—Me gustaría que hubiera mariposas —dijo Ingen, explorando entre las plantas del jardín.
Las mariposas se alimentan del néctar de las flores. Quizás si hubiera flores podría haber mariposas. Sam se quedó pensativa mirando al niño. Había encontrado una libélula y la veía con curiosidad.
—Las libélulas también son lindas —dijo Sam, agachándose a verla junto a él
—Pero no son mariposas, no tienen las alas de colores.
El insecto, de enormes ojos saltones, agitó las alas al tiempo que un ulular de sirenas empezó a oírse a lo lejos. Alzó el vuelo cuando los autos de la policía pasaron por el camino a unos cinco metros de distancia. Ingen y Sam se miraron y corrieron hacia la mansión. No se atrevieron a dejar la seguridad que la espesura del boscoso jardín les ofrecía. Ocultos tras unos matorrales vieron a los policías bajar de los autos y entrar a la casa.
La curiosidad de Sam la tenía al borde de un colapso nervioso. Le picaban los pi
Luego del desayuno, Sam citó a Ingen en el jardín. Tenía un plato con trozos de frutas y agua. También algunas piedras pequeñas.—Es un comedero para mariposas. Ya que no hay flores, les dejaremos esto para que se alimenten.Ingen abrió de par en par los ojos, maravillado por la increíble idea de Sam. El plato estaba sujetado por unos ganchos que le permitieron colgarlo de las ramas de un árbol.—Deberás asegurarte de que siempre tenga fruta fresca y de que no le lleguen hormigas. Y así, en algún momento, una bella mariposa que pase volando encontrará este pequeño rincón del jardín tan acogedor y se quedará. Con ella vendrán otras y todo se llenará de color.Ingen tenía una sonrisa de oreja a oreja. La vida en la mansión nunca había sido tan mágica y todo gracias a su adorada Sam.—Kel te ayudará a cambiar la fruta y el agua, sólo debes decírselo.—¿No me ayudarás tú?
El hermoso mar de aguas turquesas resplandecía frente a los ojos de Vlad, ocultos tras unas gafas oscuras. La suave brisa salobre lo refrescaba del implacable sol. La playa no era de sus lugares favoritos, mucha luz, mucho calor, mucha gente. Caminaba por las arenas blancas buscando una tienda de recuerdos.Un sendero de madera lo guio hacia unos bungalós, con sus techos de fibra vegetal, tan comunes en las playas de Bora Bora. Entró a uno. El dependiente estaba de espaldas, ordenando unas figuritas en un estante. Eran pequeños tótems, con tallados de animales antropomórficos. Una jovencita se asomó tras el mostrador.—Good morning. How can I help you? (Buenos, días ¿En qué puedo ayudarle?) —preguntó la muchacha, con acento afrancesado.Vlad había aprendido inglés y francés también, pero sabía perfectamente que el dependiente hablaba español.
A las cinco y media de la mañana sonó el despertador. La blanca mano de Elisa lo apagó. Salió de la cama y se metió al baño. Se duchó por diez minutos y fue a prepararse el desayuno. Cereal dietético con leche de almendras y una manzana cocida. Se cepilló los dientes y fue a vestirse. Tenía en el clóset preparados todos sus atuendos para la semana. Se puso el traje de dos piezas, las medias, cepilló su cabello, lo ató en un coleta y se maquilló. Maquillaje para día, sutil, todo en tonos nude. Elisa lucía radiante, pulcra y perfecta de pies a cabeza. Ninguna arruga había en sus ropas, ningún cabello fuera de su coleta, nada de ojeras ni de preocupación, nada en su expresión. Abrió el compartimiento de los zapatos. Estaban ordenados por tipo y color. Los de trabajo primero, más atrás los informales, los deportivos, los de descanso. En un rincón en la última fila estaban los viejos y descocidos zapatos de su madre.Una vez lista fue por su bolso, guardó en él
