2

LEYLA

No he comido nada.

El hombre que ha atravesado la puerta, se ha ido sin decir una sola palabra, dejando la bandeja en una mesilla que está al lado de la cama. Por el rabillo del ojo veo todo lo que contiene, y tengo que luchar conmigo misma para no gritar y pedir que me den de comer.

Aunque si tan solo la cuerda que retienen mis manos, se suavizaran un poquito, podría alcanzar un trozo de beicon que sobresale del plato. El zumo de naranja se alza hacia arriba, tentándome. Saboreo mis labios, ya agrietados por falta de nutrientes.

No sé cuándo tiempo llevo aquí, pero es lo suficiente como para darme cuenta que me vigilan en la distancia. En las cuatro esquinas del techo, están pegadas cuatro cámaras que se dirigen a mí. Todo lo que hago se retransmite, o solo queda grabado y archivado para verlo después.

Cada moviendo que doy, siento como las cámaras que tienen diferentes ángulos me examinan. Y no es para nada cómodo, en realidad, la situación en la que estoy sumida, no es nada agradable.

Desvío mis pensamientos, al oír unos golpes que provienen de detrás de la puerta. Pongo el oído, intentado escuchar algo que puede ayudarme a salir de aquí. Pero no nada más que oír murmureos, y palabras sueltas.

Después, la puerta se abre dejándome ver a un chico bien formado. Su cara no está tapada, lo que me permite observar sus rasgos y unos ojos llenos de un inmenso color verdoso. Se desplaza hasta mí, y me mira desde lo alto.

Yo solo me mantengo callada. No quiero cruzar ni una sola palabra con esta gente. Así que desvío mis ojos hasta una de las cámaras.

—No has comido nada —murmura, su voz esta ronca.

—Como comprenderás, si me secuestran no voy a tener mucho apetito —reclamo. No puedo contenerme. No tengo voluntad para quedarme callada y no decir nada.

La puerta está abierta, pero lo veo nada. Solo una pared grisácea, que está en la penumbra.

—Tu sigue tenido la lengua suelta, que ya verás lo que duras.

Viene hacia mí, y pone una de sus manos en la cuerda que me impide moverme.

Entonces una idea surca por mi mente, y no puedo evitar que mi mar de emociones de las lleve.

Tengo que dejar atrás mis sentimientos, y centrarme. Así no conseguiré salir de aquí.

—Voy a soltarte, no intentes nada porque no servirá —empieza a decir mientras desata los nudos.

Una mano suelta, después la otra. Y a continuación se dirige a los pies, suelta delicadamente uno y luego el otro.

Sonrió.

Que le den por culo a lo que pueda pasarme, no voy a quedarme más tiempo aquí sí puedo salir. Cruzare esa puerta, y correré hacia mi libertad.

Alzó la pierna con fuerza, propinándole una patada en la cara. Cuando se tambalea de un lado para el otro, confuso, me levanto de la cama y me dirijo hacia la puerta.

—¡Maldita perra! —exclama el chico detrás de mí.

Cierro la puerta, y veo que tiene seguro. Así que también lo cierro. Y sin esperar a más, muevo mis piernas por el pasillo. La cabeza me da vueltas, y el sentimiento de mareo no tarda en llegar.

Dejo atrás los golpes y las palabras grosera dirigidas a mí, y busco una salida en cada puerta que veo. Pero todas están cerradas, no hay ventanas, ni tampoco mucha luz.

Logro ver por unas lámparas apagadas, y lo que mis ojos observan no me gusta nada.

Las paredes tiene manchas de Dios sabe qué, y el olor a humedad sobrepasa los límites. Todo me da vueltas, mi estómago ruge por alimentos, y mi pecho se agita con cada paso que doy.

Cuando me doy cuanta, veo una puerta entre abierta y no pienso mucho cuando pongo la mano en el pomo y la echo para adelante. Una luz cegadora, hace que mis ojos se cierren.

Cuando los vuelvo a abrir, siento como si todo mi cuerpo cayera al suelo.

—Mira quien ha llegado —su voz inconfundible me asusta.

Sentado en un cómodo sillón de cuero negro, me observa con una sonrisa malévola dejando ver sus perfectos dientes blancos. Tiene un jersey que lleva hasta el cuello, hace que se vea muy sexy. Manosea su reloj mientras me ve. Me examina, mejor dicho.

A ambos lados, están dos orangutanes con armas en sus manos. Además de esos dos, en toda la estancia logró divisar por lo mejor a diez como ellos.

Abro los ojos con asombro, y me doy la vuelta intentado huir. Pero mi cuerpo choca con una cosa dura y llena de músculos. Parpadeo frenéticamente mientras examino el rostro del, que antes había encerrado en la habitación donde estaba.

