Cuando sus compañeras de trabajo comenzaron a llegar, Thalía seguía estando tan nerviosa que no podía evitar sentir que temblaba entera. Pasó nerviosamente sus dedos por el escritorio, tratando de dejarlo limpio.
El ascensor se abrió, y su compañera Della salió con una cajita de plástico en la mano, llegó sonriendo hasta el escritorio de su amiga y coloco cuidadosamente el contenedor ahí, con una sonrisa dulce.
—Sabía que no comerías nada, así que te traje algo. Come, ¿de acuerdo?
La castaña se mordió los labios, con el corazón lleno de agradecimiento. No en todos los trabajos podías contar con una amiga como ella, es más, difícilmente podrías encontrar una amiga en cualquier sitio, sin envidias ni rivalidades, el género femenino podía ser complicado si se lo proponían.
Sonrió.
—Gracias —susurró, al ver que se acercaba la jefa de piso. Guardo la cajita en sus piernas, y comenzó a revisar en su ordenador los nuevos diseños que habían creado el día anterior para la colección de otoño-invierno, con colores cálidos, fuertes pero lindos, agradables. Hasta ahí estaba bien, los colores eran perfectos, desde el ocre hasta el añil, sutiles y pasionales al mismo tiempo.
Pero las telas eran otro mundo.
Sus ojos se abrieron como dos enormes monedas. No se podía creer que el diseñador estuviera hablando en serio con los precios. Los diseños eran increíbles, no lo podía negar jamás, él tenía un talento innato, y su asistente de vestuario también tenían buen ojo en cuanto a las modelos que iban a contratar.
Giselle Benavontte. Kailani Hiddleston. Amira Fallú.
Dios santo, los millones de dólares que iba a costar todo esto. Pedía telas como el damasco, cashmere, seda, lanilla, de los mejores proveedores. ¿Es que ese tipo quería dejarlos en bancarrota?
Apoyó la cabeza contra el escritorio.
—No puedo dejar el trabajo cuando hay tanto que hacer —susurró.
Estaba por levantarse para ir al baño a echarse algo de agua en el rostro para despejar sus ideas, porque se sentía sofocada. Pero entonces, escuchó la voz de su jefe.
—Thalía, ven a mi oficina.
Levantó la cabeza súbitamente, asustada como nunca lo había estado. ¿Se habría dado cuenta tan rápido? Pero eso era imposible, ella ni siquiera lo había visto entrar.
Tragó saliva al encontrarse con sus ojos aguamar, los cuales la miraban sin titubear.
—¿Sucede algo, jefe?
Él negó con la cabeza al principio, pero luego asintió.
—Te espero en mi oficina.
Ella lo vio ir, mientras se quedaba en su asiento guardando los documentos confidenciales sobre la colección. Eran sagrados, pocos tenían acceso a ellos, nunca se sabía en manos de qué personas podían caer, el espionaje corporativo era muy posible en esas fechas.
Su teléfono sonó. Lo busco entre el montón de carpetas, y contestó sin ver el número.
—¿Diga? —Apoyó el aparato contra su oreja y el hombro, para poderse acomodar la ropa.
—Aquí Lizzie, hablo para recordarte que vendrá el técnico hoy al edificio y tu internet sigue malo, ¿te parece bien si dejo trabajar al chico?
Suspiró.
—Pues sí, necesito trabajar en la noche y los datos son pésimos. Muchas gracias, deséame suerte.
—No hay porqué, Lía, ¿Sucede algo hoy? —La voz de su amiga denotaba un poco de preocupación.
Ella se apretó contra la pared de su cubículo, y susurró:
—Le he dejado una carta confesando todo, todo. Prácticamente mi corazón está ahí.
Se oyó una exclamación del otro lado de la línea.
—Te deseo mucha suerte, querida, Vas a necesitarla con ese machote.
Thalía sonrió.
—No es un machote. En fin, he de irme porque mi jefe me está esperando. —Se despidió.
Antes de colgar, la escuchó decir:
—Y como no te mueres por ir…
Entonces se dirigió a la oficina de presidencia, las manos le temblaban. Al pasar por el lugar de Sam, esta le mando una mirada cargada de odio. Jamás le dejaría pasar que por su culpa no es la secretaria de Alessandro.
