpo empezó a responderle; mis labios empezaron a moverse al ritmo de los suyos, despertando en mí una pasión indómita que creí extinta; eso fue peor; Arturo se volvió más descontrolado, apretándome a él con más fuerza. —Me estás haciendo daño —dije mientras mi boca seguía pegada a la suya. —Cásate conmigo… sé mi esposa —susurró; una vez más quedé inmóvil, eran muchas emociones y sentimientos juntos; aun así, mi corazón me seguía advirtiendo que Arturo Palacios tenía un secreto. Me mantuve inmóvil, me aterrorizaba hacer algo que a aquella criatura con rostro de ángel caído le molestara, Arturo sintió mi temor y se alejó de mí con suavidad. —Es preferible que nos retiremos, ya es tarde, en la residencia podremos conversar —manifestó sin mirarme; de repente
—Créeme que no te digo esto para mí, todo lo contrario; yo me enamoré de una flor que es diferente a todas las demás, pero me clava sus espinas cada vez que trato de acercarme, aun así, yo soporto esas pinchadas porque es un espécimen único y me atrevería a jurar que no es fácil hallarla. Esta flor tiene una marca que la hace diferente; deben pasar siglos para que nazca otra de su misma especie, así que podrás imaginar lo codiciada que es por los dioses…— suspiró—. A mí me basta con solo mirarla para ser feliz. Siempre me decía que… ¡Mi rosa está ahí en algún lugar, esperándome para abrirse y mostrarme sus sublimes pétalos! Ya no tengo que esperar más porque tengo a mi amada y esperada especie frente a mí. —Arturo… No sé qué decir, aún no puedo asimilar el hecho de que alguien como usted se haya fijado en mí. —No digas nada y sigue escuchando mi voz. Estefanía, tú y yo no somos tan distintos y te aprecio por lo que eres. De la misma manera, en que tú has cuidado y regado esta
Adrián. ¿Cuál era la tortura más atroz? ¿Cuál era el dolor más intenso? Esas se habían convertido en mis preguntas diarias; sin embargo, ya conocía la respuesta y lo que más dolía era el hecho de tenerla tan cerca y, aun así, no poderla tocar… tan cerca y tan lejos a la vez. En ese momento de introspección me di cuenta de que no solo estaba experimentando el dolor, sino que también me estaba conociendo a mí mismo y a mis límites. Su presencia me acompañaba en mi camino. Estefanía no estaba al tanto del peligro que ocurría al estar viviendo bajo el mismo techo que Arturo; ella no podía sospechar que él era un ser oscuro y que no era de este mundo, algo que yo también era y que nunca deseé descubrir. La pasé en blanco en toda la noche; solo podía oír la voz de Alyan en mi cabeza, repitiendo una y otra vez: “debes esperar e ir preparándote, no sabemos qué trama”. ¡Maldición! Solo podría encontrar la tranquilidad que necesitaba si lograba deshacerme de Arturo de una vez por todas.
Arturo. —¡Te oí Mariana! ¿Por qué dijiste a Estefanía que fue una desgracia haberme conocido? —Tuve que disimular, no todos los días un noble pide en matrimonio a una mujer de casta inferior —no pude evitar sonreír. —No olvides que yo sé cuándo finges y cuando dices la verdad. —Le he agarrado afecto a la muchacha. —¿Y tú crees que ella es la pobre niña indefensa que danzará en las llamas del infierno si se une a mí? —mi voz se elevó, Mariana se mantuvo calmada. —No lo veas de esa forma porque no fue mi intención; Estefanía tiene una luz propia, su esencia es diferente —Mariana suspiró—. Tu madre es una mujer que jamás envejecerá, y aunque posee belleza y riquezas; aun así, su alma es fría y su tristeza infinita, eso lo sabes mejor que nadie; en cambio, la luz de esta niña es tan cálida que no puedo evitar desear no verla extinta, su luz le da vida a esta oscuridad a la que estamos atados, y si se une a ti, ella se apagará. —¡Estás al tanto de que yo no soy mi padre!
Una vez en la habitación, Mariana me trajo un hermoso vestido de color azul marino. La falda amplia tenía delicadas aplicaciones con detalles de bordados negros; ella completó el atuendo con zarcillos que le hacían juegos; al principio no lo acepté, pero ella me insistió y me convenció diciéndome que era solo por esta ocasión. —Es solamente una misa Mariana, este atuendo es muy exagerado, yo preferiría algo más sencillo. —Deje de ser tan intrínseca. Este modelo es sencillo. Una mujer debe andar con elegancia. Debes irte acostumbrando. Si aceptas a Arturo, de una vez te digo que este vestido que contemplas lucirá sumamente sencillo delante de los que tendrás que usar en Londres, ¿O pretenderás ir al teatro con un traje tan insípido? —Pero resulta que no voy al teatro, sino a misa —le recordé. —Déjate de necedades y vístete —luego salió de la alcoba sin dejarme protestar. Mi preparación personal ya estaba casi completada; Mariana había enviado a una de las muchachas
Sentí toda la fuerza de mi cruz en la espalda, mi calvario se volvía más profundo con cada paso que daba. La ruta hacia la capilla era larga, quería llorar y gritar, sabía que cuando lo viera no sería capaz de contener la tranquilidad. Al entrar en el salón, oí a Mariana decir que estaba el conde, y como Arturo me lo había advertido, no solo estaba el sacerdote, sino también Rodolfo y Adrián. Adrián, al verme, se alejó de Rodolfo de inmediato; pude percibir cómo su mirada se volvía iracunda al contemplar al conde cercano a mí. Mi cuerpo quedó paralizado, el odio se había ido y el corazón amenazaba con estallar debido a un ataque fulminante; las lágrimas comenzaron a emerger de mis ojos cuando contemplé su rostro, tanto tiempo sin verlo me había dejado casi moribunda y mis recuerdos no le hacían justicia a aquel rostro tan amado. Nada de lo que sentía había perdido intensidad, todo lo contrario, estaba más encendido que nunca. Aquel momento, la vida me demostraba una vez más qu
Adrián. Al pronunciar aquellas palabras, Arturo me aceptó la invitación y nos dirigimos a otro plano donde todo el entorno era igual, pero más gris, donde los objetos eran inanimados e inertes. Mi deber era rescatar a Estefanía y a mi familia de ese monstruo que se hacía pasar por conde y que cobraba vidas de inocentes por las noches. —¡Dónde están Estefanía y mi padre! —terminé de romper el silencio, él me miró con cara de no entender. —Eres difícil de comprender, ¿No fuiste tú quien me solicitó que nos presentáramos sin máscaras... sin juegos? Es lo que hago, nos llevaré a ambos a otro plano idéntico —sonrío. —Entonces decidiste quitarte el antifaz, pero solo para mí… Eres un cobarde ¿Por qué no lo haces también delante de ella? Temes que se caiga la farsa y ella permanezca conmigo; no puedes negar que su corazón me pertenece, aunque las circunstancias la hayan impulsado a ti. —En cuanto a las máscaras, digamos que casi nunca las uso, pero debes entender que en un mu