Juan quería esa estabilidad con Cristina, sin ningún rastro de mentiras que le carcomiesen por dentro a cada segundo como un virus. Notaba el esfuerzo de ambos por hacerle reír más de lo normal, tratando de despejarle aún más la cabeza. Comprendía que las palabras de ánimo estaban contadas con los dedos, la situación de Juan con Cristina cada vez que mejoraba, empeoraba también, al menos a sus ojos. No veía una salida próxima. Algo tan asfixiante como la carrera de la vida. Quería avanzar, descubrir, disfrutar, pero a cada segundo su tiempo disminuía. Una carrera contrarreloj donde hasta permanecer quieto era sentir la arena del reloj deslizándose por tu cuerpo. Nunca fue de su agrado dejar pasar el tiempo, pero ahora solo parecía la única solución aparente. Se sentía como en un laberinto pero sin la opción de decidir que camino tomar, y aunque solo tuviese un único sentido, cada vez se sentía más perdido. -La llevó a ver a su equipo preferido y Cristina fue quien tuvo
-Como sea - le restó importancia. - Tú ocúpate del idiota con la tensión baja que es más fácil. Cristina parecía haber captado la indirecta, ya Sharon había superado su propia paciencia en hablar sobre temas que le ponían de vuelta arriba la cabeza. No esperaba que la llegase a comprender, ni la misma Sharon se entendía realmente. Prefería ir a tres juicios seguidos en un día que pensar qué hacer con su vida, era mucho más sencillo. Se mantuvo ausente en el resto de conversación con Cristina, la duda le asaltaba. No tenía ni idea de cómo reaccionaría Nore, tampoco lo que pensaba, no era para nada fácil leerla. -Igualmente tengo que volver ya a Tacarigua - se levantó Cristina cuando vio en la puerta a la secretaria del padre de Sharon esperando. - Estoy cogiendo tu mala manía de faltar al puesto de trabajo. -Ten cuidado, la libertad es adictiva. Nadie podía decirlo mejor que Sharon, si su jornada normal eran seis horas, en una época normal y sin problemas en Tacarig
Nunca disfrutó de estar en el punto de mira, durante toda su vida siempre deseó tener un perfil bajo, observando desde un segundo plano y en silencio todo lo que le rodeaba para evitar que le salpicase. Siempre fue de esos chicos que le entraba algo parecido a un ataque de ansiedad en el colegio cuando tenía que hablar en alto, obligado por un profesor que si bien su objetivo parecía ser aumentar la confianza en Nathan, solo conseguía crearle aún más pavor a la atención externa. Podía considerarse el ejemplo perfecto de un marginado social, pero un marginado voluntario, algo que le hacía sentir cómodo, al menos eso había conseguido ser la mayor parte de su vida y no se arrepentía para nada. Tener compañía y socializar jamás fue su punto fuerte, seguramente por eso encontró un agradable refugio en la fotografía, donde él nunca era el protagonista y se sentía a salvo tras el objetivo. Cómo siempre, observando. -No se te van a caer los anillos si sonríes, hermana - escuchó a Nata
A Nore no parecía haberle gustado su respuesta, solo rodó los ojos con cansancio antes de mirar a Nathan esperando que su mejor amigo le aportase un poco de lucidez. -Yo no sé qué hubiese hecho en tu lugar - respondió Nathan con una sonrisa de disculpa al no ser de ayuda. - Pero siempre te apoyo así que bien. -No hizo bien, le dijo básicamente que no está preparada para una relación - enseñó Samir su terquedad sin vergüenza. - ¿Te crees que Nathan lo estaba cuando comenzamos? -Por una vez podrías dejar de ponerme de ejemplo. Aunque se quejaba, su novio tenía razón. Nathan nunca había tenido pareja y le daba un miedo atroz empezar una relación. Aún no entendía cómo llevaban tantos años, suponía que era mérito de Samir por aguantarle. -Calla, sombritas, están hablando los expertos - se señaló a sí mismo y a Natalie. - Cuando de verdad te gusta alguien, no estás preparado, nunca. Todo lo que sabes no sirve de nada, se viene abajo, es totalmente nuevo. Aprenderéis junt
