—¿Debo sentir miedo? —se preguntó Anastasia Ruiz cuando se detuvo frente a la puerta de la oficina del presidente ejecutivo. Los nervios amenazaban con quebrantar su serenidad.—¿Será un recorte de personal el motivo por el que me llamaron? —las voces en su mente socavaban su entereza. —No, no puede ser eso. A la compañía le va demasiado bien —reflexionó, tratando de calmarse.Las dudas se disiparon cuando escuchó su nombre.—Pase, el señor Duarte de León la espera —le informó la asistente.Anastasia avanzó con cautela dentro de la inmaculada y amplia oficina. Hasta ese momento, solo había estado en ese lugar cuando se requería limpieza y orden. Esta vez era diferente; se sentía extraña.Frente a ella, sentado tras un majestuoso escritorio, estaba el primogénito de Lionel Duarte de León. Los ojos verdes del atractivo hombre se apartaron de la pantalla del ordenador para posarse en ella.—Por favor, tome asiento, señora Ruiz —dijo Noah con amabilidad.Anastasia obedeció, aunque una sen
Gabriel se preparaba para practicar su nueva hazaña, una proeza que usaría en la competencia.Se colocó el traje y los guantes, dejando el casco para el final. Antes de ponérselo, revisó minuciosamente los componentes de su bicicleta. Sabía que todo estaba en su sitio, pero nunca estaba de más asegurarse.Quería concentrarse en su gran pasión: los deportes extremos. Sin embargo, su mente divagaba. Se había obligado a elegir entre sus tres pasiones, pero esta vez la que realmente lo hacía sentir vivo era la que más le inquietaba: Lucía.Había elegido los deportes extremos no solo porque eran su carrera, sino porque Lucía no era como las otras chicas con las que había salido y que podía dejar atrás sin esfuerzo. Ella era especial. Lo sorprendía cada día con una sonrisa distinta, con una risa despreocupada o con la manera en que se perdía en sus pensamientos cuando le hablaba.No lograba sacarla de su mente. La noche anterior no había podido dejar de pensar en ella ni en aquel beso robado
Lo primero que vio Verónica fue mi rostro cubierto de lágrimas. Sus brazos me sujetaron con fuerza en un abrazo.Al fondo, escuché a la madre de Verónica hablar por teléfono:—Tranquila, Anastasia, ella acaba de llegar y está bien —dijo antes de colgar.Sentí vergüenza de que la señora Mercedes me viera en un estado tan deplorable. Sin decir nada, se dirigió a la cocina y, minutos después, regresó con una taza de té de manzanilla.—Toma, cielo —dijo, extendiéndome la taza—. Y no te disculpes por presentarte así. No eres la primera ni la última que tiene desacuerdos con su madre.Luego miró a Verónica con ternura antes de volver a dirigirse a mí.—Eres bienvenida, Lucía. Aquí siempre habrá un lugar para ti. Quédate el tiempo que necesites. La habitación de mi hijo está disponible.—Gracias —respondí con toda la sinceridad del mundo.Mercedes iba a salir de la cocina, pero antes de cruzar la puerta, se giró hacia mí.—Los hijos pueden llegar a la mayoría de edad, incluso convertirse en
Un Encuentro DecisivoA las siete de la noche, llamaron a la puerta de la familia Ruiz. Don Andrés, con la cautela propia de los años, abrió y se encontró con un desconocido. Aquel hombre no parecía ser del barrio. Su porte era elegante, su cabello rubio, sus ojos verdes como la esmeralda. Alto y bien vestido, irradiaba seguridad, y el lujoso coche que aguardaba detrás de él solo aumentaba la impresión de que no pertenecía a ese lugar.—Disculpe… ¿está usted perdido? —preguntó don Andrés con una mezcla de curiosidad y desconfianza.El desconocido esbozó una sonrisa cortés antes de responder.—Buenas noches, señor. No estoy perdido. Busco a la señorita Lucía Ruiz.La sorpresa tensó el rostro de don Andrés.—¿Mi nieta?Antes de que pudiera agregar algo más, la voz de su hija interrumpió el momento.—Papá, ¿quién es? ¿Quién toca a la puerta?—Un joven caballero que pregunta por Lucía —respondió él sin apartar la vista del visitante.El comentario bastó para que Anastasia se apresurara ha
