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La luz que entra a través de las cortinas provoca que gima y me revuelva contra el grueso edredón, que me da demasiado calor. Me estiro en la extensión de la cama y mi mirada se pierde en el techo blanco como si fuera la cosa más interesante del mundo.

Los recuerdos de la noche anterior acuden a mi mente como un revoltijo que provoca que sienta esas famosas mariposas en el estómago. Fuimos de lo más imprudentes por habernos besado delante de todo el mundo, pero me pudo la emoción del momento, sus manos tibias y sus labios rozando los míos mientras pronunciaba aquella cita del Gran Gatsby que le leí quince años antes.

No pensé que lo recordaría, francamente, ni yo misma me acordé hasta que Sam me refrescó la memoria.

Me siento tan feliz que me parece que es imposible que por primera vez tuviéramos una cita común y corriente.

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