Nada que hacer

º|º Adriano º|º

—¡Moretti! —escuché mi nombre resonar desde fuera de la celda.

Había pasado ya un día encerrado en este agujero, sin que me permitieran hacer una sola llamada. Sabía perfectamente quién estaba detrás de esto: el fiscal Giovanni Rossi. Estaba asegurándose de que pagara caro por el golpe que le di. Pero eso era lo de menos. Lo que realmente me estaba consumiendo era la muerte de Jimena. La culpa ardía en mi pecho, un fuego inextinguible que no me dejaba respirar.

Las pesadas puertas de la celda se abrieron, y allí estaba él, Giovanni Rossi, observándome con una mezcla de desprecio y satisfacción en su mirada. Sentí la ira bullir en mis venas, una furia tan intensa que me hizo lanzarme hacia los barrotes, sujetándolos con todas mis fuerzas. Los apreté como si pudiera separarlos, como si mi pura rabia pudiera destrozarlos y permitirme salir para romperle la cara a ese maldito bastardo.

—¡Asesino! —grité, mi voz llena de odio.

Rossi soltó una risa, una carcajada fría y vací
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