Capítulo 30.

“El amor a primera vista no existe”, dictamina la ciencia médica. Una fantasía romántica, dicen, un anhelo idealizado que todos desean vivir. Dos desconocidos se cruzan por azar, sus miradas se encuentran, una chispa los une en un instante, y de pronto creen haber hallado a su otra mitad. Los estudios lo explican con “el efecto halo”, un sesgo cognitivo que distorsiona nuestra percepción, haciéndonos idealizar a alguien por unos cuantos rasgos superficiales.

Pero Gabriel mandaba al diablo todas esas teorías. Ningún estudio, por riguroso que fuera, podría definir lo que solo él sabía con certeza absoluta: le bastaron apenas unos microsegundos para enamorarse de Lucía. Y ningún jodido efecto halo lo convencería de lo contrario.

Javier, inquieto por el estado de Gabriel, intentó hacerlo entrar en razón. En todos los años de amistad, jamás lo había visto tan perturbado, tan consumido por la ira. Conocer a Lucía había sido para él como un choque electromagnético, una sacudida brutal que lo
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