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Llegué a casa de Boris, sabía que aquí estaría Rafael, nuestro abogado. Según Boris, el hombre lo tenía todo para ser el hombre perfecto: era educado, trabajador, amoroso y muy detallista. Según, nadie sabe por qué su esposa se divorció y se fue con alguien más. Grandes misterios de la vida. Pero yo intuía el porqué. Rafael era… muy feo. Un golpe en los huevos era mucho mejor que verlo, y su plática tampoco era tan amena ni divertida. Hablar con Rafael era sumamente aburrido y desesperante, pero el tipo era excelente en su trabajo, eso sí se tiene que reconocer.

— ¡Dima! — gritó Anna, la hija de Boris.

Ella corrió hacia mí y me abrazó. Yo la cargué de inmediato. Anna era preciosa, con suaves rizos dorados y ojos azules que enmarcaban su rostro. Parecía una muñequita, de esas que debes coleccionar. Tenía seis años, pero era la niña más inteligente que conocía.

— Pipa ha parido, y te he guardado un gato — me dijo con una sonrisa.

Yo sonreí forzadamente. Yo no era bueno con los animales,
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