El investigador privado siguió a Noah a todas partes, capturando fotos y vídeos cada vez que se detenía en un semáforo o hacía un giro. Tenía que ser cuidadoso; un descuido con su equipo podría costarle el trabajo. Sin embargo, la paga era generosa y se acumulaba rápidamente. Debía esmerarse, valía la pena.Se estacionó sin ser detectado al ver que Noah hacía lo mismo. Le sorprendió que un hombre de su categoría se adentrara en un barrio tan humilde.—A ver, señor Duarte de León… Muestre lo que esconde —susurró el detective, tomando capturas de la casa.El vigilante silencioso esperó pacientemente hasta que Noah saliera y pudo continuar siguiéndolo por la ciudad. Suspiró con satisfacción al verlo salir.—Por fin —murmuró—. Si no fuera por la excelente paga, no habría aceptado este trabajo.Noah encendió su coche y reanudó su viaje. Su cazador le seguía los pasos. El trayecto no fue largo, apenas veinte minutos hasta que Noah estacionó nuevamente.Esta vez, la suerte del detective camb
—Lucía, te quiero en mis brazos —susurró Noah mientras nos fundíamos en un abrazo.Mi mente no callaba, las palabras en mi cabeza eran un torbellino. La sorpresa era una guillotina suspendida, pidiéndome a gritos que viera toda la historia desplegarse ante mí. Noah me había dicho que me amaba, pero yo aún no había decidido estar en sus brazos. Sin embargo, me sentía extasiada, como si la vida no pudiera tocarme, como si fuera invencible en ese instante suspendido.Él me abrazó con tanta ternura que me sentí levitar. Sus palabras no eran solo sonidos, se materializaban, se volvían reales. Abrí los labios para decirle “te quiero”, pero me detuve. En lugar de eso, me incliné hacia su oído y le susurré:—Déjame sostenerte… y mostrarte que aún vale la pena amar.Mi voz brotó cargada de urgencia, de la necesidad de protegerlo. Noah acariciaba mi rostro, y sentirlo era como tratar de explicar el fuego en la piel o el hielo sobre los labios: imposible de traducir con palabras. Todos mis senti
El alivio en los ojos de mi abuela al verme no tenía precio. Apenas crucé la puerta, corrió a abrazarme con fuerza. Mi abuelo también estaba presente, sereno, con su típica postura: las manos entrelazadas detrás de la espalda y esa mirada que siempre me transmitía una calma ancestral.Me sentí culpable. Culpable por haberles preocupado, especialmente a ella, que atravesaba un proceso tan doloroso. En ese instante comprendí realmente lo que significa: “No tomes decisiones con la rabia a flor de piel o con la felicidad inundando tus neuronas”, porque cuando la euforia se disipa, la realidad te grita al oído: “La has cagado”.—Siento muchísimo haberme comportado como una déspota inmadura —susurré, aún aferrada al pecho de mi abuela.—No digas nada más, mi amor. Lo importante es que estás aquí… y que este caballero te trajo de regreso a nosotros —respondió, alzando luego la mirada hacia Noah.—Gracias por cumplir tu palabra —añadió, con voz suave pero cargada de gratitud.—Una promesa es
Ahí estaba yo, esperando a Verónica para cumplir mi promesa suicida: ir a ver a Gabriel. El sonido de la corneta del coche anunció su llegada. Bajó el vidrio, revelando su rostro espectacular enmarcado por unos lentes de sol que contrastaban con su melena rojiza y brillante.—¡Sube, que desfallezco de hambre! —exclamó con su dramatismo habitual.No perdí tiempo y me acomodé en el asiento del copiloto. Yo también me moría de hambre.Verónica arrancó el coche y puso música suave. Antes, programó el GPS que nos llevaría directo a la casa de Gabriel.—Vaya, lo tienes todo planeado —comenté.—Querida amiga, Javier y yo hablamos cada segundo. Anoche me pasó la dirección. Quería venir por nosotras, pero le ahorré el viaje. Noah va a explotar si se entera de que te acompaño a ver a Gabriel… Pero bueno, que se aguante, primero fue sábado que domingo.—Ni lo digas, por favor. Yo quedo peor. Noah me prohibió acercarme a Gabriel.—Entiendo la postura de Noah. Gabriel le declaró la guerra abiertam