º|º Piero º|º
En la quietud de mi oficina, una inusual inquietud me invade. Samantha, esa mujer, se encuentra ahora en una habitación de mi mansión, y lo único que me llega es un silencio perturbador. Normalmente, disfruto del silencio; es un signo de control, de poder. Pero este silencio es diferente; es un desafío, una provocación.
¿Qué demonios hace? ¿Por qué no ha armado un alboroto para que la deje salir? Siento que este silencio no es bueno o… simplemente me encuentro impaciente.
¿Por qué?
Parece un día normal, pero no lo es.
Hace mucho que no me sentía de esta manera.
Me siento inquieto, como si tuviera algo pendiente, como si fuera algo importante.
Me encuentro jugando con la idea de instalar una cámara en su habitación. No para vigilarla, sino para descifrarla. ¿Qué estará haciendo? ¿Planeará su siguiente jugada? Ella es un enigma, un rompecabezas que me provoca y desafía.
Las preguntas juegan con mi mente y eso no es bueno.
Samantha Taylor.
Mis hombres han estado ocupados recopilando cada detalle sobre ella. Desde trivialidades como el nombre de su primer perro hasta aspectos más personales. ¿Tendrá novio? Algo me dice que no. Hay algo en su mirada, un fuego que no se aviva con amores pasajeros. Ese fuego es lo que me atrajo hacia ella, lo que me hizo traerla aquí. Anoche, su negativa a revelar su nombre no fue más que un juego, un desafío que he aceptado con gusto.
Ella provocó esto, no hay otro culpable, más que ella.
Leonardo, uno de mis capitanes más leales, entra para discutir asuntos de la familia. Hablamos de negocios, de movimientos en las sombras de Milán, de tratos y traiciones. Pero mi mente divaga, se escapa hacia la habitación que guarda a Samantha. La charla con Leonardo se intensifica, pero las palabras me suenan huecas, lejanas.
No podré concentrarme, eso lo sé.
Este día ya ha dejado de ser uno normal, para mi mala suerte.
De repente, me levanto de la mesa, cortando la conversación sin una palabra. Camino con determinación hacia la habitación de Samantha. Mis pasos son firmes, cada uno resonando con cada pisada. Pero al llegar a su puerta, me detengo.
Hay algo que me impide entrar.
¿Es acaso la primera vez que dudo? ¿La primera vez que siento que no tengo el control total?
Esto intenta dominarme y no puedo permitirlo, no puedo.
Me quedo allí, parado, sintiendo una mezcla de frustración y expectación. En mi mundo, soy el rey, el maestro de cada juego, el titiritero de cada destino. Pero ella, con su mera presencia, ha comenzado a deshilachar las certezas que creía absolutas.
¿Qué m****a es esto?
¿Por qué no entro?
¿Soy yo quien me estoy despertando?
Ella es la que está encerrada, es ella quien tiene que despertarse y ansiar que alguien entre por esa puerta, pero soy yo quien quiero correr hacia dentro y ver qué diablos hace ella.
Respiro hondo y me alejo de la puerta. No entraré, no aún. No le daré la satisfacción de verme desesperado. Pero sé que algo ha cambiado, algo en mí. Esta mujer, Samantha, ha encendido una chispa que ni yo mismo sabía que podía arder. Y tengo que descubrir hasta dónde llegará esa llama.
Regreso a mi oficina, a mi trono de sombras y poder. Mis hombres me esperan, listos para obedecer cada orden. Pero incluso mientras retomo las riendas de mi imperio, una parte de mí sigue allí, tras esa puerta, esperando el momento en que la abra y enfrente lo que hay detrás.
Samantha Taylor.
¿Hice bien en traer aquí y hacer caso a mi desesperación?
º|º
La hora de la cena había llegado, marcando el inevitable momento en que tendría que enfrentar a Samantha. En mi mano, la bandeja con su cena; en la otra, la incertidumbre de lo que me encontraría al otro lado de esa puerta. Con una mezcla de ansiedad y anhelo, giré el pomo y entré en la habitación.
Allí estaba ella, exactamente en la misma posición en la que la había dejado. Inmóvil, imperturbable, como si todo el poder y la furia de los Corsini no significaran nada para ella. Me sorprendió su aparente tranquilidad, su fortaleza inquebrantable.
¿De qué estaba hecha esta mujer?