—Mañana dicen que lloverá, por si gustas revolcarte en el barro —se burló de su cuerpo—, oink, oinklia.
Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no meterle un puñetazo en la garganta. En su lugar, le dedicó una sonrisa dulce bastante falsa.
—Pues ten cuidado mamita, no vaya siendo que el clima te reviente las chichis —escupió.
No le dio tiempo a responder porque apresuró el paso para llegar a la oficina de su jefe, pero el recuerdo de su cara roja le serviría por días para reír en sus ratos libres.
Al estar parada frente a la puerta de cristal, se vio así misma. Cabello castaño en un moño apretado, gafas negras con unos ojos miel detrás, labios finos sin pintar, al lado un pequeño lunar le hacía juego. Estaba usando un vestido color vino que enmarcaba su figura de corazón, y unos zapatos de plataforma que había usado por dos años seguidos. El gafete estaba prendado justo arriba de su pecho izquierdo.
Inhaló fuerte, y entró.
—Siéntate, tenemos que hablar. —Su tono era totalmente serio, por lo que se puso en alerta.
—¿De qué quiere que hablemos, señor Belicov?
Juntó sus manos encima de las piernas para estar totalmente inmóvil, para no delatarse.
—Sé mi pareja está noche —soltó sin rodeos.
Ella pestañeo sin entender. ¿Eso significaba que la carta le había conmovido? ¿Le pediría ser su esposa, adoptarían perritos, tendrían cinco hijos y serían felices por siempre?
—Oh, bueno… guao. ¿En verdad? ¿Y su prometida?
Él frunció el ceño.
—¿Por qué la mencionas? —Su tono era de confusión total.
La cara de Thalía se tornó igual o peor de roja que la de Samantha.
—Si, quiero decir… ¿No le molestará? Ya sabe cómo son los titulares.
Entonces sucedió algo extraño: su jefe se rió. Cuánto le encantaba verlo reír, aunque fuera a expensas de su confusión.
«Es tan perfecto», se suspiró así misma mentalmente.
—¡Maldita sea, Thalía! Mi familia prácticamente te siente parte de nosotros, hemos trabajado codo a codo hasta el cansancio. Natasha no será un problema, es que me harás falta porque ahí irá la modelo que quiere nuestro diseñador estrella.
Oh, así que solamente era eso. La decepción la asoló tan fuerte que esperaba no se le notara en el rostro.
Alessandro le dio una palmada a su mano que la puso colorada.
—Y tú, Lia, la vas a convencer de venir a trabajar con nosotros.
—¡¿Yooooo?! —exclamó, asustada.
—Claro, ella necesita una buena propuesta, y no acostumbra a hacer negociaciones con hombres porque suelen haber conflicto de intereses, en su opinión. Confío en ti para esto, Thalía.
Mordió sus labios, indecisa.
—Aunque quisiera no puedo. Verá, a esos eventos se lleva ropa elegante y yo…
Alessandro se levantó de repente, y entonces sus ojos reposaron en la carta. Debido al movimiento de él, se cayó al suelo, pero no se percató de nada.
—Eso tiene una solución bastante rápida, le diré a mi asis…
Thalía contuvo una risa.
—Señor, yo soy su asistente.
Él detuvo su andar a la puerta y regresó con el entrecejo fruncido.
—Cierto. Pues a la segunda asistente, Isabella. ¿Cuál era la línea directa? Es que casi no la llamo. —Se volvió a sentar y tomó el teléfono del escritorio.
Ella se aclaró la garganta.
—Nueve, señor.
Marcó el número, y le dio indicaciones de traer varios de los vestidos que no salieron nunca a la venta, guardados en la bodega. También le indicó que Elrick Donelli la maquillara en su casa. La casa de su jefe. El maquillador de las mujeres de su familia. Un vestido prácticamente inédito jamás puesto en circulación.
¿Qué carajos estaba pasando?
—Listo, ya está todo arreglado: tú y yo, está noche en el Palazzo, haciendo el dúo de los negocios como siempre.
Su corazón latió como idiota, no supo que decir. Las lágrimas amenazaban con caer desbordadas por sus mejillas. Por eso y más, Alessandro Belicov era el amor de su vida.
