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Capítulo III: La virginidad.

Tomasa me mira incrédula. No podía creer lo que estaba escuchando. Yo aún estaba arrodillada frente a ella.

—¿Qué...? Pero...sé que su papá te casó muy niña.

—Así es, con trece años.

—Y sé además, cómo fuí testigo de la unión que había una cláusula en el contrato matrimonial que Alexander no podía tocarte ni un pelo hasta que cumpliera la mayoría de edad.

—Exacto. Y...si mal no recuerdas, él me echó hacia Europa al mes de casarnos.

—Niña Abi, él se preocupaba por su educación. Él la envío a estudiar.

—¡Mentira! ¡Mentira Tomasa! Él me echó de mi hogar porque le molestaba, porque para él había sido sólo un contrato.

Siento las lágrimas en mis ojos. No respiro bien. Sólo puedo ver el suelo arrodillada ante mi nana. Sólo podía llorar en silencio. Ella toma mi barbilla y alza mi cabeza delicadamente para buscar mis ojos. Me mira con tristeza.

—Yo pensé en alguno de sus viajes por Europa, él había ido a verla y... Ya sabe.

—Otra sarta de mentiras Tomasita. Él viajaba con mi prima Costanse, de vacaciones, a lugares dónde podían mostrar su amor sin ser juzgados. Él jamás me fué a ver al Internado.

—Entonces, todos estos años estuviste solita. Nadie te fue a ver.

Yo me quedo en silencio, Tomasa pudo traducir que si, nadie de mis seres queridos fue a visitarme ni tan siquiera una vez. Me quedo un instante con mi mirada perdida. Miro a mi Nana, sonrío.

—Por suerte me escribía cartas con una persona. Esta me mantenía al tanto de todo lo que ocurría por aquí así que no soy ajena a la situación.

—¿Quién mi niña?

Me pregunta confundida. Yo sonrío. Sé que ella es en una de las pocas personas que puedo confiar. Pero hoy estoy cansada para conversar.

—Lo sabrás con el tiempo. Por ahora Tomasita necesito descansar ¿Si?

Me sonríe. Me ayuda a incorporarme y me abraza con todas sus fuerzas. Sonríe tocando mi rostro.

—Ta' bien mi niña,ta'bien descanse que hoy ha sido un día muy pero que muy largo.

—Dulces sueños Tomasa.

—Sueñe bonito niña Abi.

Estoy en la habitación de Constanse. Odio dormir solo. Soy un hombre con...necesidades. Cuando estuve seguro que todos dormían bajé hasta la segunda planta y entré a la habitación que estaba ocupando Constanse. Pasé frente a su puerta. Me quedé un instante mirándola en silencio. 

Me pregunto cómo lucirá durmiendo. Cómo será su piel sin... tanta ropa. No pude evitar apretar mi pantalón imaginandola sobre su cama con un simple camisón de seda. Su cabello rubio y rizado esparcido sobre las sábanas blancas y...sus labios.

—¿Qué te pareció tu esposa?

Constanse irrumpe mis pensamientos. Miro sus ojos verdes. Ella está seria pegada a mi hombro.

—¿De qué hablas Constanse?

—No te hagas el idiota. Pude ver cómo la mirabas. Te gusta.

Había olvidado lo celosa que era  Constanse. Aún siendo mi amante, dormíamos casi todas las noches juntos, incluso esta, que mi esposa, su prima, estaba en el mismo techo que ambos. La miro serio. 

—No Constanse, no me percaté en absoluto. Estaba más pendiente que nadie en la fiesta se fuera de lengua. Sabes que no podemos arriesgarnos. Ella y yo...no somos nada pero tampoco puedo ir por ahí mostrándome contigo. Estoy casado con ella y lo sabes.

Puedo ver en su mirada dolor. Ella nunca aceptó por completo que a pesar de ser... novios  desde antes de mi matrimonio, me haya casado con Abigahil.

—Ella no conoce a casi nadie Alexander. ¡Por Dios! ha estado fuera casi la mayor parte de su vida. 

Sonrío un poco. Toco su rostro. Ella me mira en silencio.

—Entonces, podemos estar tranquilos.

Ella me sonríe un poco. Mira mis ojos con deseo. Sé lo que quiere. Se desnuda lentamente, delante de mis ojos. Ella es divina, pechos grandes, caderas prominentes y un culo bien redondo.

