El olor salino del mar inundaba sus sentidos. La belleza de aquel paradisiaco destino era francamente inigualable. Aquel sueño era ciertamente una realidad, y poco o nada había pensado en Charles y sus planes desconocidos. Isabella se sentía tranquila, quizás, era tan solo por estar en aquel hermoso lugar rodeado de océano y tan lejos de su amada Palermo.Miraba a Ferdinand corriendo alegremente en la playa mientras no podía evitar pensar en lo diferente que era todo ahora. Habían sido momentos realmente duros, muchas veces no sabía si comerían bien al día siguiente entre el debate de pagar el arrendamiento o comprar una buena cantidad de despensa para sobrellevar el mes…ya no tenia porque preocuparse por ello.Joseph corría tras Ferdinand mientras ambos pasaban una agradable mañana de juegos en la arena; su amado Joseph le había pedido expresamente el relajarse y disfrutar de aquel momento sin pensar en nada ni nadie más, asegurándole que nada malo ocurriría con ello. Ferdinand se ha
Aquel anillo en su dedo brillaba hermosamente bajo la luz del sol. No lograba dejar de verlo. Todo aquello que recientemente estaba comenzando a vivir, parecía un sueño que alguna vez creyó jamás podría ser…eran cosas que solamente pasaban en las viejas novelas de amor que solía ver su caprichosa madre. No había un solo momento en que dejara de sentirse como flotando entre nubes, pero siempre con el temor de estrellarse con una dura y fría realidad. Su vida no había sido nunca afortunada, y el miedo de perder aquello que como un milagro había pasado, era latente. Isabella Bianco pocas veces en su vida había experimentado verdadera felicidad, una de ellas, era cuando su pequeño hijo había nacido. Nunca había nada más, ningún otro motivo, solo el amor por su pequeño la mantenía de pie luchando día con día para salir adelante. Sintiendo pesadez en sus ojos, poco a poco volvía a quedarse dormida, aquel era un sueño maravilloso, del que no deseaba despertar nunca. Aquella velada había sid
La noche había caído, y Joseph, terminando aquella llamada que lo había dejado sumido en pensamientos cargados de preocupación, miro a aquella mujer hermosa de la que se había enamorado.Caminando de regreso hacia Isabella y Ferdinand, pudo ver de nuevo aquella deslumbrante sonrisa que siempre tenía para su hijo, no permitiría a Charles Smith robar aquello…y el tampoco opacaría aquella hermosa sonrisa con su propia oscuridad, le demostraría a Isabella que podía confiar en él, que él no la dejaría sola como el resto del mundo había hecho, Isabella había pasado por mucho, Charles y el, eran completamente diferentes, sin embargo, quería hacerla feliz, quería pasar el resto de su vida con ella, aun sabiendo que en su sendero no siempre habían existido dichas, más bien, había pasado demasiado tiempo sumido en miserias y penurias, pero deseaba ser feliz a su lado.Mirando hacia el otro lado de la ciudad, pudo ver aquella gigantesca rueda de la fortuna, sonriendo, había decidido compensarla
Las paradisiacas playas de Hawái habían quedado muy atrás, sin embargo, los recuerdos de aquellos días felices no se olvidarían jamás. Isabella miraba aquel anillo de zafiro y diamantes en su mano, adornando el dedo corazón con la promesa de un futuro juntos y un final feliz. Habían ya bajado del avión privado y estaban de vuelta en Palermo, en donde debían de hacerle frente a la realidad.Apenas llegaron a la enorme y lujosa mansión Harrington, y la vieja nana ya les tenia noticias sobre el procedimiento legal que Charles Smith les estaba dejando caer encima. Isabella tenía la citación esa misma semana para leer los resultados de la prueba de ADN que a Ferdinand le habían realizado. Los resultados ella ya los conocía, y sabia bien lo que venía después de eso, Charles exigiría sus derechos paternales sobre su hijo por razones que solo el conocía.Joseph frunció el ceño con la noticia de la citación, que si bien, era algo que ya sabia iba a suceder, lo que había hablado con su amigo en
