CAPÍTULO 18: Un encuentro desagradableLa partida está cerrada, Ren ve sus piezas muertas en el tablero y me mira como si quisiera asesinarme también. Todos dicen que no es un hombre emocional, pero al parecer el señor Kaizen, que fue quien lo crio, es la única debilidad para él.—¿Qué pasa, hija, ya te vas? —pregunta el abuelo y yo me despido con un gesto amable.Su sonrisa amplia y sincera me recuerda que, a pesar de lo mucho que me gusta este juego que estoy jugando, hay personas a las que definitivamente no me gustaría lastimar y él es una de ellas.De repente mira el tablero y sus dedos señalan a su nieto.—¿Perdiste, Ren…? ¡No puede ser!—Es usted un maestro paciente, señor Kaizen. —Le hago una ligera reverencia con una sonrisa juguetona—. Bueno, caballeros, hasta la próxima.Me alejo caminando despacio hacia el auto en que vengo, y escucho apenas cómo el abuelo se gira hacia su nieto, ajustando su sombrero con aire de satisfacción:—¿Ves? Esa es una mujer por la que merece la p
CAPÍTULO 19. Un instante para desatar a la bestiaNo hay un alma alrededor que no parezca incómoda. Las vendedoras de la tienda, y en especial el guardia de seguridad que se acerca a mí de inmediato.—No te atrevas a tocarme —le advierto con el tono más gélido que puedo proyectar, y al parecer funciona porque el guardia vacila.Su mirada vaga desde Anabella hasta mí, como si esperara una orden definitiva de parte de alguno de sus jefes, pero las vendedoras no se pronuncian.Ya no soy alguien a quien se pueda vapulear sin consecuencias, aunque Anabella, con su habitual arrogancia, no parece captar el mensaje.—¡Es su trabajo hacer lo que le digo! —exclama ella, señalándome como si fuera una cucaracha en su camino—. ¡Sáquela ahora mismo!—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —le pregunto y veo que aprieta los puños con impotencia—. ¿De verdad crees que te estás ganando un premio con Devon y la serpiente rastrera esta? Bueno, déjame felicitarte: te llevas un inútil tramposo, y no pue
CAPÍTULO 20. ReinaViggo me mira con esa intensidad suya que a veces parece atravesarme. Siento su aliento cálido sobre mi piel cuando señala la pequeña herida en mi labio y parece que está a punto de romper algo.—¡Te hice una maldit@ pregunta! ¡¿Quién fue?! —pregunta de nuevo, como si hubieran tocado algo suyo que nadie más puede tocar.Siento sus dedos sujetando mis mejillas y entiendo que cada uno de los “reyes” tiene algo que le viene de fábrica: Christian es naturalmente protector, Ren es naturalmente competitivo, y Viggo es naturalmente foll… posesivo, dejémoslo en posesivo.Lo miro directamente a los ojos y le respondo sin titubear.—Me lo hice yo misma, hace pocos días.Su expresión cambia de inmediato. Por un instante parece confundido, como si mis palabras no tuvieran sentido, pero entonces su ceño se relaja y su sonrisa torcida aparece.—¿Tú misma? —repite, como si estuviera saboreando las palabras—. ¿Y por qué harías algo así?—Porque a veces, para hacer sangrar a otros, t
CAPÍTULO 21. Un collar de dominaciónLos hombres normales con fetiches ponen una correa de cuero alrededor del cuello de una mujer, pero Viggo Massari definitivamente no es un hombre normal. Lo que hay alrededor de mi cuello es una gargantilla de diamantes que debe valer literalmente millones de dólares y aún así él tira de ella para someterme como si romperla solo fuera otra de las partes divertidas del proceso.—¿Te volviste loco? ¡Esto debe estar lleno de cámaras! —jadeo y él me calla con uno de esos besos que me roban el aire.—Hace diez minutos que no hay cámaras, ni sensores, ni un maldito fantasma en este lugar —me avisa—. Porque el único hombre que puede escuchar cómo gritas soy yo. ¿Entendido?Me jala más cerca del borde y las joyas debajo de mí se me clavan en las nalgas. Duele, y al mismo tiempo la sensación es demasiado excitante. Siento sus manos delineando el borde superior del vestido y luego lo baja despacio, siguiéndolo con su boca, besando, lamiendo, hasta que aparta
