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Cuando salgo del hotel la brisa fresca y nocturna golpea mi rostro. Como si fuera una especie de señal, inclino la cabeza hacia atrás y observo el cielo oscuro y lleno de nubes grises que augura una tormenta de las que duran horas.

Parezco una tormenta, a punto de explotar por todos los pensamientos incesantes e inconclusos que dominan mi mente. Me debato entre el orgullo y la necesidad. Por un lado, la propuesta indecente de Blake parece la única salida para el problema, pero por el otro, mi orgullo no me permite aceptar cualquier petición que provenga de él. N i siquiera puedo planteármelo. Me niego categóricamente a ceder a un chantaje tan rastrero.

Me río de mi propia incongruencia. Es ridículo, porque estaría dispuesta a hacer cualquier cosa, excepto acostarme con él.

Mis pensamientos son interrumpidos cuando escucho las llantas de un coche derrapar cerca de mí. Por instinto

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