Me acerqué y, con una provocación deliberada, pregunté si recibiría un beso de bienvenida.
—¿No piensas darme un beso, Samantha? —En respuesta, ella se levantó de un salto, arrebató la bandeja de mis manos y me la lanzó encima.
En ese instante de confusión, corrió hacia la puerta, intentando una fuga desesperada.
Mientras me limpiaba la ropa manchada, escuché el sonido de sus pasos apresurados.
"Esta casa es una fortaleza", pensé. "No llegará ni a las escaleras". Pero será bueno que lo intente, eso me dice que no se ha rendido, lo cual es bueno.
Los gritos llenaron el aire cuando mis hombres la interceptaron. La observé luchar con ellos, una fiera enjaulada en su desesperación por escapar.
Cada movimiento suyo, cada gesto de desafío, encendía en mí una llama de admiración y deseo. Si ella supiera cuánto me excita su espíritu combativo...
Finalmente, la trajeron de vuelta a la habitación y la dejaron en el sofá antes de retirarse.
Ahí, por primera vez desde su llegada, vi una lágrima deslizarse por su mejilla.
La visión de su vulnerabilidad mezclada con su indomable fiereza me golpeó de una manera que no esperaba.
Primero… peleaba como una fiera y ahora se veía muy vulnerable.
—¿Por qué lloras ahora, Samantha? —pregunté, mi voz suave pero cargada de un oscuro interés. Quería saber más sobre su vulnerabilidad.
Ella levantó la vista, sus ojos brillantes de lágrimas y furia.
No pensaba responder, quedaba claro.
Sentado frente a Samantha, observando cómo las lágrimas surcaban su rostro, algo en mi interior se agita, una inusual conmoción que mi mente racional rechaza.
Me acerco, movido por un impulso que no logro comprender del todo.
Al intentar tocarla, buscando de alguna manera reconectar con esa fiera que había visto antes, me encuentro con una sorpresa inesperada.
Con una mano, levanto su rostro, esperando ver esa rendición, ese quiebre que todo hombre en mi posición desea ver. Pero en su lugar, veo un destello, ese mismo fuego de desafío que me había cautivado desde el principio. Y entonces, siento el frío metal contra mi cuello. Con una agilidad y astucia que no había previsto, ¿acaso mi propio deseo me había cegado?, Samantha había tomado el cuchillo de la bandeja y ahora lo presionaba contra mi piel.
Una sonrisa decidida cruza su rostro, aunque no hay miedo en mis ojos.
—¿Creíste que suplicaría? —me desafía, con el cuchillo aún en su mano. Su pregunta me golpea con la fuerza de una verdad inesperada. ¿Había subestimado su valentía? ¿Había caído en su juego? La creí más débil y parecía que no era así—No sabes lo fácil que sería acabar con esto ahora mismo —continúa ella, empujando ligeramente el cuchillo.
Rendido ante su astucia, levanto las manos lentamente. Fascinado y al mismo tiempo consciente de la situación peligrosa en la que me encuentro, comprendo que Samantha no será fácil de doblegar.
Con un movimiento rápido, ella palpa mi cintura y encuentra mi arma. Se aleja unos pasos, apuntándome ahora con mi propia pistola.
La situación es irónica, casi cómica, si no fuera por el peligro real que representa.
—No sabes usar eso —digo, intentando mantener la compostura.
La escena ante mí es absurda, vergonzosa incluso. Aquí estoy, Piero Corsini, un hombre temido y respetado en toda Milán, reducido a un simple objetivo por una mujer que, con un par de lágrimas y un cuchillo de mesa, me había dejado completamente desarmado.
Samantha me mira fijamente, la pistola todavía en su mano. Hay una determinación en su mirada que no puedo ignorar. En este momento, ella tiene el control, y eso es algo que rara vez he experimentado.
Quizás nunca lo he experimentado, por tanto, es tanta la emoción, que mi pene se va hinchando mientras me sumerjo en esta situación en la que estoy metido.
—No necesito saber —responde ella, su voz firme—. Solo necesito apretar el gatillo.
En ese instante, una parte de mí admira su audacia, su capacidad de convertir su aparente debilidad en su mayor fortaleza. Y aunque sé que debo actuar, que debo recuperar el control de la situación, me encuentro fascinado, casi hipnotizado por esta mujer que había desafiado todo lo que creía conocer sobre el poder y la dominación.
