A pesar de todas mis cavilaciones, no pude evitar dudar, quizás lo que manifestaba Rodolfo era mentira y lo hacía para darme empuje de volver a trabajar en mis esperanzas e insistir en el cortejo; sin embargo, no me quería arriesgar, yo era un hombre de palabra y Adrián no merecía tan alta traición. Un silencio incómodo se hizo perenne en aquella sala.

—¿Te sorprende verdad?

—Me has dejado sin habla, y miles de preguntas se amontonan en mi cabeza.

—Lo entiendo, no es para menos, y sé que pensarás que soy un monstruo egoísta y no te culpo, yo también tengo ese concepto de mí —sus palabras eran amargas.

—¿Realmente es su hija? —Me atreví a dudar.

—Sí, lo es, te lo juro por lo más sagrado… y toda esta situación está acabando con mi paz, pero nunca creí que Adrián se enamorara de esta manera de ella y que su amor fuese correspondido. No obstante, entiendo a mi hijo, yo pasé por lo mismo al regresar y ver nuevamente a Alba, la madre de Estefanía. Cuándo me fui a España todavía era una niña