EL ROSTRO DE ISABEL ÁLAMO.

El enterarme de que Lilian había viajado por petición de mi madre me había dejado de muy mal humor; entré al despacho y me preparé un trago para menguar un poco la impotencia; si mi madre le hiciera algún daño a Estefanía jamás se lo perdonaría. Sin perder tiempo busqué los libros de contabilidad para comenzar a revisar y poner todo en regla, sacar el informe de las finanzas para ir dejando todo listo y largarme de una vez por todas. Mientras buscaba los libros me arremangué la camisa, lo hice tan agresivamente que uno de los botones del puño de una de las mangas se desprendió y cayó rodando por el piso, hasta llegar cerca de las inmensas estanterías de los libros que cubrían casi todas las paredes de la gran biblioteca; pero lo que captó mi atención fue que el botón, al dejar de rodar no cayó de lado, sino que quedó

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