Vlad puso por primera vez un pie en INVERGROUP y no logró ir más allá del vestíbulo, Ken no había llegado todavía. Eran poco más de las siete de la mañana después de todo. Se quedó esperándolo, sentado en los sillones que había junto a un ventanal. La gente iba y venía, empleados presurosos y sonrientes. El vestíbulo tenía varios accesos por los que ingresaba luz natural, era un lugar luminoso. Del otro lado del ventanal había una pileta con peces en su interior. Unos naranjos con pintas negras, carpas supuso. De vez en cuando alguno se asomaba en la frontera donde el agua se juntaba con el aire y boqueaba. Espiaban a su alrededor, al mundo en el que estaba inmerso su pequeño mundo acuático. Luego volvían a nadar en círculos, pasando una y otra vez por el mismo sitio y así durante su vida entera. A Vlad todo le dio vueltas y se aferró la cabeza.No le gustaban los peces como mascotas. Eran prisioneros. Al menos las aves, si se presentaba la oportunidad, po
Volando en la inmensidad del cielo a velocidad de crucero, Sam estaba tan lejos del suelo que su mente había perdido cualquier límite racional. Nada frenaba ya sus pensamientos, por locos o retorcidos que fueran. Se sentía como una enajenada, de pies a cabeza. Tal vez todo lo vivido en los últimos meses por fin la había hecho perder la cordura, era imposible que estuviera bebiéndose una copa con su cantante favorito, y que ese ídolo del rock fuera un hombre que había muerto hacía diez años, una reverenda locura.—¿Eres Maximov Sarkov?Si hasta preguntarlo la desquiciaba. En vez de aprovechar el coqueteo del hombre y gozar de todo el placer que estaba dispuesto a entregarle, ella echaba a correr su mente detectivesca para sacar las más espeluznantes conclusiones. Maximov tenía el cabello castaño y ojos grises, muy diferentes de los celestes de Caín y de su pelo rubio. Pero había algo en él, lo mismo que creía recordar al ver las fotografías
Sam posó la mano en la cabeza de Ingen, mirando a ambos lados del pasillo.—¿Te trajo Vlad?Ahí acababa su record de treinta y un días sin pronunciar su nombre. Y sin desear volver a verlo.—Me trajo Leo —dijo él, sin soltarla.—¿Quién es Leo?—Mi Markus.Sam cerró la puerta. Caminó hacia el sofá de la sala con Ingen todavía abrazándola. Encendió la luz y lo hizo sentarse. Estaba él muy pálido y ojeroso.—Ingen ¿qué pasó?El relato del niño dejó a Sam helada, después su sangre ardió y apretó los puños con furia. Cuando Caín se asomó luego de unos quince minutos, ella tenía los ojos llorosos y mirada de asesina.—Quédate con él —le pidió cuando pasó por su lado para irse por el pasillo, echando humos.Había sonado como una amenaza. A lo lejos se oyó un feroz portazo, seguido de gritos furiosos y un sin fin
—¿Qué hacía esa mujer aquí? —preguntó Elisa, abotonándose la blusa.—No sé ni me interesa. Hablaré con los guardias para que ya no la dejen entrar —dijo Vlad, rodeándola de la cintura.Iba a besarla, ella lo esquivó.—Debimos ir a tu habitación.—Pero aquí es más divertido —aseguró él, con una perversa sonrisa mientras pasaba la mano sobre su escritorio—. Las camas son aburridas, son para dormir.—Me gustaría que me dejaras dormir en tu cama alguna vez.—¿Para qué? Ni a mí me gusta esa cama, yo prefiero la tuya, iré a verte esta noche. —Intentó besarla nuevamente.Ella volvió a rechazarlo y se apartó de él.—No te abriré la puerta —dijo, poniéndose sus lentes y colgándose el bolso al hombro.—Entraré por la ventana ¿Crees que no puedo? ¿Qué son diez pisos para Vlad Sarkov? Escalaré hasta tu habitación y te castigaré por ma
Las suposiciones no dejaban de enredarse en la cabeza de Sam, que ya le dolía de tanto pensar. Había llamado a Vincent por ayuda. Entrar a la clínica psiquiátrica para ver a una paciente con prohibición de visitas no sería nada sencillo, sería imposible para una persona común y corriente, pero no para ella y su determinación de hierro, no para ella y su curiosidad insaciable.Para Anya Sarkov, alias “la dama”, como la conocían sus compañeras de sección, fue una verdadera sorpresa cuando se enteró de que la estilista que iría ese día a arreglarles el cabello no era otra que Samantha, con la peluca que siempre usaba, la peluca de Maya, su alter ego audaz.—No me creo que esté loca —le dijo en cuanto la vio.Sin maquillaje, sin sus productos para el cabello ni sus cremas o su ropa de diseñador, Anya parecía una mujer común y corriente. Seguía viéndose hermosa y, por extraño que fuera, parecía sumamente relajada.
Último capítulo