Sam acompañó a Ingen hasta la entrada de la mansión y lo observó alejarse en el auto que lo llevaría a un nuevo día de clases. Vlad también había salido a su trabajo, tan impecablemente como en sus mejores tiempos. Y se veía muy guapo o eso le pareció a ella. Bien sabía que sus ojos de enamorada no podían ser objetivos, pero ya ni ojeras tenía y, ciertamente, sin ese malhumor que lo aquejaba, su rostro había recuperado su lozanía.
—Sam, la señora te espera en su despacho —le avisó Kel.
El terrorífico camino al despacho fue transitado con calma. Anya Sarkov estaba sentada tras el escritorio, bebiendo un té. La invitó a sentarse frente a ella.
—Hoy Vlad se veía de maravillas. No inició ninguna discusión durante el desayuno y hasta sonrió cuando le comenté lo que planeo para celebrar mi aniversario de bodas con Tomken. ¿Su cambio está relacionado contigo? Sé que anoche no dormiste en tu habitación.
Por supues
Sam llegó hasta el descanso de la escalera en el segundo piso. Miró a ambos lados del pasillo. No había moros en la costa. Avanzó a hurtadillas hasta la puerta de su habitación. Su sexto sentido la hizo pegar el oído contra la brillante y añosa madera. El absoluto silencio que percibió del otro lado no la tranquilizó, bien podía haber un demonio esperándola dentro. Se fue hacia la puerta del frente y entró a la habitación de Ingen.—Sam ¿Por qué no tocaste la puerta? Me asustaste —dijo el niño, metiéndose a la cama.Ella sólo le sonrió. Cogió la enciclopedia y continuó la lectura que llevaban sobre el sistema solar. Hoy era el turno de Júpiter y sus satélites naturales. Eran decenas y habían impresionantes imágenes, así como información muy detallada sobre ellas. Europa, una de las primeras en ser descubierta, tenía un océano líquido bajo la corteza de hielo que cubría su superficie y se investigaba si podría llegar a ser apta para la vida
Sentado tras su escritorio, Vlad revisaba la carpeta azul. Leía la hoja dedicada a Maximov, su hermano mayor. La información que había averiguado sobre él y la poca que recordaba, todo estaba allí. Una vida de dieciocho años reducida a una plana de una hoja tamaño oficio; catorce años junto a él reducidos a dos instantes: una conversación sobre cereal durante un desayuno y fragmentos mudos en el auto antes del accidente, nada más.¡Cereales! Le daban ganas de reír y llorar. A Maximov le gustaban las hojuelas bañadas en chocolate, él en cambio comía cereal integral, el más saludable, el mismo que comía su madre. “Eres un hijito de mamá, Vlad, admite que esa m****a no te gusta, que sólo te la tragas para complacerla. Eres un cobarde”, le decía su hermano. “Al menos a mí no me castigan” le decía él, llevándose una cucharada de cereal con leche a la boca. Fin del recuerdo.Tras el accidente y en cuanto estuvo en condiciones, probó todos los ce
La alarma sonó. La fina mano de Anya salió de entre las sábanas y la silenció. Miró el lado vacío de su enorme y fría cama y suspiró. Siempre era lo mismo.Se dio una larga ducha. Secó su cabello sentada en su tocador, mirando el paso del tiempo en el espejo. Del fondo del clóset sacó un vestido negro. Lo dejó sobre la cama y bajó a desayunar.—Hoy seremos sólo nosotros dos, Ingen —le dijo al pequeño cuando se sentó junto a ella en la gran mesa.La alarma había despertado a Sam varios minutos antes. Sin embargo, había sido demasiado tarde. Estaba sola en la habitación. Corrió a la suya vistiendo la camisa de Vlad que había usado de pijama. Se puso ropa deportiva y volvió a correr fuera de la casa. Siguió corriendo por el jardín, a las ruinas de la pérgola. Nada. Corrió por el sendero que se enfilaba lejos del camino, mirando en todas direcciones. Nada. Dio una vuelta al perímetro. Nada. Se le ocurrió escalar un árbol. Busc