Era extraño… sentirme dominado, esta posición era completamente nueva para mí.
Y me estaba gustando.
º|ºSamanthaº|ºMis manos apenas disimulan un temblor mientras sostengo el arma. Aunque mi interior se revuelve en un torbellino de miedo y ansiedad, mi exterior debe proyectar firmeza y decisión. No puedo dejar que él vea que me cago de miedo con esto en mi mano. La pistola, un objeto tan ajeno en mis manos, se siente a la vez pesada y peligrosamente liviana, de alguna manera me da poder, pero no se siente muy bien la sensación. Nunca había tenido que usar una, y mi conocimiento sobre ellas se limita a lo que he visto en películas y leído en libros. Me tortura no saber si tiene el seguro puesto o incluso cómo verificarlo. Pero no puedo mostrar ninguna duda; mi vida podría depender de ello. Mi libertad, porque este hombre realmente creía que podría retenerme aquí.Piero me observa con una tranquilidad desconcertante. ¿Cómo puede mantenerse tan sereno con un arma apuntándole directamente?Mi corazón late con fuerza en mi pecho, y cada latido parece retumbar en mis oídos.Mi mente corre
º|º Samantha º|ºAl llegar al hotel, siento las miradas del personal clavadas en mí. Corro a mi habitación y al abrir la puerta, descubro un caos absoluto. Mis pertenencias están esparcidas por doquier, como si un huracán hubiese pasado por el lugar.¡Han entrado a mi habitación! Pero no tengo ni que preguntarme quienes han sido.¡Maldito bastardo que cree que no existe la ley!¡Estúpido bruto!Agotada y sin fuerzas, me dejo caer sobre la cama, cerrando los ojos, pero las imágenes del día no dejan de atormentarme. El peso del arma en mi mano, el sonido ensordecedor del disparo, la mirada de Piero... todo se mezcla en un torbellino de emociones que no logro controlar.Pasé el miedo más grande de mi vida y yo que había creído que a lo que más le temía era a casarme con un hombre al que no amaba y fingir una felicidad que no poseía. Pero hoy…conocí realmente lo que es el miedo y luchar contra los nervios, pelear aún cuando crees que no puedes ganar."¿Qué demonios se cree ese hombre?" La
º|º Samantha º|ºAl abrir mis ojos, una punzada de dolor recorre mi cuello, pero al mismo tiempo, siento algo suave debajo de mi cabeza. Mis manos exploran a tientas y trato de acostumbrarme a la tenue luz que inunda la habitación. Poco a poco, tomo conciencia de que estoy en una cama. Mi mente se aclara y finalmente puedo ver con claridad.¿Qué hago en una cama?Me incorporo de golpe, confundida y alarmada.¿Dónde demonios estoy?Mi mente trabaja a toda velocidad. Anoche, recuerdo haberme quedado dormida en el sofá, pero ahora me encuentro en una habitación desconocida. Mi mirada nerviosa recorre la estancia hasta que algo en mí se tensa y siento miedo. No reconozco este lugar, definitivamente no es mi hotel. El pánico comienza a apoderarse de mí.¡¿Qué mierdas hice?!Mi corazón late con fuerza mientras me incorporo en la cama. La puerta se abre lentamente, y aparece un hombre que está ajustándose una corbata.Adriano.Me mira con interés, y eso solo aumenta mi confusión.¿Me llevó a
La tensión en el portal se podía cortar con un cuchillo. Samantha estaba atrapada en un forcejeo incómodo entre Piero Corsini y Adriano Moretti, dos hombres que representaban mundos completamente diferentes. Ella sabía que, en ese momento, estaba en medio de una tormenta de peligros que amenazaban con devorarla por completo.¿Cómo demonios llegaron a eso? Tan solo se quedó dormida, no esperaba que al salir estuviera aquel hombre allí.Los músculos de su cuerpo se tensaron mientras ambos hombres tiraban de ella en direcciones opuestas. Samantha era consciente de la peligrosidad que emanaba de Piero, un hombre acostumbrado a la oscuridad y la violencia, y no quería arrastrar a Adriano a su turbulento mundo, uno al que Samantha había entrado sin querer, sin querer ser parte de aquello, a donde Piero estaba más que convencido de querer llegar, arrastrarla consigo.Sabía que los hombres de Piero estaban armados y que él no dudaría en utilizarlos si se sentía amenazado. Adriano, por otro la
