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Debe haber casi cuarenta grados en el ambiente, pero tengo el cuerpo entumecido, como si la sangre no tuviera riego por las venas. Quizás lo que siento es pánico en estado puro al darme cuenta de que estoy admirando las calles luminosas y ostentosas de Strip, con vivos colores que te invitan a no dejar de mirarlas.

El aire viciado por el calor se respira en el taxi unido a los dedos de Sam entrelazados con los míos sobre mi pierna. Él tampoco ha dicho una palabra desde que salimos del aeropuerto, pero yo tampoco he vuelto a abrir la boca, no sé si porque no tengo nada que decir, o porque estoy tan nerviosa que no creo que sea capaz de juntar más de dos palabras.

Me muerdo el labio inferior con indecisión y exhalo un hastiado suspiro.

—¿Crees que estamos haciendo lo correcto? —pregunto en un murmullo apenas audible.

Giro la cara en su dirección para darme de lleno con su mirada posa

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