Volando en la inmensidad del cielo a velocidad de crucero, Sam estaba tan lejos del suelo que su mente había perdido cualquier límite racional. Nada frenaba ya sus pensamientos, por locos o retorcidos que fueran. Se sentía como una enajenada, de pies a cabeza. Tal vez todo lo vivido en los últimos meses por fin la había hecho perder la cordura, era imposible que estuviera bebiéndose una copa con su cantante favorito, y que ese ídolo del rock fuera un hombre que había muerto hacía diez años, una reverenda locura.
—¿Eres Maximov Sarkov?
Si hasta preguntarlo la desquiciaba. En vez de aprovechar el coqueteo del hombre y gozar de todo el placer que estaba dispuesto a entregarle, ella echaba a correr su mente detectivesca para sacar las más espeluznantes conclusiones. Maximov tenía el cabello castaño y ojos grises, muy diferentes de los celestes de Caín y de su pelo rubio. Pero había algo en él, lo mismo que creía recordar al ver las fotografías
Sam posó la mano en la cabeza de Ingen, mirando a ambos lados del pasillo.—¿Te trajo Vlad?Ahí acababa su record de treinta y un días sin pronunciar su nombre. Y sin desear volver a verlo.—Me trajo Leo —dijo él, sin soltarla.—¿Quién es Leo?—Mi Markus.Sam cerró la puerta. Caminó hacia el sofá de la sala con Ingen todavía abrazándola. Encendió la luz y lo hizo sentarse. Estaba él muy pálido y ojeroso.—Ingen ¿qué pasó?El relato del niño dejó a Sam helada, después su sangre ardió y apretó los puños con furia. Cuando Caín se asomó luego de unos quince minutos, ella tenía los ojos llorosos y mirada de asesina.—Quédate con él —le pidió cuando pasó por su lado para irse por el pasillo, echando humos.Había sonado como una amenaza. A lo lejos se oyó un feroz portazo, seguido de gritos furiosos y un sin fin
—¿Qué hacía esa mujer aquí? —preguntó Elisa, abotonándose la blusa.—No sé ni me interesa. Hablaré con los guardias para que ya no la dejen entrar —dijo Vlad, rodeándola de la cintura.Iba a besarla, ella lo esquivó.—Debimos ir a tu habitación.—Pero aquí es más divertido —aseguró él, con una perversa sonrisa mientras pasaba la mano sobre su escritorio—. Las camas son aburridas, son para dormir.—Me gustaría que me dejaras dormir en tu cama alguna vez.—¿Para qué? Ni a mí me gusta esa cama, yo prefiero la tuya, iré a verte esta noche. —Intentó besarla nuevamente.Ella volvió a rechazarlo y se apartó de él.—No te abriré la puerta —dijo, poniéndose sus lentes y colgándose el bolso al hombro.—Entraré por la ventana ¿Crees que no puedo? ¿Qué son diez pisos para Vlad Sarkov? Escalaré hasta tu habitación y te castigaré por ma
Las suposiciones no dejaban de enredarse en la cabeza de Sam, que ya le dolía de tanto pensar. Había llamado a Vincent por ayuda. Entrar a la clínica psiquiátrica para ver a una paciente con prohibición de visitas no sería nada sencillo, sería imposible para una persona común y corriente, pero no para ella y su determinación de hierro, no para ella y su curiosidad insaciable.Para Anya Sarkov, alias “la dama”, como la conocían sus compañeras de sección, fue una verdadera sorpresa cuando se enteró de que la estilista que iría ese día a arreglarles el cabello no era otra que Samantha, con la peluca que siempre usaba, la peluca de Maya, su alter ego audaz.—No me creo que esté loca —le dijo en cuanto la vio.Sin maquillaje, sin sus productos para el cabello ni sus cremas o su ropa de diseñador, Anya parecía una mujer común y corriente. Seguía viéndose hermosa y, por extraño que fuera, parecía sumamente relajada.
