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Querido Jefe, Cásate Conmigo.
Querido Jefe, Cásate Conmigo.
Por: Lulú Diaz
Capítulo 1 | ¿Te gusta lo que ves?

La vida de Thalía nunca ha sido tan sencilla. Sufrió la muerte de su mejor amiga de la infancia hacia pocos años, y al sentirse sola sin la compañía de un amigo o amiga, busco refugio en los brazos equivocados. 

Sus padres estaban en México, a millas de distancia para aconsejarla, y sus hermanos y hermanas estaban tan concentrados en sus propias vidas, que jamás pensó en contactarlos por ayuda. 

Adrik fue un experto en hacerla infeliz. Primero, comenzó con el control sobre su tiempo. Si ese día ella tenía algún evento, alguna salida con compañeros de la escuela o lo que fuera, él solía inventarse alguna otra actividad que evitase a toda costa que ella fuera. 

Después fue por el lado económico. Bajo la excusa de quererla y apoyarla, la hizo dejar el trabajo de medio tiempo que le ayudaba con la universidad, ya que la beca solo cubría la mitad de los gastos. Thalía le creyó, confío. 

Gran error. Finalmente, la aisló de todos, estaba envuelta en una burbuja de la cual no podía salir. Cuando el primer golpe llegó, lo justificó. Cuando el segundo golpe llegó, se culpó. Pero cuando el tercero llegó con el intento de arrebatarle su virginidad, huyó tan rápido como pudo. 

—Nadie querrá jamás a una gorda como tú, mexicana, morena y estúpida. ¿Crees que alguien te creerá? —le escupió en el rostro luego de pegarle una fuerte patada en el hombro. 

Le fracturó los huesos. Aún tenía las marcas de los tornillos, cubiertos bajo un fino tatuaje de flores, con todo y espinas para recordarle que jamás debería enamorarse de un hombre que, en lugar de hacerla gritar de placer, la hiciera gritar de dolor. 

Así que ella creció, maduro y se convirtió una mujer atractiva físicamente, si, con unos cuantos kilos de más a los acostumbrados. En una profesionista porque jamás dependería de nadie y le demostraría a los que no creyeron en ella, que se podía renacer de las cenizas. 

Hasta que cayó enamorada de su jefe. Vaya cruel destino el que le tocó, porque deseaba a un hombre que no podría tener... ¿O sí? 

— • — 

Las cosas no iban muy bien para Thalía. 

Primero, se despertó tarde en un lunes, el inicio de la semana. Luego, olvidó los papeles que le habían encargado en el trabajo. Cuando eres secretaria de presidencia, eso no podía pasarte ni en tus peores momentos. Y más cuando su carrera prácticamente dependía de esos papeles, y su posibilidad de seguir cerca del hombre que amaba. 

Entonces tuvo que regresar a su departamento, imprimirlo y correr de nuevo a su trabajo. Trabajaba en una empresa de moda reconocida, "Belikov Style" como secretaria. Tenía varias funciones, pero la más importante tendría que ser prácticamente acatar las órdenes al pie de la letra de su jefe, Alessandro. Él odiaba a la gente impuntual, pero lo que más odiaba, era que no se cumpliera lo que mandaba. 

Así que cuando el despertador no logró despertarla en media hora, y sus necesidades fisiológicas la sacaron de la cama, supo que quizás ese día podría darse por despedida, liquidada y sin posibilidad de abogar por una segunda oportunidad. ¡Esta era la gran oportunidad! 

A pesar de tener un título en finanzas, no confiaban mucho en ella para trabajos importantes, y cuando se los daban, los arruinaba... Como ese día. Le había confiado su jefe los análisis de la propuesta de negocios de un proveedor, quizás el más importante del año, pero llegaba tarde. 

Si por su culpa se retrasaba la adquisición de las telas a tan solo unos meses de la colección de invierno, seguramente nadie querría contratarla JAMÁS. Sabía eso tanto como sabía que el satén era cómodo si sabías confeccionarlo. 

Tanto que rogó por la oportunidad, y ahora estaba a punto de perderla, además de perder su trabajo. No imaginaba que Alessandro le perdonase semejante falta de responsabilidad. Condujo su motoneta lo más rápido que pudo, pero, aun así, llegaba media hora tarde. Unas lágrimas estúpidas intentaron hacer su camino por sus ojos, pero se obligó a no dejarse vencer tan pronto. 

Un momento después, estacionó la moto en el estacionamiento de empleados, y corrió velocidad olímpica dentro del edificio. No se detuvo a saludar a nadie, únicamente tenía en mente llegar a la sala de reuniones, esperando que Dios no sea tan cruel con ella y que por alguna razón desconocida esté llegando a tiempo. Cuando llegó, respiró profundo para calmarse, se peinó bien el cabello, y luego empujó las puertas. 

Ahí estaba sentado su jefe, Alessandro Belikov. No había nadie más esperándole, de hecho, él estaba solo. 

Volteó a mirarla con una ceja alzada. 

—¿Tan temprano? —preguntó, con una mirada sorprendida. 

Thalía estaba muy, muy confundida. Volvió a mirar su reloj, y seguían siendo las nueve de la mañana. 

—P-pero… son las nueve de la mañana. 

El negó con la cabeza. 

—Qué raro, mi reloj dice que son las ocho en punto. ¿Sucede algo? 

