Capítulo 30.

Días más tarde, Bruno ya podía moverse con normalidad. Con ayuda y paciencia de Zaid, sus piernas se movieron, aunque caminara cojeando, ya era un avance. Había sentido a su hija moverse, patear su mano con fuerza cada vez que le hablaba, se detenía cuando el menor se lo pedía porque le dolían las costillas.

— ¿Crees poder salir hoy sin caerte? —preguntó Zaid, recogiendo la ropa que estaba sobre el mueble—. Tu hermano dijo que pueden sacarte sin problemas.

— Si, lo sé —se bajó de la cama—. Ya deseo salir de aquí, detesto estar encerrado.

— Lo sé —le dio un casto beso en los labios—. Tampoco me gustan los hospitales, la sangre me parece asquerosa.

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