Las suposiciones no dejaban de enredarse en la cabeza de Sam, que ya le dolía de tanto pensar. Había llamado a Vincent por ayuda. Entrar a la clínica psiquiátrica para ver a una paciente con prohibición de visitas no sería nada sencillo, sería imposible para una persona común y corriente, pero no para ella y su determinación de hierro, no para ella y su curiosidad insaciable.
Para Anya Sarkov, alias “la dama”, como la conocían sus compañeras de sección, fue una verdadera sorpresa cuando se enteró de que la estilista que iría ese día a arreglarles el cabello no era otra que Samantha, con la peluca que siempre usaba, la peluca de Maya, su alter ego audaz.
—No me creo que esté loca —le dijo en cuanto la vio.
Sin maquillaje, sin sus productos para el cabello ni sus cremas o su ropa de diseñador, Anya parecía una mujer común y corriente. Seguía viéndose hermosa y, por extraño que fuera, parecía sumamente relajada.
—¿En serio no me vas a abrir la puerta?Vlad esperó por una respuesta. Nada se oía del interior del departamento de Violeta. Incluso ella se había ido de la empresa sin despedirse, así de enojada estaba.—Pasé por comida árabe. Si escalo hasta tu ventana voy a caerme ¿No te importa que me lastime?Silencio absoluto.—Bien. Haz que me entierren junto a Maximov. Ya sabes qué flores llevar a mi tumba. —Alcanzó a alejarse tres pasos de la puerta cuando la oyó abrirse.Sin siquiera mirarlo, ella se fue por un pasillo. Vlad la siguió hasta la cocina. Bebía un batido de los mismos que le preparaba cuando eran jóvenes, los mismos que a Sam le quedaban tan espantosos. Vlad cogió unos platos y sirvió lo que había comprado. A ella le gustaba la comida árabe. En una ocasión, sus padres cenaron con un jeque en casa. Él atrapó a Violeta comiendo de las sobras en la cocina. Ahora las cosas habían cambiad
Secándose las lágrimas que aún le humedecían el rostro, Sam, sentada en los escalones que había en la entrada de la mansión, vio a los policías cargar la camilla en que iba la bolsa con el cadáver. Recordar la espantosa visión en el fondo del pozo la hacía estremecerse. Sus ropas mojadas seguían oliendo a las húmedas entrañas de la tierra, al caldo de cultivo en que se había descompuesto por tanto tiempo el cuerpo. Las náuseas la mantenían consciente, el miedo le mantenía el corazón latiendo, la curiosidad la mantenía en su lugar.Vlad terminó de hablar con los policías. Los hombres abordaron las patrullas y empezaron a dejar la mansión. Las sirenas le retumbaron a Sam en la cabeza, que estaba hecha papilla. Se acurrucó más en la manta que la envolvía.—¿Quién era? —le preguntó a Vlad cuando se acercaba hacia ella.—No es asunto tuyo. Lárgate de una vez y no vuelvas.—Claro que es asunto mío, yo me lo enco
La alarma del despertador trajo a Violeta del mundo de los sueños. La apagó y miró a su lado. Vlad dormía. Ella lo había visto dormir muchas veces. En el pasado, h**o ocasiones en que entraba a su habitación para verlo dormir. Él nunca lo supo. Podía quedarse por horas completas observándolo, hipnotizada por el tenue vaivén de su pecho, por la serena melodía que entonaba su corazón. Conocía el ritmo de su respiración a la perfección, lo recordaba con su prodigiosa memoria: las veces que respiraba en un minuto, los latidos que se sucedían en el mismo tiempo, esas eran las cifras que guardaba en la parte de su mente reservada para Vlad. Era más importante que la fecha de su cumpleaños, más importante que su número de teléfono.Pegó el oído contra su pecho y contó los latidos. Era una melodía diferente, con un ritmo diferente; él estaba despierto.Vlad la oyó salir de la cama y abrió los ojos. No lo había besado ni acariciado al despertar. Ap
