—¡Cállate! —me gritó Eva sin dejarme hablar —¡No tienes palabra, eres un cobarde! —su rabia iba en ascenso.—No fui yo quien suscito este compromiso, debes entenderlo; tampoco soy un cobarde, y precisamente por qué no lo soy, es que te confieso mi verdad.—¡Será tu verdad, porque mi verdad es diferente Adrián Álamo! —. Ya las cosas se estaban saliendo de control. Eva comenzó a llorar tan alto que me había dejado asombrado; era la reina del drama. Ricardo y Lucía al escuchar los lamentos de su hija llegaron apresuradamente.—¡Qué sucede! ¿Por qué mi hija llora de esta manera? —Exclamó exaltado Ricardo al ver a Eva llorar desconsoladamente, seguidamente Lucía se ubicó al lado de su hija.—Padre, Adrián, acaba de decirme que no tiene la intención de casarse conmigo —Ricardo y su esposa me miraron sorprendidos, aunque más sorpresa denotó Lucía.—¡Dios mío Adrián! ¿Es cierto lo que declara mi hija? —Me enfrentó Lucía con una expresión hosca de estupefacción en su rostro empolvado. —No s
Horas más tarde.Por fin había llegado a la casa; al entrar, el primer rostro que vi fue el de Violeta; en sus facciones dejaba claras expresiones de que estaba preocupada, y al notar mi semblante, logró acentuar aún más su preocupación.—¿Te ha ido bien, hijo mío? —Preguntó rápidamente.—Realmente no… Eva se puso muy mal, hasta el punto de perder el conocimiento, traté de sostenerla, pero Ricardo no permitió que la auxiliara y lo entiendo. Violeta, yo no quería hacerle daño; daño le haría si me casara sin amarla.—Adrián —musitó Violeta y se me acercó, posando la mano por mi cabello.—No tienes por qué justificarte, tampoco sentirte mal; en el corazón no se manda y está muy claro que el tuyo ya ha escogido, así que trata de calmar
Salí de mis recuerdos cuando llegué donde estaba mi amigo. —¡Sabía que te encontraría aquí! —dije luego de llegar a la fuente que estaba frente a la bodega, Pablo me sonrío. —Pensé que dormías —mencionó, mientras afinaba su guitarra. —Acabo de llegar. —Y por tu cara advierto que no te fue muy bien. —En verdad no. —¿Pero te deshiciste o no del compromiso? —me interrogó con curiosidad. —Sí, Pablo los deshice y a su vez dejé muy en claro la demanda de mis afectos. —¡Entonces hombre, quita esa cara, que eso es lo que importa! —exclamó con alegría y charrasqueo la cuerda de la guitarra, logrando que yo esbozara una sonrisa. —Vamos a la bodega, necesitamos ponernos al corriente y que me hables de tu damisela, porque ya me contaron por ahí que tu corazón anda acelerado por una hermosa mestiza de aquellas tierras, y mientras me cuentas, entonamos una canción bajo el calor de unas buenas copas de vino —me ofreció, yo no me pude negar. —¿Anhia, cómo está? No la he podido ver —le pregu
Guillermo Aristiguieta.Las palabras de Rodolfo continuaban haciendo eco en mi cabeza, ¿Dios mío sería verdad que Estefanía y Adrián son hermanos? ¿Sería aquello posible o era una estrategia de Rodolfo para separar a su hijo de Estefanía? Seguí cabalgando por los límites de mi hacienda con la vista fija en dirección hacia la finca de los Álamos. No podía evitar quererla ¿Debía hacerme ilusiones? ¿Realmente me atrevería a soñar nuevamente con poseer su amor? Mis preguntas fueron respondidas, cuándo recordé la promesa que le había hecho a Adrián; aun así, si era cierto lo que me decía Rodolfo, entonces yo tenía que hablar seriamente con Adrián y no dudaría en decirle de frente que lucharía por el amor de Estefanía, de la misma manera que él me lo di
—¡Dios mío! ¿Quién soy yo? —Grité—. ¿Qué quieren de mí? —Continué, mientras el dolor de mi alma y de las marcas crecían, sentí como si me faltara el aire. Abrí los ojos de repente para verme nuevamente en la bodega, yo estaba tirado en el piso y un olor a humo me asfixiaba. Me levanté rápidamente.—¡Esto está en llama! —parte de la bodega ardía. Con escepticismo me di cuenta de que la mesa ya casi estaba convertida en cenizas, la silla no existía.—¡El patroncito está ahí! —escuché vociferar desde afuera; otros gritaban mi nombre. Entonces escuché a Pablo llamándome y quejándose por haberme dejado solo —¡Voy a entrar! —dijo luego, sin embargo, yo no podía permitirlo, aquello era peligroso. Exper
No pasaron ni cinco minutos en que la puerta de mi alcoba volvió a sonar, al parecer aquella noche no me dejarían escribir la carta en paz, esta vez el propio Rodolfo era quien tocaba.—Me dijeron que te sentías indispuesta —se veía preocupado, pero también solo.—Tengo un poco de jaqueca.—Quería que me acompañaras a cenar, últimamente lo he hecho en soledad. Elizabeth parece haber convertido nuestra alcoba en su fortaleza y sale solo cuando es necesario; no la culpo, luego de lo del esclavo todos quedaron aterrados. Sin mencionar las historias que corren en el pueblo en torno a la finca.—No solo su esposa quedó nerviosa.—En fin, acepta mi invitación a cenar, te caería bien una sopa y me harías compañía; tu presencia me recuerda a mi madre —no puede evitar negarme, también era una muy buena oportunida
Dos días después.Libia había mostrado satisfacción por el hecho de que hubiera aceptado pasar unos días en su casa; ella, al igual que mi madrina, había quedado viuda y sus dos hijos ya no vivían en su casa; después de haberse casado se marcharon a otras tierras; ellos visitaban a su madre en épocas festivas o mandaban por ella. Sin embargo, doña Libia se negó a dejar definitivamente su casa y sus tierras, ahí había sido muy feliz, al igual que mi madrina que jamás quiso volver a España; por otro lado, Libia estaba rodeada de sirvientes fieles, al igual que lo había estado mi madrina. El propio Rodolfo me había llevado a la casa de Libia; Elizabeth no pudo ocultar su satisfacción, pero aquella sonrisa se borró cuando Rodolfo aclaró que mi partida sería únicamente por unos días y q
—Libia, yo necesito hacerte una pregunta muy sería antes de continuar con esta plática, y solo Dios sabe cuánto lo he pensado para formulártela, pero no sé a quién más recurrir.—Hazla muchacha —tomé una bocanada de aire.—He llegado a suponer que una de las causas de la negativa de Rodolfo es debido a que yo soy más que una ahijada —quedé en súbito silencio.—Explícate muchacha —su voz era apremiante.—He llegado a pensar que en mí corre sangre Álamo… —la mujer me miraba sin parpadear—. No obstante, luego viene la duda al recordar que mi madrina me dio su bendición en su lecho de muerte para que me casara con Adrián… ¡Oh Libia estoy tan turbada! Por un lado, creo que hay muchos motivos para creerlo y por otro pienso que mi madrina no sabía lo que decía