—De acuerdo, jefe. ¿A qué hora tengo que estar ahí?
Él revisó su reloj.
—Está a una hora de aquí, será mejor que nos vayamos ahora mismo en mi coche tan pronto nos traiga los vestidos Isa, entonces te llevaré a casa para que te ayuden con todo —hizo una mueca—, recuerda que Amira es muy difícil de convencer por su nacionalidad.
Asintió.
—No se preocupe, para eso estoy yo.
No le quiso sonreír como hubiera deseado porque los alineadores se le verían; ya había pasado por los brackets, solamente estaría usando los alineadores unos cinco meses más y el tratamiento terminaba.
—Lo sé, confío en ti.
Tocaron la puerta fuera, por dentro si se veía, pero por fuera no, era Isa con unas bolsas grandes, donde seguramente tenia los vestidos para ella.
—Pasa —ordenó Alessandro.
Isabella entro cuidadosamente, miró a Thalía y asintió como saludo.
—Tengo lo que me pidió, además de que ya le llamé al maquillador y está en camino a su casa. ¿Puedo ayudarle en algo más? —Su tono era formal. Isabella rozaba los veinte, pero era muy seria en su trabajo.
—Eso es todo, puedes retirarte, gracias.
Isa se inclinó respetuosamente y salió por la puerta con paso rápido.
—Bien, es hora, toma los vestidos y espérame en el estacionamiento. Tengo que hacer una llamada para reservar en el Palazzo, vamos de incognitos hoy. —Le guiño un ojo.
Ella se levantó, tomó los vestidos de sus manos y evito inhalar su aroma, porque él la miraba atentamente.
—Lo veo afuera, jefe.
Antes de darse la vuelta, le dio un último vistazo a la carta en el piso.
«¿Qué hago ahora?», pensó con preocupación.
Estaba metida hasta el cuello en un problemón y no sabía qué hacer para recuperar esa carta y hacer de cuenta que jamás la escribió.
Cuando bajo lentamente las escaleras, su corazón le seguía martilleando. Esperaba que los nervios no fueran totalmente evidentes, pero no solía ocultar muy bien sus emociones. Al llegar a la recepción se sentó en la sala de espera para descansar un poco. Si él descubría esa carta, su mundo se desmoronaba. Vale, sí, se la quería dar en un principio; pero también reconoció que no podía irse ahora, cuando la empresa enfrentaba algunas... crisis, crisis que ocultaban muy bien, pero la realidad es que la caída del dólar afectó sus inversiones en la bolsa. Tenían algunas deudas con los bancos y eso generó un sin fin de efectos dominó. Necesitaba recuperar la m*****a carta. Pero como si alguien estuviera escuchando sus pensamientos, unos segundos antes de que finalmente decidiera levantarse e ir en busca de la carta, su jefe apareció saliendo del ascensor. Joder. ¿Y ahora qué? —Será mejor que nos pongamos en marcha, Amira ya llegó al evento —avisó en cuanto llego a su lado. Thalía esta
Pareciera que el tiempo se había paralizado, todo alrededor carecía de importancia cuando sus ojos no podían dejar los de él, sus palabras la habían asustado. —¿Usted...? —susurró, con el corazón destrozado. Unas lágrimas quisieron aflorar en sus ojos, estaba totalmente avergonzada y lo único que quería era desaparecer en ese instante. —Sí. —Fue lo único que respondió. Respiro profundamente, tenía miedo de preguntar pero aun así, ella quería saberlo. Merecía saberlo. —¿Qué tanto...? Aleesandro alzó las cejas. —Todo. Las mejillas se le tornaron rojas, su respiración se aceleró y no pudo evitar cerrar los ojos, para tumbarse en el asiento. —Lo siento, Thalía. Sabes que no puedo corresponderte. Y si lo prefieres, olvidaré lo que leí y seguiremos como si nada hubiera pasado, ¿bien? —Le ofreció, cosa que ella agradeció demasiado. Asintió. —Por favor. Solo quiero que olvidemos eso. El silencio que le siguio a eso fue cuando menos incómodo, porque Thalía sabía lo estúpido que fue