Ella se acerca a mi cama y me comienza a tocar el rostro y mi pecho.

—¿Crees que es virgen?

Me pregunta entre besos y gemidos. Yo de pronto vuelvo a pensar en mi maldita mujer y...no sé. Pero no puedo evitar volver a pensar en sus ojos y sus labios.

—¿Abigahil? Por supuesto que no lo es.

—¿Cómo estás tan seguro?

Me separo de ella. Me mira seria. Aprieto mi mandíbula.

—Constanse.Una jóven rica y... no es por nada pero hay que aceptar que es... bonita. Sola en Europa con libre albedrío para hacer y deshacer con su vida y nadie te reprocha, por favor. Ella debió haber dejado más de un corazón en España.

 Me mira seria un instante. Me besa rápido.

—Si es así¿Por qué volvió? 

Me quedo un instante pensando en mi respuesta. Ahora que lo pienso...no lo sé. Ella estaba bien en Europa, lo sé. Recibía cartas en las cuales me mantenían informado de ella y...hasta dónde tenía entendido. Ella era feliz.

—De seguro terminó con algún amante y está dolida. Constanse por favor, olvida a tu prima, ella estará de vuelta en España en menos de cinco meses y tú y yo seguiremos siendo los mismos de siempre ¿De acuerdo?

Ella sonríe en silencio, me besa y mueve sus caderas desnudas sobre mi miembro ya duro. Me desnudo rápidamente. La coloco de espalda a mí y con sus pechos y hombros sobre la cama. Entro en ella rápido y duro, ella grita de placer, sé que le gusta duro. Me comienzo a mover rápido y preciso tomándola por los cabellos. Estoy casi por terminar. Siento sus gemidos. Miro su cabello sin parar de moverme. Su cabello no es de su rojo característico, sino de un rubio hermoso y sedoso. Su piel no es tan morena por el sol, todo lo contrario, estaba cuidada por el frío de Europa. Mi exitación crece aún más, ella gemía más seguido y sentí su orgasmo alrededor de mí. El clímax llego, mejor de lo que había sentido en semanas. Ella me abraza, me besa, me dice te amo, pero mi cabeza se encuentra buscando el porqué de dicha imagen en mi mente.

A la mañana siguiente estaba igual de exhausta. No había podido pegar ojo en toda la noche. No sabía que hacer, no quería vivir en el mismo techo de Alexander y mi prima Constanse. No quería tener que fingir todo el tiempo. 

Aún estoy en mi cama con mis ojos cerrados. Siento que abren mi puerta. Se sientan en el borde de mi cama y tocan mi rostro. Abro mis ojos.

Me encuentro con sus ojos azules. Me incorporo en la cama asustada. Él se levanta y me mira en silencio. Yo lo miro desde la cama tapándome con mis sábanas. Él mira el suelo y luego me mira.

—Perdón... sólo venía a decirte que...el desayuno está listo.

Sonrío un poco para disimular. Esto es una tortura. No poder decirle en la cara a este desgraciado que no me toque y que se aleje de mí es... desesperante.

— Ya...ya bajo. Gracias por avisar.

Él asienta en silencio y sale de la habitación. Yo vuelvo a respirar con tranquilidad.

Estoy desayunando en la terraza, el clima está estupendo. Alexander se sienta frente a mí. Yo sólo bebo de mi café.

—Ya todo está listo, sólo faltan tus maletas.

Dejo mi taza de café sobre la mesa. Miro sus ojos.

Bien Abigahil. Tú puedes.

—No iré.

—¿De qué hablas Abigahil?

Me mira confundido. Yo me aclaro la garganta.

—Quiero quedarme aquí.

—¿Por qué?

Suspiro. Esto está siendo más complicado de lo que esperaba. Había olvidado su carácter.

—Alexander... he estado lejos demasiado tiempo, quiero quedarme en mi hogar. Tomasa está aqui y sabes que ella es importante para mí. 

—Tomasa puede acompañarnos.

—No es necesario, a ella le gusta el campo, no quiero exponerla a la vida de la ciudad.

Él piensa su respuesta. Prende un cigarro y fuma. Mira mis ojos.

—Bien, te puedes quedar.Pero sólo tengo una condición.

—¿Cuál?

Él fuma. Toma una de mis manos. Yo debo aguantarme para no apartar la mía por reflejo. Miro sus ojos seria.

—Yo me quedo contigo.

¡Carajo!

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