Joseph miraba a aquel hombre, completamente ebrio, sumergido en el alcohol, y con la mano completamente destrozada por alguna imprudencia. Dolía mirarlo, dolería siempre, el era su hermano, Joshua Harrington, hermano adoptivo, a quien el abuelo había desheredado después de que su madre muriera y lo había lanzado a la calle, y el, por supuesto, en ese entonces, no lo había defendido de aquel atropello. Joshua era aquel tema tabú del que no hablaba nunca.Ayudando a aquel a incorporarse, lo había llamado por su nuevo nombre, Azrael, seudónimo de asesino. Su pequeño hermano se había dedicado a delinquir y era famoso por las atrocidades que solía hacer, por ello, no se había animado a mirarle hasta ahora.— Por fin despiertas, esa lesión pudo haber sido mayor, tuve que llamar a Rodríguez para que me ayudara a levantar tu trasero tatuado del baño, espero que puedas explicarme que es lo que ha ocurrido…Azrael — dijo Joseph con el ceño fruncido entre la molestia y la angustia.Azrael miro a
Joseph había regresado a su hogar con mil pensamientos en su mente.— Se convirtió en asesino, eso fue lo que hizo — respondió Joseph terminantemente sin dar margen a más cuestionamientos que, por supuesto, su querida nana tenía.La nana negó en silencio, aquella respuesta había sido más que suficiente, conocía bien el triste pasado de aquel al que consideraba el hermano menor de Joseph, aquella dolorosa perdida que lo había marcado en manos de quien debía protegerlos, era lo que había marcado su destino y lo había convertido en el poderoso y temido líder de asesinos a sueldo que era.— En una pena, es un buen muchacho — dijo Joseph con sinceridad.— No — respondió Azrael con enojo.— ¿No? — cuestiono Joseph.— Hombres como mi hermano y mi abuelo no merecen el cielo, lo único que les aguarda es el infierno, allá, algún día nos veremos los tres juntos y los seguiré atormentando hasta el resto de lo que sea que dure la maldita eternidad — dijo Joseph haciendo una promesa.En Hawái había
Fuera del museo, una figura femenina se hallaba sentada a la sombra de un árbol en una banca junto a su amado Charles a quien había llamado diciéndole lo que acababa de ver, ojos llenos de enfado no dejaban de mirar hacia aquel recinto, la había visto, y con una sonrisa de par en par, Isabella había entrado en el Palazzo y después de horas aun no salía de él, aquella no parecía ser la misma hermana con el ceño permanentemente fruncido ni llena de amargura que siempre había sido, lucia demasiado radiante y feliz, esperaría hasta que saliera para seguirla, saber en donde carajos se encontraba, nadie había logrado contactarla, parecía haber que se la había tragado la tierra, sin embargo y como si nada ocurriese, aparecía en medio de la ciudad completamente sonriente, algo estaba pasando y no se quedaría con la curiosidad de saber que era, ella era Agatha Bianco, nada se le pasaba por alto, Charles, estaba aburrido de esperar, no le importaba en lo más mínimo lo que Isabella estuviese ha
Un tumulto de personas se acercaban curiosas a ver aquella peculiar escena donde el hombre tatuado sostenía por el cuello a otro que lucia mucho menos intimidante, Joseph miraba con un odio profundo a Charles quien luchaba por respirar, Isabella intentaba calmar a su amado quien parecía en toda la disposición de matar a su ex marido, Agatha no se encontraba con él, lo que le decía que había acudido allí sabiendo bien que laboraba en el museo y quería hablar con ella a solas, sin embargo, se había atrevido a abrazarla frente a su imponente y celoso Joseph…aquello había sido un error.— ¿Quién eres tú? — exigía saber Charles que forcejeaba con aquel imponente hombre.— Eso es lo mismo que exijo saber, ¿Quién demonios eres y porque te atreves a abrazar a mi novia? — demando saber de vuelta Joseph.— Soy el padre de su hijo — respondió Charles con una sonrisa que Joseph elimino de inmediato plantando un terrible puñetazo en la cara de aquel que había abandonado a su amada y a Ferdinand, m