Sentado en su trono, eso pensaba Vlad del asiento de su oficina, oía los detalles de su agenda de la semana. Lo más próximo era una reunión a las tres de la tarde. Una aburrida reunión como tantas otras. No importaba. En su empresa no se movía un papel sin que él lo supiera, sólo allí todo ocurría como él deseaba y nadie obraba a sus espaldas. Allí él tenía el control.
Y cuando algo no salía como él quería, se encargaba de que el resto lo lamentara, así lo sabía muy bien Elisa, que había sufrido una considerable reducción de su salario por hablar de más. Era su responsabilidad por no haberle dicho que mantuviera su ausencia en reserva. Le descontaría sólo por tres meses, con eso aprendería.
—Ayer fue la reunión entre su padre y el grupo Inver —informó ella.
Estaba de pie junto a su escritorio, tan pulcra y perfecta como siempre. Tan bien informada como siempre.
—De los tratos con Inver se encarga mi madre
Sam caminaba por los pasillos de la mansión Sarkov. Había estado unos cuantos meses allí, pero se sentía como si hubiera pasado años sufriendo y riendo entre sus muros. Ciertamente le producía sentimientos encontrados. Ganaban los positivos, por eso seguía allí a pesar de todo. Su amor por Vlad e Ingen eran superiores al miedo y se alegraba por eso, en ellos encontraba el valor para continuar.En esa casa también había madurado, la universidad Sarkov y los múltiples roles que se había visto obligada a ejercer la habían dotado de experiencia para enfrentar la vida, así lo veía ella, todo era una oportunidad para aprender. De ser maestra pasó a ser sirvienta, sumergiéndose a la oscuridad de la esclavitud, a la injuria de la esclavitud sexual, pero ascendió para convertirse en novia secreta, maestra de nuevo y luego novia oficial. Ahora era la novia engañada y caminaba para llegar al escenario donde interpretaría su más reciente rol: la cómplice de Vlad Sarko
Vlad se detuvo. Miró su reloj. Su ritmo cardiaco no superaba las ochenta pulsaciones, excelente para haber estado corriendo. Secó el sudor de su frente y continuó su rutina de ejercicios por los alrededores de la mansión. Lo dicho por Sam seguía dando vueltas en su cabeza. Era una ingenua si había caído con unas cuantas palabritas dulces de su madre. Y esa ingenuidad no era nada buena para ella. Su progenitora estaba hundida hasta el cuello, no tenía dudas y pronto tendría evidencias para alejarla de sus vidas para siempre. Para alejarlos, corrigió, llegando a la mansión. Estacionado frente a los pinos estaba el auto de su padre. El hombre estaba junto a la puerta.—Tu madre está histérica. La mansión no es un buen lugar para estar ahora mismo —le dijo, con una cínica sonrisa.Para su progenitor no era un buen lugar para estar con demasiada frecuencia. Acababa de llegar y ya se estaba yendo.—Dos mujeres, Vlad. ¿Desde cuán
—Las entradas se agotaron en quince minutos. Tuvimos suerte en alcanzar a comprarlas —decía Eva.Esperaban en la fila para ingresar al recinto donde se realizaría el concierto. Luego del viaje de tres horas en auto, por fin estaban a pocos minutos de disfrutar del espectáculo, aunque lo hicieran prácticamente desde los últimos lugares. No alcanzaron puestos mejores.Sam no había sabido nada de Vlad luego de la discusión en la mañana. Tal vez ya había ocurrido el atentado contra Antonella. Estaba nerviosa, no se atrevía a llamar para preguntar. Quizás y hasta la regañaba por haber ido al concierto de todos maneras.No. Nadie le iba a arruinar el placer de disfrutar de tan ansiado concierto. Miró el cintillo con el nombre de Caín que tenía en la mano, se lo puso y entró en modo fan. Ya no era Sam, la novia de Vlad Sarkov, era una pecadora, ese era el nombre de las fans de Caín. Ella era la pecadora 3478 y no podía estar más