El lugar donde la había llevado era diferente a la casa donde ella estuvo encerrada la primera vez.Fueron más de cuatro horas de carretera, hasta llegar a una pequeña casa en las afueras de la ciudad, rodeada por un pequeño bosque que tuvieron que cruzar, donde no había nada.La primera casa que Samantha vio en todo el trayecto fue esa a la que llegaron.La puerta del coche fue abierta, sus ojos intentaban identificar algo para saber dónde estaba, pero de todos modos no conocía el lugar, ni aunque quisiera, los grandes árboles hacían sombra por todo el lugar.Uno de los hombres se acercó a Piero, dejando una llave en su mano.–Listo, señor. ¿Cuándo quiere que vengamos por ustedes?–Los llamaré–respondió sin mirar al hombre–. ¿Está preparada la casa?–Para todo lo que deseé. A una hora está la gasolinera más cercana, junto a ella hay algunos comercios, por si les hace falta algo. Está el número en la mesa de la cocina, suelen hacer entregas.–Pueden irse ya–dijo.Ahora, dirigiéndose h
º|º Samantha º|ºLos primeros dos minutos me resistí, tan solo para más adelante no arrepentirme de no haber hecho todo lo necesario, pero bastó poco para darme cuenta de que no podría hacer nada al respecto y que… si me estaba quieta, sería mejor para mí o con eso quería engañarme mi cerebro. Fue una buena táctica, porque al menos me mantuve tranquila.–Eres mi mujer–me dijo al oído mientras su polla viajaba hasta lo más profundo de mi interior, nombrándose dueño de mí tan solo por poder meterla.Siempre me había parecido ridículo el poder que los hombres creían tener sobre las mujeres, aunque no era agradable cuando ese hombre te hacía “entender” que no tenías la capacidad para resistirte o hacer lo contrario.De mi padre aprendí que las mujeres tenemos un valor que los demás podemos calcular. Por ejemplo, papá midió la valía de Sofía y la ofreció a los Leclerc, consideró que valía lo bastante como para ofrecerla a una familia tan importante como lo es la del presidente y al parecer
º|º Samantha º|ºMe siento como una marioneta mientras me dirijo hacia la mesa de Adriano. ¿A qué demonios es lo que quiere jugar Piero? ¿Sigue molesto por lo que cree que pasó o… trama algo más? Se supone que no le hará daño a Adriano o ya lo habría hecho. Camino hacia donde está Adriano, sintiendo el peso de las miradas de Piero y sus hombres sobre mí. Adriano me ve acercarme y su expresión es impenetrable.Su ceño fruncido al ver que me acerco, él desvía la mirada de mí y sigue con la charla en la mesa, pero yo ya estoy aquí, ya he llegado a su lado.—Hola, Adriano —digo con una voz que apenas reconozco. Estoy muy avergonzada y no sé qué más decir.Adriano me mira con frialdad y responde con una voz que destila indiferencia, lo que me deja aún más sorprendida y avergonzada de lo que ya estaba.—Lo siento, creo que te has equivocado. No te conozco.Siento cómo mi mundo se tambalea por un momento, los demás en su mesa me miran como si estuviera loca y él es el único que no me mira."
º|º Adriano º|ºLa reunión con el fiscal es una de esas tareas que pesan en mi alma. Años han pasado desde el brutal asesinato de mis padres, pero no he abandonado mi búsqueda de justicia, intentando hacer que los responsables, los culpables, pagaran por lo que habían hecho.Duramente mucho tiempo sentí que aquello era una tarea imposible, como si nadie fue, como si nadie lo hizo o las pruebas simplemente desaparecieron.Rendirme, sin duda, era más fácil, pero me resultaba imposible. Cada pista, cada pequeña evidencia me ha llevado de vuelta a estos fríos pasillos de la justicia, donde las promesas se hacen y se rompen con la misma facilidad. Pero todo seguía sin servir de nada, no había un rostro, testigos, salvo un lugar y miles de presentes, sin que nadie se diera cuenta de nada o viera a alguien.Nada.Mis padres murieron un veinticinco de diciembre. Según informes, fue un accidente, los encontraron en su coche, muertos luego de un fuerte impacto, pero… las primeras investigacio