XCVI Ira y sorpresa

Sam posó la mano en la cabeza de Ingen, mirando a ambos lados del pasillo.

—¿Te trajo Vlad?

Ahí acababa su record de treinta y un días sin pronunciar su nombre. Y sin desear volver a verlo.

—Me trajo Leo —dijo él, sin soltarla.

—¿Quién es Leo?

—Mi Markus.

Sam cerró la puerta. Caminó hacia el sofá de la sala con Ingen todavía abrazándola. Encendió la luz y lo hizo sentarse. Estaba él muy pálido y ojeroso.

—Ingen ¿qué pasó?

El relato del niño dejó a Sam helada, después su sangre ardió y apretó los puños con furia. Cuando Caín se asomó luego de unos quince minutos, ella tenía los ojos llorosos y mirada de asesina.

—Quédate con él —le pidió cuando pasó por su lado para irse por el pasillo, echando humos.

Había sonado como una amenaza. A lo lejos se oyó un feroz portazo, seguido de gritos furiosos y un sin fin

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