Tratando de recordar la noche anterior, ella se tomó unos segundos para intentar recordar. Entonces, recordó que, en efecto, antes de dormir su amiga Lizzie le dijo que atrase su reloj si era necesario para llegar temprano ese día. Una llamarada de alivio le envolvió el corazón, y pudo apoyarse contra la pared, más tranquila. 

Como su jefe aún esperaba una respuesta, ella lo miró negando con la cabeza, seguro parecía una idiota. 

—Tooodo está bien, tengo listo lo que me ha pedido anoche y llegué temprano. ¿Qué podría estar mal? —Una risa nerviosa quería escapar por sus labios, pero los apretó con firmeza y juntó sus manos para que no temblasen. 

—Perfecto, entonces espero que venga preparada, usted me... "rogó" por esta oportunidad. Dicho en buenos términos, porque prácticamente me acoso —añadió él, con una intensa mirada que casi le hace suspirar a Thalía. 

Llevaba dos años enamorada de él. Prácticamente le soportaba sus malos humores, sus horas extras en el trabajo y hasta comprarle regalitos a sus conquistas. 

Ah, los imprevistos del amor. También llevaba dos años sabiendo que su jefe jamás la miraría de otra manera, no a ella. No a la secretaria miope, no americana y gorda. Bueno, no gorda mal, sino, gorda manzana. Pechos prominentes que le generó mucha inseguridad en la adolescencia, caderas anchas no notables con el traje de oficina, piernas grandes que con una patada te reiniciaba la vida... Y setenta kilos encima, más uno sesenta y cinco de estatura, que difícilmente competía con las chicas altas que entraban a desfilar.

En resumen, era la última mujer a la que llamarían para una pasarela cuando había recortes de presupuesto, porque ahí solo entraban chicas perfectas y ella rompía, en demasía, el molde que necesitaban.

Pero ahí estaba Thalía, en una empresa de moda siendo el coco brillante, la única razón por la que la habían contratado. Porque a pesar de desentonar por completo en el giro de la empresa, era muy buena financista. Sólo que eso apenas y le valía para su puesto de secretaria. Tristemente, carecía de experiencia. Así que solamente pudo pedir aquella oportunidad de demostrar su capacidad dos años después de ser contratada.

¿Lo malo? Era pésima bajo presión, reuniones y esas cosas. La ponían de nervios.

—Usted sabe cuánto necesito este empleo y, bueno, puedo hacer más. Puedo serles útil con mis conocimientos —Trató de apelar por su pellejo. 

Alessandro asintió, y le hizo un ademán para que se sentara. Ella lo hizo inmediatamente sin dudar. Algo que había aprendido demasiado pronto, era acatar las órdenes implícitas que su jefe le daba. 

Alessandro levantó las comisuras de sus labios en una sonrisa casi invisible. Ella se quedó embobada mirándole, cuánto le encantaba mirarlo y captar esos pequeños atisbos de que era más que un hombre de negocios. No supo qué hacer contra el hormigueo caliente que sentía en su vientre, las mariposas siempre estaban ahí sin poder evitarlo. Eran un recordatorio constante de que estaba viva, le hacían sentir única en el mundo. Capaz de amar a una persona, sin ser capaz de mirar a nadie como le miraba a él… desvío la mirada cuando lo miró fruncir el ceño por su escrutinio poco disimulado. 

—¿Te gusta lo que ves, Thalía? —susurró él. Sus ojos se habían oscurecido un poco. Aquellos ojos aguamar que tanto adoraba, le miraban entrecerrados, acechándola. Su piel oliva era tentadora, los labios carnosos y firmes que poseía eran una invitación al paraíso. Pero su cabello color chocolate ondulado en rizos bien trabajados le hacían quemar las manos, tenía tantas ganas de pasar los dedos entre esa mata oscura de cabello. 

Una bola de saliva se le quedó en la garganta, impidiéndole decir nada. Se quedó muda, con los ojos abiertos y sorprendidos. Maldito sea ese hombre y su encanto masculino innato. No tenía que hacer nada para que sus piernas se pongan a temblar y crear una humedad creciente entre sus piernas. 

Río nerviosamente y negó con la cabeza. Carraspeó como veinte mil veces su garganta, tenía que decir algo coherente. 

La humedad entre sus piernas ya era suficiente problema para agregarle que su jefe la cachara mirándole entero como si fuera un regalito de navidad. 

Qué suertuda la mujer que se case con él, se llevaba al hombre más ardiente, caballeroso y exitoso (por sus propios medios) que podía existir. 

—Absolutamente no, señor Belikov. Me quedé pensando, nada más. ¿No le pasa? —Se rascó el cuello, sintiéndose acalorada. 

No le alcanzó a responder, porque en ese momento tocaban a la puerta. Seguro que eran los proveedores y si tenía suerte, con eso conseguirían aún más alianzas con las boutiques más prestigiosas, este año Belikov Style planeaba extender sus sedes. 

Hoy era su día, y todo tenía que salir bien. Por lo que apartó de su cabeza al hombre que tenía al lado, pensándolo como un nabo podrido que tenía un virus si tan sólo le pensabas. Puso su mejor sonrisa, y abrió la puerta, dándole la bienvenida a los hombres. Esta vez estaban ante los proveedores de China, uno de los líderes en el marcado, con una calidad increíblemente buena. 

Si sólo fuera tan fácil de olvidarse de él… Pero estaba grabado a fuego en su atolondrado corazón. 

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