Sam
Respiro profundamente y con pasos vacilantes me acerco a ella, que sigue pensativa, pero no se aparta cuando tomo su mentón entre el índice y el pulgar y le levanto la cara para que me mire.
La miro con suspicacia y esbozo una leve sonrisa.
—Discutiremos el tema mañana —le prometo. Se muerde el labio inferior con inocencia y asiente con la cabeza levemente.
—¿Puedo pensármelo? —inquiere con duda.
—Ahora sólo piensa en darte en una ducha y no pienses en ello. —Mis ojos bajan hacia la zona entre sus muslos apretados, donde la prueba de mi excitación se le escurre—. Debe ser incómodo —comento con una sonrisa pícara.
Becca abre los ojos, escandalizada y me empuja en el hombro con la mano cuando me río con sonoras carcajadas. Sus mejillas y cuello se tornan escarlata y sus profundidades verdes me fulmina
SamPor un segundo intento creer que lo que acaba de decir Paul tan sólo es fruto de mi mente envenenada por la furia, pero lo descarto cuando sus ojos verdes como los de Becca se abren con impresión al darse cuenta de lo que acaba de decir.En ese preciso momento me doy cuenta de que lo que he escuchado es tan real como la tensión entre nosotros, que parece amenazar con despellejarme vivo sino juego bien mis cartas.Su hija.Pero... ¡Pero eso no tiene ningún sentido...! Es imposible que Becca sea hija de este hombre que tengo frente mí, con la respiración agitada y la mirada llena de un temor palpable.Paul me suelta como si le hubiera dado una descarga eléctrica y retrocede hasta que se aleja cinco metros de mí, asustado y furioso. Mantiene la cabeza gacha mientras se pasa las manos por el pelo con frustración y se tira de las raíces.
La luz que entra a través de las cortinas provoca que gima y me revuelva contra el grueso edredón, que me da demasiado calor. Me estiro en la extensión de la cama y mi mirada se pierde en el techo blanco como si fuera la cosa más interesante del mundo.Los recuerdos de la noche anterior acuden a mi mente como un revoltijo que provoca que sienta esas famosas mariposas en el estómago. Fuimos de lo más imprudentes por habernos besado delante de todo el mundo, pero me pudo la emoción del momento, sus manos tibias y sus labios rozando los míos mientras pronunciaba aquella cita delGran Gatsbyque le leí quince años antes.No pensé que lo recordaría, francamente, ni yo misma me acordé hasta que Sam me refrescó la memoria.Me siento tan feliz que me parece que es imposible que por primera vez tuviéramos una cita común y corriente.
SamLas fosas nasales me arden cuando el ácido olor de la putrefacción y la sangre seca llegan hasta mí mientras bajo las escaleras del sótano deMagestic,una de las muchas discotecas que maneja Blake, pero en particular, es su favorita para dejarme los encargos.Ese hijo de puta parece tener un radar para saber cuándo estoy Becca, de hecho creo que tiene a alguien que me vigila, o eso, o estoy paranoico y veo conspiraciones en todos lados. Además, no se me escapa que también quiere recuperarla, he visto como la miró desde el mismo segundo que se la encontró, y la historia que comparten lo hace peligroso, muy peligroso para preservar mi lugar a su lado.Por tan sólo un segundo pensé que tendría un día tranquilo en compañía de mi chica. A la que, por cierto, ni siquiera despedí como merecía
Mis ojos no son capaces de apartarse del nombre que todavía no soy capaz de ingerir por completo. Un gemido ahogado escapa de mis labios al descubrir que el ser que más odio, por encima de Blake, puede ser el único que podría ayudarme a descubrir lo que realmente sucedió con Garret.Por aquella época tan sólo tendría diecisiete años, lo que me hace sentir más curiosidad que aversión por saber cómo acabó en una fiesta privada de una modelo en Nueva York. Por aquel entonces, era íntimo amigo de Sam y seguro que se lo contaba todo a ese... ese... Ni siquiera soy capaz de pronunciar su nombre sin que la lengua me arda por el coraje.Tomo aire con lentitud cuando la rabia y los recuerdos de aquella noche se amontonan en mi mente como una bola de demolición. Lo odio, lo odio tanto que si no estuviera tan desesperada por acabar con esto cuanto antes, jamás se me ocu