—¿Así está bien, madre?—Sí, querido. Si tu hermano lo viera, le encantaría.No muy convencido Ingen dejó el arreglo sobre la tumba de Maximov Sarkov, muerto en un accidente automovilístico a los dieciocho años. Era un arreglo armado con hojas y varas de diversas plantas, con variados tonos de verde en distintas formas y tamaños. Sólo eso, hojas.Así como para Vlad, para Ingen también era la tumba de un desconocido, que había muerto varios meses antes de que él naciera. La visitaba con su madre cada año y miraba la fotografía del muchacho sonriente, imaginando cómo se oiría su risa o su voz, o si habría dado tanto miedo como Vlad. Jamás lo sabría, siempre sería un desconocido para él.La brisa fresca cargada del aroma de las flores del cementerio hizo a Anya sentir náuseas. Tomó asiento en un banco bajo la sombra de un árbol ubicado a los pies de la tumba de su primogénito. Cada vez que pensaba en él, le p
—Y la estrella más brillante del cielo nocturno es Sirio —dijo Vlad, buscándola desde la ventana.No tenía idea de cómo lo sabía, pero estaba seguro de no estar mintiendo.Ingen salió de la cama de un brinco y corrió hasta su lado.—¿Es esa de ahí? —Apuntó con su dedo al que para él era el astro más luminoso.—Sí, forma parte de la constelación Can Mayor —agregó Vlad, que empezaba a extrañarse de sus propias palabras.Él no era de los ilusos que se la pasaban suspirando mientras veían las estrellas, él se admiraba de tener siempre los pies puestos bien firme sobre la tierra, y la cabeza también.—¿Can Mayor? —preguntó Ingen.—Es uno de los perros que acompaña a Orión, el cazador... —Se calló abruptamente, sintiendo que alguien más hablaba por su boca, como si estuviera poseído.Una posesión demoniaca.Se volvió a ver a Sam
Evitando hacer cualquier sonido, Vlad concentró toda su atención en la conversación de su madre con Samantha.—No estoy muy segura de a qué se refiere, señora —dijo Sam, con una tranquilidad que le pareció admirable.—De Vlad, por supuesto. Jamás lo había visto llevarse tan bien con Ingen. Se veían tan lindos los dos sonriendo. Estás haciendo muy bien tu trabajo, Sam.Vlad estaba boquiabierto, no cabía en sí de la sorpresa. Esperaba lo peor y se encontraba con unas felicitaciones. Parecía un sueño.—Yo sólo quiero lo mejor para los dos y les di un empujoncito para acabar con la tensión entre ambos.—El cambio de Vlad es lo que más me asombra. Parece tan relajado, tan fácil de tratar, tan razonable. Asegúrate de que siga así y que no descuide sus obligaciones en la empresa.—Sí, señora.Más incrédulo que antes, Vlad vio a su madre extender la mano para acar
Hoy era el gran día, el día en que Ingen haría uso del poder conferido por Samantha y cobraría su segundo vale. Terminada la escuela irían a visitar el museo.La sorpresa empezó nada más cruzar la puerta de la institución. Ella lo había ido a buscar con el conductor. Ingen se despidió de una niña y fue corriendo con Sam. La joven no pudo evitar mirar con curiosidad a la pequeña rubia de rostro angelical que parecía una muñequita.—¿Quién era esa niña tan linda? ¿Es tu amiga?—Algo así —dijo él, bajando la mirada.¿Algo así? ¿Algo así como una noviecita secreta? Parecía ser cosa de familia.—¿Ella te gusta? Yo te guardo el secreto.—¡Sam!—¿Qué? Es normal que una niña te guste, o un niño, lo que tú prefieras.Ingen se llevó una palma a la cara, suspirando.—Mejor vayamos pronto al museo —dijo él, caminando hacia el auto.
Pánico. Eso describiría bastante bien lo primero que sintió Sam al oír la revelación de Kel, un pánico incontenible y demoledor, un dolor de certidumbre, como si una profecía apocalíptica se hubiera cumplido ante sus ojos: la desaparecida finalmente había aparecido. Y estaba muerta, ya no había dudas.¿Qué esperanzas podría albergar Vlad de hallar viva a Violeta?Controlando su pánico, Sam corrió de regreso a la habitación de Vlad. Llamó a la puerta con desesperada insistencia.—Vuelve en otro momento, estamos ocupados —le dijo Markus al abrir. Cerró de inmediato, sin darle tiempo ni siquiera de ver a Vlad.Volvió sobre sus pasos, aturdida. El pánico amenazaba con ir en aumento, con ramificarse y volverla loca. Iba doblando en el pasillo del segundo piso cuando vio a la señora entrar a su despacho con Igor. En un acto que podría calificarse como suicida, fue a pegar el oído a la puerta.—¡