-Ya está el pesado de Gabriel protestando - bufó Sharon mirando su móvil. - Me largo. Samir codeó su brazo como si no se hubiese fijado en su mejor amiga observando a la abogada irse, aun manteniendo una camuflada sonrisa nada similar al aspecto ausente que había mantenido todo ese tiempo. -¿Qué? - le preguntó cuando vio que Nathan la observaba. -Caíste. Hasta Natalie le dio un respiro a Nore sobre el tema de Sharon, cambiando completamente el tema de conversación, seguramente todos temían que un comentario más provocaría que se fuese y tendrían encima que pagar la comida. -Ahora eres tú el ausente - se fijó en Samir. Hablaba menos que antes, pero estaba con la cámara de su móvil mirándose sin hacer ninguna foto, algo que le resultaba extraño, al contrario de Nathan, Samir sí fotografiaba casi todo, desde la comida hasta a él mismo. -¿Parece que me he metido en una máquina de rayos UVA? - preguntó causando la risa de Nathan ante su preocupación. -No, yo
No quería perderse ninguna de sus expresiones, observaba desde uno de los taburetes de la isla de la cocina a Nore dirigirse a su frigorífico con total confianza, ya sin que Sharon le tuviese que ofrecer algo y eso le gustaba más de lo que había podido imaginar. A su espalda no podía aguantar una pequeña sonrisa al verla, gobernarse sola por su casa cuando durante muchas semanas hasta para un vaso de agua le pedía permiso a Sharon; le encantaba, porque parecía que vivían juntas. -¿Sorprendida? - le preguntó con sorna al ver a la CEO de Trivio frente al lleno frigorífico con la boca entreabierta. -¿Te dignaste a hacer la compra? Estaba segura de que solo encontraría pizza congelada. -Sí, el trabajador del súper se mostró bastante amable en explicarme qué comía una estirada y remilgada como tú cada día - respondió de forma presumida, disfrutando de la sorpresa de Nore. - Todo mierdas insípidas y muy saludables para ti, doña perfecta. Nore no le respondió, pero la forma inte
-No te muevas - le ordenó cuando Sharon hizo el amago de incorporarse. -Estoy en riesgo de dormirme - advirtió, pero notó y vio la mano de Nore introducirse en sus pantalones. - Corrijo, estaba. Cristina ya se había rendido, a la cuarta vez dejó de regañarle por tirar de los cordones de la capucha de su sudadera, dejando a Juan la total libertad de cambiarle la medida a su antojo mientras la escuchaba leer. Al principio pensó que el ojiverde le había pedido que trajese su libro porque quería quedárselo un tiempo, algo que le había extrañado, ya que en el perfil que había elaborado su madre sobre sus trabajadores en su época en Tacarigua indicaba claramente el rechazo de Juan a la lectura, luego descubrió sus verdaderas intenciones. En el césped, con la espalda apoyada sobre un árbol y con Juan recostado en sus piernas, leía el que podía considerar su libro favorito. No le podía encantar más su día. Varias veces había tenido que pellizcarse a medida que avanzaba su lectura,
No le dejó responderle sobre la obviedad que acababa de decir, Juan la besó igual de rápido que antes, aunque ahora de forma más intensa y notando la sonrisa de ambos durante el beso. Esperaba de verdad que ahora sí hubiera algún paparazzi, les pediría más de cinco copias de ese momento que ya atesoraba en su mente. Todos los nervios, decepción y orgullo dañado se volatilizaron y sustituyeron por una explosión inexplicable de felicidad. Cualquier descripción se quedaría corta sin siquiera acercarse a todo lo que le transmitía ese momento, porque Juan se estaba convirtiendo en esa persona que viaja junto a ella a través de la tormenta. No es la calma, menos aún la tormenta, es quien sostiene su mano en medio de la tempestad. Cuando se ofreció a ayudar a decorar el piso, se imaginó que no tendría que hacer mucho y al llegar estaría todo casi terminado. Como los últimos días, para no variar, se equivocaba. La sonrisa amable de su novia al abrirle la puerta no ocultó cómo d