—Buen trabajo Erik —dice Malak, detrás de mí.

Doy un paso atrás.

El tal Erik cierra la puerta, y se pone tieso en la puerta, impidiéndome salir. Doy media vuelta y lo miro otra vez, esta vez mi rostro no emana nada. Solo rencor y rabia.

—¿Qué coño estás haciendo? —cuestiono al borde de perder la cordura.

Me observa serio, como si nada de esto le produjera ninguna emoción. Y pensándolo mejor, las historias que Adam me ha contado sobre él, lo deja como una persona más fría que un glacial.

—Oh, Leyla, no —niega con la cabeza —No vuelvas a tutearme o tendré que tomar medidas.

Mis músculos se tensan al sentir como uno de sus orangutanes con pistolas, se mueve viviendo hacia mí.

—Señor, si quiere puedo... —Empieza a decir, pero Malak lo interrumpe.

—No será necesario, ¿verdad, Leyla? —alza una ceja, esperando mi respuesta.

No lo comprendo.

¿Quiere pegarme? ¿Quiere mandarme a uno de esas montañas de huesos para que me pegue? ¿O tan solo quiere dispararme en la sien, con una de esas armas?

No lo sé. No tengo ni la más remota idea de lo que pasa por su mente, pero sé que no será nada bueno. Eso no existe para Malak, la bondad es algo que desconoce.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto —¿Pretendes que sea tu putita personal?

Las palabras salen de mi boca, mucho antes de que pueda poner un filtro en mi boca.

No lo estoy haciendo bien. Sabe que, aunque sea una pizca de mí, le tengo miedo. Pero no por lo que pueda pasarme a mí, sino por Adam y Alana.

—¿Otra vez, Leyla? —musita. Un escalofrío recorre toda mi columna vertebral —No me dejas otra opción, tráela conmigo.

Si orden va dirigida hacia el muchacho que iba hacia mí. Y este momento sigue su camino, doy un paso hacia atrás.

—De es obedecer mis órdenes, princesa. Si te digo que te pasees desnuda por toda mi puta casa, lo haces. Si te ordeno que me la chupes a las cuatro de la mañana, mueves el culo y vienes a hacerlo —empieza a decir. Pero no lo miro.

Unas manos cogen mis caderas, e intento zafarme, pero no puedo. El hombre me lleva hasta Malak, en ese instante mi corazón empezó a latir de manera rápida e intensa.

Mi sangre se hirvió, en sí todo mi cuerpo y empezó a experimentar un extraño retortijón en mi vientre bajo.

El hombre se acerca a ese humano sin alma, y me pone en su regazo. Cuando mi trasero siente sus piernas tan duras, y bien formadas, casi me da algo. Sus ojos me observan con diversión, y pone una mano de sus manos repletas de tatuajes en mi cadera. Sus dedos fríos tocan la calidad de mi piel, que arde ante su contacto.

—Y si te digo, que te pongas a cuatro patas para mí —susurra en mi oído. No puedo evitarlo, pero mi piel se pone de gallina. Y cierro los ojos —. Tú lo haces y dejas que te penetre con mi polla.

Siento su respiración en mi cuello y me estremezco.

Cuando estoy cerca de él, una extraña presión ejerce en mí y no puedo echarla a un lado. Es mayor que mí. Abro lo ojos sin pensar en lo que puede que me encuentre.

Lo primero que veo son sus labios, unos labios que están carnosos y rosados. Son apetecibles... Sus cara está perfectamente tallada por los dioses, y sus ojos son como un océano que no tiene fin.

Juguemos.

Miro por toda la estancia, y veo como todos sus guardas, o lo que sean. Miran la escena, neutros, sin pizca de emoción. Los que están al lado de Malak, mira hacia adelante.

Muerdo mi labio, y vuelvo a dirigir mi mirada hacia él.

Llevo mi boca hasta su oreja, y muerdo seductoramente el lóbulo de su oreja. Cuando lo hago, sus dedos se hunden en mi piel, y un gruñido se escapa de sus labios.

Y aquí, su punto débil.

—¿Porque no me follas aquí delante de todos? —susurro sin apartarme de su oído.

No escucho ninguna respuesta. Lo tengo donde quería.

Voy a empezar a jugar en esta partida de ajedrez, y os aseguro que voy a ganar. Sin pensármelo dos veces cierro los ojos. Y mis labios van hacia los suyos, lo beso. La humedad de su boca me da la bienvenida, entonces, siento una montaña rusa en mi estómago que baja hacia mi entrepierna.

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