CAPÍTULO 22. Dinero por dineroEstoy recostada en el diván de la joyería, con la respiración aún desacompasada y los pensamientos y el cabello revueltos. El frío de los diamantes sobre losque estuve hace unos minutos todavía parece adherirse a mi piel, pero antes de que pueda hacer algo al respecto, una gabardina aterriza sobre mi cuerpo.—A este paso, terminaré con un guardarropa entero a costa tuya —comento mientras abro los ojos y la sonrisa descarada de Viggo es lo primero que me recibe.Está agachado frente a mí, escrutando cada inflexión en mi rostro mientras apoya los codos en el diván con una expresión que no alcanzo a descifrar del todo.—No me quejaría —responde—. Aunque creo que prefiero verte sin ropa.Ruedo los ojos, pero no replico. Necesito unos minutos para recuperarme, solo unos, y luego me iré.—¿Cómo has estado? —pregunta de repente, con una seriedad y un interés que no esperaba, y lo miro de reojo, sentándome y dejando caer la cabeza contra el respaldo del diván.—
CAPÍTULO 23. Una oportunidad de oroCuando llego al departamento de Vero y lo primero que hago es ir directo a mi habitación para guardar la caja con la pulsera de su cumpleaños en el cajón de mi tocador. Sé que va a gustarle, y además me tomaré ese día para estar con ella, no le gusta mucho celebrar su cumpleaños pero Ruby y yo tratamos de hacérselo especial cada año.Suspiro mientras me meto al baño y paso las manos por mi cuello, como si todavía pudiera sentir el roce de la gargantilla sobre mi piel. Aprieto los labios y dejo que el agua caliente de la ducha me lave el olor de Viggo y… todo lo demás. No puedo negar que me estremece hasta el más mínimo recuerdo de lo que me ha hecho, pero tampoco puedo ponerme sentimental. Esta es mi guerra al fin y al cabo, no puedo permitir que una de mis piezas me ate el corazón… por muy buena pieza que sea.Salgo del baño a enfundarme en un pijama y mis amigas me están esperando afuera con una copa de vino y mil preguntas.—¿Qué tal el trabajo h
CAPÍTULO 24. Maestro de espadasEl día pasa rápido, lleno de reuniones, y cuando me despido en la tarde para irme a casa, Christian todavía tiene el mismo entusiasmo de la mañana. Es evidente que está listo para comerse el mundo, pero al día siguiente en cuando llego a la oficina, lo primero que noto es que está de un humor de perros.Su expresión está tensa, los nudillos de una de sus manos golpean rítmicamente el escritorio, y su café, que siempre bebe caliente, sigue intacto.—¿Qué fue lo que hice? —pregunto acercándome mientras me ajusto los lentes de pasta gruesa y en cuanto levanta los ojos hacia mí, su mirada se suaviza.—No tiene nada que ver contigo, te lo aseguro —suspira como si quisiera convencerme de que mi torpeza no es la causa de que esté así—. Alguien nos ganó el negocio.Mis ojos se abren como platos y si hubiera moscas definitivamente entrarían en mi boca.—¿EL de las acciones de energía limpia? ¡No puede ser! ¡Estoy segura de que entregué los papeles! ¡Ay Jesús! ¿S
CAPÍTULO 25. Doce generaciones de honorNo sé cuánto tiempo paso observándolo.El movimiento de la katana en sus manos es limpio, letal. Es evidente que lleva años entrenando. Su postura es impecable, cada ataque y cada defensa son ejecutados con precisión quirúrgica y por un momento, por un instante entiendo que nada más existe para él. Si le pone a los negocios la misma pasión que le pone a esa Katana, es evidente por qué dirige uno de los grupos más importantes de trade en Wall Street.Por alguna razón, no puedo dejar de mirarlo, y como traemos ese instinto especial incorporado, ese que nos dice que alguien nos vigila, no pasa mucho antes de que Ren se dé la vuelta bruscamente, percatándose de mi presencia. Se detiene y me observa por un momento antes de caminar hacia nosotros, guardando la katana en su funda con un gesto soberbio.—Regina. —Su voz es calmada, profunda, con un leve matiz de molestia o de curiosidad, es imposible saberlo con él.Me cruzo de brazos y lo miro sin inmu