—¿En serio no me vas a abrir la puerta?Vlad esperó por una respuesta. Nada se oía del interior del departamento de Violeta. Incluso ella se había ido de la empresa sin despedirse, así de enojada estaba.—Pasé por comida árabe. Si escalo hasta tu ventana voy a caerme ¿No te importa que me lastime?Silencio absoluto.—Bien. Haz que me entierren junto a Maximov. Ya sabes qué flores llevar a mi tumba. —Alcanzó a alejarse tres pasos de la puerta cuando la oyó abrirse.Sin siquiera mirarlo, ella se fue por un pasillo. Vlad la siguió hasta la cocina. Bebía un batido de los mismos que le preparaba cuando eran jóvenes, los mismos que a Sam le quedaban tan espantosos. Vlad cogió unos platos y sirvió lo que había comprado. A ella le gustaba la comida árabe. En una ocasión, sus padres cenaron con un jeque en casa. Él atrapó a Violeta comiendo de las sobras en la cocina. Ahora las cosas habían cambiad
Secándose las lágrimas que aún le humedecían el rostro, Sam, sentada en los escalones que había en la entrada de la mansión, vio a los policías cargar la camilla en que iba la bolsa con el cadáver. Recordar la espantosa visión en el fondo del pozo la hacía estremecerse. Sus ropas mojadas seguían oliendo a las húmedas entrañas de la tierra, al caldo de cultivo en que se había descompuesto por tanto tiempo el cuerpo. Las náuseas la mantenían consciente, el miedo le mantenía el corazón latiendo, la curiosidad la mantenía en su lugar.Vlad terminó de hablar con los policías. Los hombres abordaron las patrullas y empezaron a dejar la mansión. Las sirenas le retumbaron a Sam en la cabeza, que estaba hecha papilla. Se acurrucó más en la manta que la envolvía.—¿Quién era? —le preguntó a Vlad cuando se acercaba hacia ella.—No es asunto tuyo. Lárgate de una vez y no vuelvas.—Claro que es asunto mío, yo me lo enco
La alarma del despertador trajo a Violeta del mundo de los sueños. La apagó y miró a su lado. Vlad dormía. Ella lo había visto dormir muchas veces. En el pasado, h**o ocasiones en que entraba a su habitación para verlo dormir. Él nunca lo supo. Podía quedarse por horas completas observándolo, hipnotizada por el tenue vaivén de su pecho, por la serena melodía que entonaba su corazón. Conocía el ritmo de su respiración a la perfección, lo recordaba con su prodigiosa memoria: las veces que respiraba en un minuto, los latidos que se sucedían en el mismo tiempo, esas eran las cifras que guardaba en la parte de su mente reservada para Vlad. Era más importante que la fecha de su cumpleaños, más importante que su número de teléfono.Pegó el oído contra su pecho y contó los latidos. Era una melodía diferente, con un ritmo diferente; él estaba despierto.Vlad la oyó salir de la cama y abrió los ojos. No lo había besado ni acariciado al despertar. Ap
Caín miró hacia abajo, donde su guitarra favorita acababa de morir. La suerte se había terminado.Entró al pequeño departamento cargando su adorada guitarra. No era la primera que había tenido, pero era la primera que consiguió cuando comenzó su nueva vida, cuando dejó de llamarse Maximov. De eso había pasado casi un año. Estaba teniendo una buena jornada hasta que la lluvia lo hizo dejar la esquina que había convertido en su escenario. Algún día, el poco dinero que recibía se multiplicaría y su escenario estaría entre las estrellas. Dejó la guitarra en la mesa, junto con una bolsa. Buscó algo para secar su cabello. Violeta apareció por el pasillo, también tenía el cabello mojado. —Compré pan y leche, no me alcanzó para nada más, la lluvia lo arruinó todo. Mañana iré a otro bar para ver si me dejan tocar. Lo haré gratis, sólo por las propinas de los clientes. ¿Qué tal tu d
La paciencia no era infinita, tenía un límite y la de Sam ya había llegado al suyo.—¡Ay ya cállate de una vez! —le gritó a Vlad, levantándose—. Ya has hablado lo suficiente y sólo has dicho estupideces. Ahora será mi turno de hablar y pobre de ti si me interrumpes. Sam entró a la mansión y Vlad no tardó en ir tras ella. En el despacho podrían tener privacidad así que subió las escaleras. Iba en las del segundo piso cuando recordó lo último que había visto a Vlad hacer en el lugar. Se detuvo de golpe y bajó para ir al salón. Vlad la seguía a cada paso que daba. —Siéntate —le ordenó. Él obedeció. Envuelta en la manta, Sam caminaba de un lado a otro. Ponía en orden todas sus ideas, para mayor claridad de su discurso. No estaba segura de estar haciendo lo correcto, pero la adrenalina de ver al cadáver la dominaba. No dejaba de temblar y, si no sacaba lo que tenía atr