Capítulo 3
De repente, la puerta se abrió, era mamá. Abrí ligeramente la boca e intenté tomar de su mano.

«Mamá, me siento fatal…»

Sin embargo, ella solo me miraba indiferente, arrojando su celular en mi cama con fuerza.

En la pantalla, se reproducía un vídeo de lo que sucedió antes de que me desmayara. Al principio, estaba quieta, mirando la pared. De repente, empecé a golpear frustrada la pared con los puños, haciendo que me saliera sangre, que goteaba al suelo. Cuando mamá me vio, me encontró golpeándome en la cara. En mis brazos ya se veían las marcas horribles de mordeduras.

Miraba la pantalla con temor, porque no recordaba lo que había ocurrido.

—No sabía nada de eso… —murmuré.

No sabía qué debería hacer, por lo que intenté buscar ayuda de mamá. Pero, ella solo sopló con desprecio:

—¿Ya está todo normal al llegar al hospital? Nieve tiene razón. ¡Esto es toda tu estrategia!

Dicho esto, tomó su bolso de la mesa y se dio la vuelta, mientras decía:

—Nieve quiere comer los cangrejos.

Todos se fueron, y me dejaron sola desconsolada en el pabellón.

Al día siguiente, cuando la enfermera vino a cambiarme el vendaje, el médico que me dio el examen psicológico también vino.

—Lo siento mucho…

Me volteé, tratando de no dejar que las lágrimas salieran. Escuché que ayer, cuando mis padres se fueron, hicieron un terrible escándalo en la consulta de este médico, difamándolo como un médico con mala intención.

Pero él seguía siendo aún amable conmigo, preguntándome si quería recibir tratamiento. No me volteé a mirarlo. Mordí mis labios con tristeza para contener el llanto. Sabía que no merecía esa amabilidad de nadie…

***

Las heridas no eran graves. En pocos días regresé a casa. La casa estaba muy animada porque ese día era el cumpleaños de Nieve. En realidad, también era mi cumpleaños, pero nadie me recordó. Nieve nunca permitió que celebrara el cumpleaños con ella.

De repente, papá me hizo señas y me llamó:

—¡Lluvia! ¡Vente aquí de inmediato!

Esbocé de inmediato una linda sonrisa por sorpresa.

El pastel de cumpleaños era muy grande, mucho más grande que los de antes. Quizás recordaron que también era mi cumpleaños porque estaba herida.

—Hija, ¡sopla las velas! —dijo mamá con una voz más suave de lo habitual.

Cerré los ojos y apagué las velas frente a mí. Cuando abrí los ojos, los destellos volvieron a aparecer en mis pupilas. Esperaba los elogios de mamá. En el pasado, cuando Nieve apagaba todas las velas de un soplo, mamá siempre la elogiaba por eso.

Sin embargo, no hubo ninguno. Lo que escuché fue el grito agudo de Nieve:

—¡Mal**ta! ¡Qué has hecho!

Me estranguló enloquecida, y casi clavó sus uñas en mi piel.

No entendí sus acciones, y miré hacia papá y mamá. Al ver su expresión un poco avergonzada, por fin entendí que el pastel no fue para mí.

Mamá me apartó a un lado y volvió a encender las velas.

—Nieve, venga.

Se agruparon alrededor de Nieve, mirándola con ternura y suavidad, mientras la luz saltando de las velas iluminaba su cara. Al instante en que las velas se apagaron, ella me miró con burla.

Yo permanecí en mi lugar, como una extraña en esta familia. Papá descubrió mi extrañeza y me dijo:

—Lluvia, Nieve está de mal humor hoy. Te compraré un nuevo pastel, ¿de acuerdo?

Resultó que todos recordaron que también era mi cumpleaños. Sabían que también estaba presente…

En realidad, no me había gustado tanto el día.

Cuando tenía cinco años, los compañeros del jardín de infancia hablaban efusivos sobre cómo sus padres los llevaban a restaurantes o parques de atracciones en sus cumpleaños. Pero, en realidad yo nunca había estado en esos lugares, ni en los restaurantes ni en el parque de atracciones, mejor dicho, ni siquiera me habían celebrado el cumpleaños.

El día de mi cumpleaños de cinco fue mi primera rebelión. Yo también quería celebrar mi cumpleaños, por lo que apagué las velas del pastel junto con Nieve.

Sin embargo, justo en ese preciso momento, mamá regresó y me quitó el gorro de cumpleaños con brusquedad. Reprendió a papá, acusándolo de haberme dejado celebrar mi cumpleaños.

—¡Ella necesita bailar! ¡Cómo puedes dejar que coma pastel!

Después de aquel día, cada vez que llegaba el día de nuestro cumpleaños, me ordenaban que me quedara en la habitación sola.

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