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MALAK

No puedo parar de recorrer con la mirada a esa mujer. Está dormida en una de las camas de mi casa, los pechos le quedan abultados con ese fino top que lleva puesto. Mi erección choca de nuevo en mis pantalones, es tan bella qué hasta mi polla esta embelesada, ni siquiera puedo prestarles atención a los negocios con los carteles de droga de Medellín. Solo quiero follarla, como un jodido animal.

El médico ya la ha examinado hace unas horas, ha estado un tiempo en el que no he parado de mirarlo por si le hacía daño. M****a, siento que solo es mía.

Cuando por fin ha terminado, se ha marchado con la compañía de Ruslan, se ocupará de él. No quiero que vaya con el chisme a nadie. Hay que ser precavido, así que lo he mandado a matar. No puedo dejar cabos sueltos con vida.

Nadie lo echara de menos, es un pobre borracho que no tiene nada.

Resoplo sentado en el sillón, muevo mis dedos en la posa brazos ansioso porque despierte. Estoy deseando ver la cara que pone cuando abra sus ojos y me vea a mí, deseo ver el temor que produzco en esa fierecilla. La he atado a la cama, sus muñecas están adornadas por una cuerda que le impiden moverse, sus pies también. Su rostro permanece serio, mientras seguramente sueña con un mundo lleno de colores y rosas.

En mi sótano no hay nadie más que yo, he dado la orden para que nadie cruce esta habitación sin mi permiso. No quiero que nadie la toque excepto yo. Ni siquiera quiero que la miren, solo yo puedo hacerlo. Soy un posesivo de m****a.

Ponerme la mano encima le va a salir muy caro, y ahora que su vida depende de mí. Haré que respete y me tenga miedo, como los que viven en esta ciudad.

Me levanto del sillón, y camino lentamente hasta la cama. Cuando estoy en frente de ella, me siento a su lado. Estudio sus rasgos con detenimiento, esperando a que sus ojos vuelvan a abrirse. Ella se remueve en la cama, sé que está apunto de despertarse porque sus parpados se mueven, así que no puedo evitar que mi sonrisa malévola salga al exterior.

LEYLA

Mis ojos de se abren lentamente. Pero los vuelvo a cerrar por el dolor tan intenso que proviene de mi cabeza, los pinchazos no son para nada ligeros. Lo último que recuerdo es que estaba en mi camerino, esperando a que Adam viniera con un doctor para luego pelear con esa tipeja. ¡Necesitaba ganar esa pelea! También unos recuerdos de una ventana rota y de hombres encapuchados regresan a mi mente.

Es cuando comprendo que está pasando.

Así que mis párpados se abren con rapidez, lo único que veo es una silueta. Mis ojos no logran enfocar bien, es como si una neblina estuviera en frente de ellos y no quisieran que viera a la persona que tengo delante de mí.

Me muevo. Intento dar golpes en el aire para que se aleje, se quién es, lo reconozco enseguida. El olor que desprende es inconfundible. Lo único que consigo es que me duela más la cabeza y que mis muñecas que hagan rasguños, las tengo en carne viva.

Algo impide que me mueva.

—Hijo de la gran puta —mi voz sale aguda —. Mátame si quieres, haz lo que te salga de los cojones. Pero no vas a volver a tener el respeto de nadie en ese gimnasio. Ya todos saben que te gané.

Intento darle una patada, es inútil, no llega a su pecho. Mis piernas también están atadas. ¡Genial! ¡Quién me manda a pelear con un mafioso!

Su risa llega a mi oído haciendo que mi rabia hierva en la sangre que fluye por mis venas. Entonces, de un segundo a otro, siento unas manos en mi cuello. Después veo unos ojos grisáceos llenos de oscuridad, que me miran con un extraño sentimiento que no logró descifrar.

—Eres una ilusa, cariño —su voz tranquila me sorprende —. Vas a hacer lo que yo te diga...

—¿Y si no que? —cuestiono interrumpiéndole —¿Me vas a matar? Hazlo. No te tengo miedo.

Sus manos de aferran a mi cuello con fuerza, tanto que empiezo a buscar oxígeno que falta por su culpa.

—No quieres que tu protector muera, ¿verdad? —susurra cerca de mí —. Sería muy desconsiderado de tu parte. Si no haces lo que yo diga voy a hacerte sufrir. Primero mataré a ese amigo que te saco de la calle, pero no con un disparo. Lo torturare cruelmente y después a su hermana. Tú lo verás todo. ¿Quieres ver como la persona que te ha ofrecido su casa, muere por tu culpa?

Me quedo callada.