El sonido de un celular sonó, logrando así que Thalía por fin lograse abrir los ojos. Estaba muy cansada, dolorida y con mucha hambre. A tientas, busco entre las cobijas su teléfono, y cuando sintió la vibración en su estómago, lo tomo con dificultad. Sin ver, apretó dos veces el botón de encendido para que el sonido dejara de reproducirse; probablemente era su alarma.Tenía la boca seca. Sentía que la garganta le quemaba, y no le gusto en lo absoluto la sensación que se traía en ese momento en la lengua, como si la hubiera pasado por un rayador, le escocía.Frunciendo el ceño, gimió en la cama y se negó a querer abrir los ojos. No tenía ganas de absolutamente nada, no quería ir a trabajar y enfrentar a su jefe, la carta y el ascenso. Simplemente no estaba de ánimos para enfrentarse a nada de eso, y su cuerpo no le estaba respondiendo, así que intento seguir dormida.Se dió la vuelta en la cama, pero fue un gran error, porque lo siguente que supo es que se encontraba tirada en el frío
—Por favor, es de mi de quien se trata, dímelo —le pidió. Alzó las manos, negando con la cabeza. —Yo no quería decírtelo, pero ya que insistes. —Se puso serio de repente—. Cuando te traía hacia la habitación, por alguna razón que desconozco, te quitaste el vestido, estabas muy enojada con el vestido. Hasta le pateaste. —¿YO? —exclamó, sin poder creer sus palabras. —Sí; tú. Te enojaba que yo estuviera más preocupado por el carísimo vestido que por ti, así que no querías saber nada de la prenda y me lo dejaste muy claro —contó. Si hubiera una forma de desaparecer de la nada, en ese momento se haría invisible y tomaría el primer avión que la llevase lejos de su jefe. Era la peor borrachera que se había pegado en su vida, y se prometió así misma que no habría segunda ocasión. Por un momento todo parecía estar perfecto, en orden. Aleesandro encontraba gracioso el asunto y eso ayudaba a no hacerla sentir tan tonta... Hasta que sonó el teléfono de él. Cuando leyó lo que estaba en la pa
La vida de Thalía nunca ha sido tan sencilla. Sufrió la muerte de su mejor amiga de la infancia hacia pocos años, y al sentirse sola sin la compañía de un amigo o amiga, busco refugio en los brazos equivocados. Sus padres estaban en México, a millas de distancia para aconsejarla, y sus hermanos y hermanas estaban tan concentrados en sus propias vidas, que jamás pensó en contactarlos por ayuda. Adrik fue un experto en hacerla infeliz. Primero, comenzó con el control sobre su tiempo. Si ese día ella tenía algún evento, alguna salida con compañeros de la escuela o lo que fuera, él solía inventarse alguna otra actividad que evitase a toda costa que ella fuera. Después fue por el lado económico. Bajo la excusa de quererla y apoyarla, la hizo dejar el trabajo de medio tiempo que le ayudaba con la universidad, ya que la beca solo cubría la mitad de los gastos. Thalía le creyó, confío. Gran error. Finalmente, la aisló de todos, estaba envuelta en una burbuja de la cual no podía salir.
Lanzó un suspiro de frustración. Se raspó las piernas con las uñas de sus dedos, no podía creerse lo que había sucedido en la sala de conferencias. Era lo que más quería y al mismo tiempo, lo que menos quería. ¿Por qué no pudo quedarse tranquila con su puesto? Al menos todavía podría estar ahí. Una hora. Estuvo ahí una hora, explicando todo y salió fenomenal. Consiguió que los proveedores firmen con ellos la compra de las telas a un precio de suerte. Muchos dirían que había logrado lo imposible, que acababa de hacer algo extraordinario. Y sí, lo logró. Pero le iba a costar un intercambio. Su jefe iba a mandarla a los nuevos puntos de venta que querían abrir en Francia. Ella sería la encargada por completo, con un sueldazo. Estaba subiendo un peldaño enorme en su carrera como financista. Aun así, su corazón se oprimía a cada instante que se imaginaba estando fuera del alcance de Aless. No podía creerse que estaba siquiera considerando rechazar tremenda oportunidad, pero las lágrimas