El borroso entorno no ponía nada fácil dejar atrás el miedo junto a la maraña de dudas que colapsaba mi atormentada mente, a sabiendas que necesitaba despejar de algún modo la colorida y cambiante bruma que jugaba con mis nervios, ocultando tras ella las respuestas que tanto me inquietaban.
Y entonces sucedió de nuevo, el ambiente enrarecido comenzó otra vez a regalar mis sentidos con inexplicables experiencias, esta vez agradables. Siendo el primero en hacer acto de presencia un embriagador y delicado aroma a tortitas de trigo recién hechas, que en verdad olía que alimentaba. Extrañado y sin poder ubicar la procedencia del mismo, puesto que continuaba envuelto dentro de la electrizante y absorbente nube desde que llegué a aquel misterioso lugar. Avancé como pude, intentando sin éxito mirar por donde caminaba para poder continuar abriéndome paso de una forma torpe. Tras pocos pasos, comencé a percibir la procedencia de donde creía que emanaba aquel olor que se hacía presente
Aquel hombre mostraba un rostro desgastado por el paso sufrido de no pocos años, pero se comportaba como un niño cualquiera al que acaban de darle un juguete nuevo, ese que tanto quiso y que, tras tanto tiempo de espera, daba ya por perdido. Mi misterioso compañero de sueños, seguía sumido en un éxtasis que yo no acababa de comprender, al menos hasta el momento extraño en el que pude ver cómo se formaban sus ojos ante mí. Entonces en mi interior surgió un razonamiento movido por la lógica, que me hizo darme cuenta de que aunque aquello no fuese posible, en aquel lugar basado en los sueños cualquier cosa imposible podría tomar forma. Aquel sitio me estaba dando a entender, que allí todo era posible. Quizás tan sólo en un lugar tan misterioso y extraño como es el interior de nuestras mentes, nuestros anhelos, inquietudes o deseos más ansiados puedan llevarse a cabo, porque al fin y al cabo lo que percibimos a través de nuestros sentidos, solo es fruto de nuestra im
En cuestión de tan solo un instante, me di cuenta una vez más, que sin saber cómo ya había vuelto otra vez a casa, apareciendo de nuevo dentro de mi cama que estaba totalmente revuelta, culpa del trasiego de una agitada noche. En la que exploré en mis carnes, las experiencias increíbles que pueden descubrirse dejándose llevar tras la frenética creatividad de la fantasía que yace oculta en los sueños. A sabiendas de que soñar es una cosa que en verdad hacemos todos a diario, no creo que los viajes que yo hacía y ocasionalmente hago, sin ir físicamente más allá de unas revueltas sábanas, sea tampoco una cosa muy corriente, pero en fin, al menos de ese singular modo yo me distraigo de mi compleja e incomprendida vida. Sin saber cómo, en ese extraño mundo soy capaz de dejar atrás mis manías, y sobre todo, al menos durante el tiempo que estoy inmerso en mis sueños, conseguí de algún modo que desconozco esquivar el persistente eco que retumba en mi cabeza, pues en ese lugar logro separarm
Luz Marina Gómez, es una mujer de poco más de treinta que, con voz tranquila, dulce, y acento latino, dio los buenos días como de costumbre al señor que cuida desde hace años. Entrando casi totalmente a oscuras, le tocó uno de sus pies que aún aguardaba bajo las sábanas, para hacerle saber con ello su posición dentro de la estancia, a sabiendas que no puede verla, de ese modo aprendido con el paso de los años, consigue que John pueda ubicarla en el mapa mental que tiene grabado en su cabeza. Tras unos pasos más, culmina su trayecto frente a una gran ventana, estando el ambiente que los envuelve sumido entre penumbras. De un tirón enérgico destapó las cortinas de una habitación oscura, dejando entrar de golpe al hacerlo, toda la luz del sol que acabó iluminando una sala con un mobiliario escueto, que evite golpes innecesarios y además facilite las cosas a alguien que carece totalmente de vista. La luz radiante de un nuevo día dibuja la silueta de un hombre ya entrado en
