48. Mi diosa personal

Al entrar al edificio, Fabio se dio cuenta de que su mala suerte continuaría hasta el fin de los tiempos. Andrea y su novio o su posible hermano, esperaban el ascensor en el recibidor y maldijo por lo bajo.

A regañadientes hizo bajar a Casandra y se posicionó a sus espaldas, porque si ellos notaban el verdadero motivo de su apremio, no estaba seguro de que fuesen solidarios y desaparecieran.

Javier se le quedó viendo de tal forma, que creyó enviaría a uno de sus guardaespaldas a eliminarlo, porque para hacerlo él mismo necesitaría un poco más de músculos.

A fin de cuentas, le daba la razón a aquella mirada encendida. Había hecho llorar a su madre y cualquier hijo estaría igual.

Andrea se giró y una mirada hacia Casandra provocó una sonrisa siniestra en ella. No podía ver su reacción en respuesta a aquel gesto, pero no supo si sonreír igual o temblar por aquella comunicación silenciosa entre ambas.

—¿Irás al hospital? —preguntó Javier a su hermana, hosco.

—Tempr
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