Caín miró hacia abajo, donde su guitarra favorita acababa de morir. La suerte se había terminado.Entró al pequeño departamento cargando su adorada guitarra. No era la primera que había tenido, pero era la primera que consiguió cuando comenzó su nueva vida, cuando dejó de llamarse Maximov. De eso había pasado casi un año. Estaba teniendo una buena jornada hasta que la lluvia lo hizo dejar la esquina que había convertido en su escenario. Algún día, el poco dinero que recibía se multiplicaría y su escenario estaría entre las estrellas. Dejó la guitarra en la mesa, junto con una bolsa. Buscó algo para secar su cabello. Violeta apareció por el pasillo, también tenía el cabello mojado. —Compré pan y leche, no me alcanzó para nada más, la lluvia lo arruinó todo. Mañana iré a otro bar para ver si me dejan tocar. Lo haré gratis, sólo por las propinas de los clientes. ¿Qué tal tu d
La paciencia no era infinita, tenía un límite y la de Sam ya había llegado al suyo.—¡Ay ya cállate de una vez! —le gritó a Vlad, levantándose—. Ya has hablado lo suficiente y sólo has dicho estupideces. Ahora será mi turno de hablar y pobre de ti si me interrumpes. Sam entró a la mansión y Vlad no tardó en ir tras ella. En el despacho podrían tener privacidad así que subió las escaleras. Iba en las del segundo piso cuando recordó lo último que había visto a Vlad hacer en el lugar. Se detuvo de golpe y bajó para ir al salón. Vlad la seguía a cada paso que daba. —Siéntate —le ordenó. Él obedeció. Envuelta en la manta, Sam caminaba de un lado a otro. Ponía en orden todas sus ideas, para mayor claridad de su discurso. No estaba segura de estar haciendo lo correcto, pero la adrenalina de ver al cadáver la dominaba. No dejaba de temblar y, si no sacaba lo que tenía atr
El trabajo de un buen jardinero era mantener las malas hierbas fuera del jardín y procurar el mejor ambiente para el resto de las plantas. A eso se dedicaba su padre y a eso quería dedicarse ella también.—¿Qué estás haciendo con esto? —le preguntó su madre, arrebatándole el libro sobre botánica. Había sido un regalo de su padre. —Quiero aprender sobre las flores —dijo Violeta. —Ni siquiera sabes leer, qué vas a aprender. Ve a buscar leña y date prisa.Ella tenía ya seis años y jamás había ido a la escuela. Allí no le enseñarían nada útil para sobrevivir, eso decía su madre. Su padre no opinaba. Mientras la casa estuviera limpia, hubiera un plato de comida en la mesa y alcohol al llegar del trabajo, todo estaría bien para él. Su padre trabajaba cuidando flores. Para tal labor, sus manos debían ser sumamente gent
—¿Elisa? ¿Qué haces aquí? —preguntó Sam, mirando a la mujer que venía por el pasillo.La sorpresa de Elisa era tanta como la de Sam y Caín, pero no se le notó en lo absoluto.—Supe que Caín estaba aquí y vine a visitarlo. Sam miró al hombre. Sus ojos, todavía enrojecidos, parecían aterrados. —¿Eres su fan también? —Por supuesto. Sam no se lo creía. Ella tenía mucha imaginación, pero pensar en Elisa, tan formal y compuesta, rockeando como una loca desatada, le resultaba muy difícil. —Parece que te dieron una paliza. Me preguntaba por qué habría sido, pero ya me estoy haciendo una idea. —Elisa miró a Sam. Caín se levantó, interponiéndose entre ambas mujeres. —Ven, hablemos afuera. —Cogió a Elisa del brazo.
Los minutos que les había tomado llegar al sitio en que estaban Sam y Maximov se le habían hecho eternos. Para Vlad, el tiempo se había detenido por instantes cuando vio el mal encarnado en los ojos de una joven mujer, que había amado desde los doce años, que veía a diario en su empresa y a quien no conocía en lo absoluto.Y ahora, en la tenue oscuridad del silo, el tiempo volvió a detenerse cuando vio los brillantes y atemorizados ojos de Sam, encogida y temblando en el suelo.En el acogedor silencio que había empezado a habitar en su dormitorio, Vlad observaba a Sam dormir. Le tenía la mano apoyada en la cintura y se mantenía a la distancia suficiente para tener una buena vista de su rostro. Ella había aceptado ser su novia secreta y seguía a su lado pese a que él vivía en el mismísimo infierno. Sam dormía con la pacífica serenidad de un ángel. Le gustaba verla así, esa serenidad se le contagiaba, pero sólo