Nos fuimos a la cama temprano. Yo estaba cansada y pasadas las seis comenzó a llover. Mamá no habló en la cena, estaba aún llorando por Gonzalo y papá, él nos contó algo sobre la palabra Sacrificio.
Todos hacemos Sacrificios alguna vez en nuestras vidas. Es una palabra bonita pero que encierra detalles dolorosos, muy tristes, porque quien se sacrifica, por la causa que sea, casi nunca es feliz.
El sacrificio debe hacerse de manera sincera, desde el corazón. Se llama sacrificio por lo que cuesta decidirse hacerlo, eso pensé cuando papá nos explicaba lo importante que era estar consciente de lo que acarrea hacer un sacrificio, lo mucho que se gana por otro lado, ganan los que no se sacrifican. La palabra entonces abarcó nuestra cena bajo los oídos atentos de los hijos de este hombre que quizás se estaba sacrificando con su silencio para no causar un caos familiar.
–No
–No, no, no, noooo– Mi propio grito me despertó. A mi lado Milagros saltó de la cama para verme sobresaltada también por mi estallido. –¿Qué te pasa? –Me preguntó completamente despierta. Miré a mi alrededor. Estaba sudada, Aun no aclaraba pero ya era de día. La miré a ella en mitad de la tenue oscuridad. Todavía podía sentir el velo rozar mi rostro. Era blanco, suave, casi me picaba y olía a flores. –Nada, estaba …tuve una pesadilla. –Si quieres puedes pasarte a mi casa. –Dijo y volvió a tirarse sobre la almohada.&nb
No sé si primero fue el golpe o mis ojos abiertos. Tal vez todo junto, al mismo tiempo medio segundo después el grito de mamá. Me moví fuera de la cama corriendo, todavía no amanecía, tuve que encender la luz para abrir y salir al pasillo.–¡Pedro! ¿Qué te pasa Pedro?Abrí la puerta de su cuarto, papá trataba de levantarse y no podía.–¡Papá! –Junto a mamá traté de levantarlo, pero papá era un bulto pesado.Gilberto llegó al cuarto y detrás de él Milagros.–¿Papá! –Mi hermano se tumbó junto a nosotros y levantó el rostro de papá. Me asusté. Estaba pálido, muy pálido y sus ojos eran otros ojos. –Déjame levantarte.No sé en qué momento lo solté y vi todo desde el piso.–Pedro l
–Papá ¿puedo pasar? –Me asomé a la puerta de su oficina y lo vi ordenando papeles.–Virginia, sí, pasa. –Vestía listo para salir, guayabera verde aceituna, pantalones grises. –Estuviste muy callada anoche en la visita de tu hermana ¿pasó algo allá?La cena. Astrid y su enorme barriga pegando de la mesa. Comiendo hasta más no poder. Su esposo, Santos, tan cariñoso con ella, como siempre. Comió a su lado.Él y papá hablaron del nuevo negocio de construcción donde Chico Castro y mi padre eran socios y por otro lado Astrid le contaba a mamá todos los planes que tenía para cuando naciera el niño o la niña.¿Qué podía haber dicho yo? Solo escuchar. Milagro sí habló.–Cuando salgas de esa barriga tendrás que luchar para deshacerte de la otra barriga
Los dolores, los más fuertes. La tos. Las más irritantes, así como las desgracias se acrecientan por la noche.La noche es protagonista de agonías, de luces bombardeantes, de amantes fugitivos y de eso, los partos, los fuertes dolores del parto.Dicen que toda tarea que se inicia con la lluvia trae excelentes resultados. Bueno, esa tarde no parecía que iba a llover. Pero en cuanto sonó el teléfono a media noche sonó un trueno. Uno que me hizo temblar, pues vino seguido de un rayo que iluminó nuestro cuarto.Astrid. Pensé. Esa llamada era de allá, de la casa de los Castro.Para cuando llegamos, vestido de cama con abrigos sobre esa ropa. yo un impermeable. Los gritos de mi hermana se escuchaban afuera.Domingo nos recibió.–Ya llegó la partera. –Dijo cubriendo a mamá y a mi con el paraguas negro. Papá corrió al techo de
Algunas cosas se guardan en la memoria en diferentes velocidades.El solo hecho de que Astrid yaciera muerta en la cama, era una situación espantosa que contrastaba con la delicadeza y la hermosura de la bebé que yo sostenía entre mis brazos.La vida y la muerte expuestas al mismo tiempo.Ese lazo que Gilberto tanto nombrara era sostenido por mí y se movía ahora apenas con incomodidad.Salí de la habitación a la sala justo cuando papá se echara a orillas de la cama para llorar desconsoladamente, mientras tomaba una pierna inerte y ensangrentada de mi hermana.El corazón, mi corazón se debatía confundido ante la alegría del nacimiento y la triste perdida de Astrid.Terrible para la pequeña saber que justo el día de su nacimiento, moría su madre. ¿Cómo explicarle eso en el futuro?Mamá trató de revivirla c
El golpe de la puerta me obligó a brincar de la silla mecedora junto a la cuna.–¿Dónde está mi hija? ¿Quiero verla!Santos. Borracho. Como llevaba ya varios días desde que Astrid muriera.Como una presa acorralada, miré en todas direcciones de la habitación. Decorada con tanta paz, con colores tenues y tiernos que se parecían mucho a la pequeña bebé que dormía a placer boca abajo, dentro de la cuna.–Astrid…¿dónde está mi hija? –Gritó desde no sé qué lugar y supe que se acercaba, porque arrastraba los pies. –¡Alguien responda!Decidí salir al pasillo. Lo encontré parado frente a la puerta de su cuarto, mirando la cama vacía. Su cuarto vacío, su casa solitaria y sin la persona que solía esperarlo cada tarde y despertar con él cada mañana. &
Me costó mucho desprenderme de Flor para irme a la casa. Sería solo un momento, no quería imaginar cuando lo hiciera definitivamente.Llené en un bolso mi ropa sucia y planeaba darme un relajante baño, cambiare luego y regresar.Reynaldo tuvo la amabilidad de traerme, pero no podía esperarme, así que se fue tranquilo con la idea que mi padre me enviaría con alguien.En cuanto subí y entré a la sala pude percibir la tristeza, dejé el bolso en el piso y miré a todos lados.¿Acaso Tomás no gritó que un carro levantaba polvo por el camino?–¿Virginia? –Milagros apareció por el pasillo que daba a la cocina y corrió a abrazarme. Yo la estreché con todas mis fuerzas. Todas las que tenía retenidas dentro de mí ser mientras estuve en esa casa, los últimos siete días.Ella no
Debido a que sospechaba que después del plazo que me diera Santos, me costaría mucho ver a Flor Elena, traté de disfrutar al máximo de si tierna compañía.Ella me reconocía. Reconocía mis brazos, mi olor, mi presencia, a pesar de que yo no fuese su madre y tampoco la amamantara, ella se calmaba en mis brazos y cuando yo le cantaba y la arrullaba sonreía, era feliz, y yo también. Encargarme de ella era lo mejor que me podía haber pasado.Una tarde gris que advertía lluvia, cuando ordenaba su ropita en las gavetas y doblaba la mía para guardarla en el bolso, sentí un fuerte golpe en la entrada.–¿Virginia…¿sigues ahí?Me quedé parada sin poder moverme. Fría. El cuerpo comenzó a temblarme. Flor estaba despierta en la cuna viendo girar su móvil. Movía con torpeza sus manos y pies, pero se