Por entre los frondosos árboles, una silueta se vislumbró, veloz como un rayo. Corría rápido, corría para salvar su vida. Sus finas patas de ciervo tenían la agilidad del viento y con él se enfilaba hacia un lugar seguro. Al brincar por sobre un fino arroyo, no aterrizó sobre sus cuatro patas, sino sobre dos, y sus resoplidos ahora eran la jadeante respiración de una muchacha.Tras ella iba Vlad el cazador, imparable, ineludible, implacable e irresistible.—¡Cervatillo Sam, es hora de follar! —vociferaba sin vergüenza alguna en la impunidad de la espesura.La escurridiza presa ahogó un gemido mordiendo su labio. Volvió a correr, con el corazón retumbándole en los oídos.—¡Mientras más huyas, más duro te daré cuando te agarre!Las piernas de Sam no se veían de lo rápido que iba, ya volaba por entre los árboles y arbustos. Un tronco caído se interpuso en su camino. Estaba hueco y ella
El suave goteo del suero era como el tic tac de un reloj. Anya había llegado corriendo por los pasillos del hospital, igual que entonces, sólo que más rápido sin Ingen a cuestas; igual que entonces, pero sin Tomken.—¿Por qué me haces esto, Vlad? —se lamentaba, con la cabeza apoyada sobre la fría mano de su hijo.Él dormía profundamente. Tenía la cabeza vendada, oscuros moretones le enmarcaban los ojos y la palidez del labio partido angustiaba su corazón de madre, que tantos golpes había recibido ya.¿Qué sería lo primero que él le diría al despertar?—¡Oh, por Dios! Es un milagro, al fin mi hijo despierta. Cariño, Vlad… El muchacho se esforzó por levantar los párpados, que parecían pesar toneladas. Sus ojos se movieron hacia arriba, luego a la izquierda, a la derecha y finalmente hacia ella.—¿Quién… es… usted? No soportaría a
—No puedo creer que tu plan haya funcionado —dijo Markus.Había detenido el auto en el estacionamiento de un supermercado. Ambos bajaron.—Soy una buena actriz —dijo Sam, sonriendo.—Creo que sólo tienes suerte. Esperemos que no se te acabe tan pronto.Markus era un tipo bastante pesimista. Ella y su optimismo lo compensaban. Anya le había dicho que era recomendable que no viera a Vlad mientras siguiera internado, pero ya había pasado mucho tiempo y sospechaba que algo andaba mal, así que fraguó el plan de infiltrarse como enfermera con ayuda de Markus. Efectivamente Vlad había tenido otro episodio de amnesia, pero no imaginó que lo mantenían incomunicado y sedado, mucho menos que le estaban mintiendo tan cruelmente.—Él espera que su hermano vaya a rescatarlo. Entiendo que intenten evitar alterarlo, pero decirle la verdad después será peor. —Sam tomó una bolsa y comenzó a echar manzanas d
Una vez más el personal completo de la mansión Sarkov se preparaba para el regreso de uno de sus más jóvenes habitantes. Una vez más la incertidumbre hacía del corazón de Sam su territorio. Esperó en la entrada con el resto de miembros de la familia. Anya, parada junto a Tomken y con Ingen en el medio estaban frente a ella. Con los pulcramente podados pinos tras ellos eran la postal soñada de la familia perfecta.No había familias perfectas, pero le hubiera gustado fotografiarlos.El auto negro con Vlad en su interior por fin llegó. Era el mismo modelo del que se había desbarrancado. Markus bajó y enseguida le abrió la puerta a Vlad.La primera mirada que el hombre les dio echó por tierra todas las esperanzas de Sam. Era la cara de estar sufriendo el peor caso de hemorroides del mundo.—¡Vlad, querido! —Anya fue hacia él con los brazos abiertos.Vlad se detuvo de golpe, mirándola como si s
—Me gustaría que hubiera mariposas —dijo Ingen, explorando entre las plantas del jardín. Las mariposas se alimentan del néctar de las flores. Quizás si hubiera flores podría haber mariposas. Sam se quedó pensativa mirando al niño. Había encontrado una libélula y la veía con curiosidad.—Las libélulas también son lindas —dijo Sam, agachándose a verla junto a él—Pero no son mariposas, no tienen las alas de colores.El insecto, de enormes ojos saltones, agitó las alas al tiempo que un ulular de sirenas empezó a oírse a lo lejos. Alzó el vuelo cuando los autos de la policía pasaron por el camino a unos cinco metros de distancia. Ingen y Sam se miraron y corrieron hacia la mansión. No se atrevieron a dejar la seguridad que la espesura del boscoso jardín les ofrecía. Ocultos tras unos matorrales vieron a los policías bajar de los autos y entrar a la casa.La curiosidad de Sam la tenía al borde de un colapso nervioso. Le picaban los pi