Una sensación extraña alojada en mi pecho hace que me despierte. Parpadeo para intentar acostumbrarme a la oscuridad combinada con la tenue luz de la luna que se filtra a través de las cortinas. De ojeada veo una sombra que hace que me incorpore en la cama a la velocidad del rayo cuando la figura levanta la cabeza de sus rodillas, topándome con unos ojos que reconozco al instante.Me llevo una mano al pecho cuando el corazón me bombea al galope ante el susto.—¿Qué coño haces aquí? —inquiero en un susurro sofocado por mi respiración alterada.—Siento haberte asustado —responde con la voz cansada, hastiada.Sam permanece sentado en la silla, con los codos sobre las rodillas. Está inclinado hacia delante, con la cabeza gacha y las manos detrás de la nuca. Parece agobiado, como si algo lo consumiera, lo que hace que me preocupe al instante porque algo
Percibo la luz resplandeciente a través de los párpados. No quiero despertarme, tengo la cabeza embotada, pesada. Además, no quiero enfrentarme a lo que debo hacer hoy, no cuando la fragancia de Sam sigue en la almohada, llenando mis sentidos.«Sam.»Pensar en él provoca que mis manos comiencen a tantear en su dirección, pero está vacío y el hueco frío. Entreabro los ojos y giro la cara hacia el pequeño papel blanco que reposa sobre la almohada. Lo cojo y me froto los ojos con la otra mano para intentar despejar el sueño que me invade por la escasez de tiempo para dormir.Con una mano en la frente, levanto el papel hasta que queda a la altura de mis ojos. «Un deseo no cambia nada, una decisión lo cambia todo. — Anónimo.
Cuando consigo aparcar el coche en el parking, tengo el corazón en la garganta y el estómago tan revuelto que tengo la sensación de que vomitaré en cualquier instante. He intentado llegar lo antes posible, de hecho, durante el camino he visto los flashes brillar un par de veces, lo que me indica que este mes Cynthia tendrá unas cuantas multas en el buzón. Aunque ahora no podían importarme menos.Lo único en lo que puedo pensar es en él, en lo que habrá hecho esta vez como para cometer semejante estupidez. No puede hacerme esto, no se lo permitiré, nunca. Jamás se volverá a deshacer de mí y yo nunca volveré a dejarlo solo. La simple idea de que le ocurra algo provoca que las lágrimas escuezan en mis ojos por la angustia.Pico al botón del ascensor repetidas veces, pero eso no hace que el maldito trasto vaya más rápido. Frustrada, emito un
Cuando mis pies me llevan hasta el apartamento, tengo el cuerpo entumecido y mi mente parece no poder detenerse; no hace más que reproducir las duras palabras de Sam, una y otra, y otra vez. Incluso mi cerebro parece querer hacer que me derrumbe, pero aunque deseo derrumbarme, llorar hasta que no tenga más lágrimas que darle, hasta que la daga clavada en mi pecho deje de doler.Desearía poder arrancármela para siempre, pero ese mismo dolor consigue que no pierda la cordura por completo.La oscuridad de la sala de estar me devora como el insignificante ser que me soy en estos momentos. Las rodillas me tiemblan como si fueran dos flanes y cuando me apoyo en la puerta para intentar sostenerme, al fin ceden, permitiéndome dejarme caer hasta el suelo. Me hago un ovillo contra la madera y hundo la cabeza entre las rodillas.Deseo llorar para poder liberar toda la presión que se acopla en mi pecho, pero mis ojos son lo m