Odio que tenga la razón, en este momento la tiene. Con solo una orden, sus matones pueden hacer mucho daño a Adam y a su hermana, no quiero que eso pasé. Esas personas me han ayudado, y ahora mismo están en peligro por culpa mía. Debí haberme retirado de esa pelea a tiempo.

Si algo les pasará, tendría toda mi vida la conciencia manchada. Claro, si sobrevivo a esta situación.

—En tan sólo un minuto, podría hacer una llamada y estaría en el hospital por un mes —su agarre disminuye cuando ve que casi no puedo respirar. Qué considerado por su parte.

Desvío mi mirada hacia otro sitio. No aguanto mirar a esos ojos tan oscuros por más de un minuto. Me parece nauseabundo y asquerosos, no me gusta reconocerlo, pero me dan miedo. Es como mirar en infierno reflejado en motas grisáceas.

Intento hacerme la fuerte, eso dura un instante, no soy tan fuerte como me creo. Siempre vuelvo a ser esa niña que no sabe nada de la vida, la que vuelve a tener miedo.

—Controla ese vocabulario y respétame.

Las lágrimas se amontonan en mis ojos, impido su salida al exterior. Este cabrón no va a verme llorar, nunca en la vida le voy a dar ese gusto. Porque eso es lo que quiere. Ha hecho todo esto para que me arrepienta de lo que pasó, pero el problema es que yo estoy bien orgullosa de lo sucedido. Y eso nadie me lo va a quitar.

—Primero que todo me vas a mirar —pone un dedo en mi mentón, y lo mueve para que lo vea —A partir de ahora me llamarás de usted, nada de tutearme.

Asiento.

Deja de estrangularme, y se pone en pie. Por fin puedo respirar bien, así que cojo una bocanada de aire. Ahora me duele mucho más la cabeza.

—Por cierto, soy Malak —su sonrisilla me da asco —Bienvenida a mi infierno, hermosura.

Y tan pronto que no me doy cuenta, se va cerrando la puerta. Detrás de ella se escucha el sonido de unos cerrojos que se cierran. Cuando estoy sola en la habitación, me permito el lujo de llorar. Me desahogo moviéndome como loca en la cama, muevo mis manos y mis piernas.

Maldito.

—¡Cabrón, hijo de puta! —grito —. ¡Lo vas a pagar! ¡Vas a hacerlo!

Las lágrimas caen al colchón como lluvia.

—Ojalá te mueras.

[…]

No sé cuánto tiempo llevo aquí. Tal vez unas horas o más de un día, pero lo que tengo seguro es que no me va a dejar regresar a la casa de Adam tan fácilmente. Me ha secuestrado con conciencia, sabía dónde estaba y sabía cuándo tenía que entrar para encontrarme sola. Tiene algo con que chantajearme, la vida de Adam y de Alana.

Es muy rastrero por su parte, pero como no he querido cooperar pues es lo que me ha tocado. Mis nervios y mi rabia han hecho que de mi boca salieran palabras que nunca en la vida me hubiera dicho a un mafioso.

Mi vida no me preocupa. La de la gente que me ha ayudado sí. Y ese cabron sabe mi punto débil.

¿Qué quiere? ¿Follarme, tenerme para el solo? Bien, pues lo tendrá. Le daré todo lo quiera, haré todo lo que me pida. Y cuando se canse de mí, me vengare de él. Le haré pagar por todo lo que está haciendo, porque con Leyla nadie se mete. Nunca más.

Me da igual que sea un narcotraficante con mucho poder, me importa una m****a. Yo no tengo ni dinero, ni tampoco puedo permitirme lujos. Pero eso no significa que no tenga lo mismo que él, solo tengo que buscarlo, en algún sitio lo encontraré.

Yo soy más lista. Y encontraré algún punto débil que pueda usar en su contra.

Al fin y al cabo, esto solo es una batalla de ajedrez. Cada jugador tiene que meditar y calcular bien su movimiento, porque con tan sólo una acción errónea. Todo el plan se va a la m****a.

No debo llorar, ni sentirme mal. Tampoco ser una niña malcriada que se enfada rápido. Voy a hacer que ese hijo de puta se enamore de mí, y después se lo quitaré todo. Tengo dos opciones: Dejarme matar, o morir luchado.

Prefiero la segunda.

La puerta se abre y por el rabillo del ojo veo a un hombre, cuyo rostro está tapado. Cierra la puerta detrás de él, con la pierna porque las manos las tiene ocupadas, trae consigo una bandeja llena de comida.

—Comete esto —lo miro. Su semblante es serio —Órdenes de arriba.

Su cometario me da a entender algo, estoy bajo el suelo. Donde nadie puede escucharme.

—Prefiero morir de hambre, antes que comer esa porquería.

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