Como en anteriores ocasiones, cuando volvía de mis viajes nocturnos, intentaba no dar muchas pistas al mundo de lo vivido en mis sueños. Aunque bien es sabido por todos que tampoco tenga nadie de carne y hueso que se preocupara por mí, ni de lo que le pudiera pasar a mi persona. Pero debía ocultar tanta información como fuera posible a ese que habita en mi cerebro. No era una tarea sencilla, recordar mis aventuras por un mundo de fantasía, evitando que el que tanto me irrita que se percatara de lo que hacía a escondidas. No se si sabré explicarlo, pero estoy tan acostumbrado a esa presencia, que hasta percibo de algún modo cuando está presente o va a entrar en escena. Puedo sentirla, es como si de algún modo que desconozco poseyera mi cuerpo, pero antes de abusar de su poder sobre mi persona usando mi consciencia como solo él sabe hacerlo, me atacaba de una manera cruel con sus artimañas de persuasión. Y tras un duelo que no consigo eludir, tenemos una encarnizada lucha en l
Ese día recuerdo con nitidez como me negué a regresar corriendo de vuelta a casa, la carrera de poco más de una hora llegó a convertirse en un paseo de varias horas de vuelta a pie, y mientras caminaba, iba ordenando mis ideas. Lo más extraño fue el poder hacerlo totalmente en solitario, quizás por eso llegué a decidir pasear, en vez de correr como si estuviese huyendo de alguien. Una vez en casa, el sudor que me empapaba hacía desde hacía bastante rato, ya estaba totalmente seco, podían verse grabados los cercos que dejó en la ropa una desmedida exudación, todo ello acompañado por un inmenso hedor a humanidad que brotaba de todos mis poros, del que no tardó en darse cuenta María en cuanto me vio atravesar la puerta de entrada.Ella sabe bien desde siempre cómo darme mi espacio, sabiendo que no me gusta ser sometido al control de nadie, y quizás por no molestar con minucias a los que le pagan todos los meses el sueldo, tras bastantes años de experiencia ha conseguido entenderme a
Una vez terminado el aseo, la sufrida ropa acabó en un cesto de mimbre que había en un rincón del cuarto de baño, que todavía rezumaba humedad por todos los azulejos que chorreaban pared abajo. Al abrir la puerta noté una bocanada de aire frío que me heló la sangre, acicalado bien peinado y emanando un olor a higiene, caminaba con el pijama puesto desde muy temprano pues no tenía intención ninguna de salir de casa, me dirigí a mi dormitorio para buscar el libro que tenía en mente. Los pasillos vacíos eran una cosa más que frecuente en aquella gran casa de pueblo, María pasaba gran parte del día en la cocina, inmersa en las interminables labores de limpieza, o preparando recetas que siempre fueron de mi agrado. Y luego estaba José, que era más bien una persona cuyas apariciones durante el día brillaban por su ausencia. Absorto en el mantenimiento infinito de una casa demasiado grande, en la que cuando no había que cortar la hierba o podar algún árbol, tocaba pintar o reparar
Pudiera parecer una tradición de locos, pero la única forma de mantener mis demonios en silencio, siempre fue a través del orden y unas costumbres que, tras caer en una tediosa repetición, ya se iban poco a poco convirtiendo en un hábito. Sobre los estantes de mi cuarto, no me gustaba atesorar cosas innecesarias, cualquier pequeño en sus primeros años conservaría todo tipo de trastos que tan sólo él interpretaría como sus propios tesoros, comenzando desde pequeño a coger la insana costumbre de acumular cosas materiales y guardar basura, que luego sus padres días antes de su cumpleaños, o fiestas de navidad, con gran sutileza hacían desaparecer sin que el pequeño llegara a darse cuenta. Mis estantes son algo muy distinto, solo he guardado cosas que no me dañasen la vista, poco más de un par de juguetes sobre cada repisa repartidos entre las baldas de un gran mueble fabricado en madera de color blanco, que en realidad más bien parecía una estantería de una tienda, que mobiliar
Estuve parado un largo rato frente al estante que hacía la función de librería, y debo reconocer que esos fueron los únicos regalos a los que conseguí darles uso, en las infinitas horas de encierro impuestas por mí mismo, pues apenas salía a jugar a la calle, no sé bien si por evitar roces innecesarios con los chicos matones del barrio, o si lo hacía por evitar luchar conmigo mismo, cayendo una vez tras otra en alguna mis batallas internas que no me llevaban a ningún sitio. Los juguetes no me aportaban aliciente alguno, quizás fuese por el hecho de vivir siempre en solitario, es que nunca sentí el impulso de bajarlos del lugar desde donde vieron sin moverse el paso de los años cómo yo me hacía mayor. Pero la lectura, conseguía de algún modo que mi mente estuviese callada, y ya de paso me daba la libertad añorada para viajar por esos mundos que tanto ansiaba, ya que mi condición de ser un hijo olvidado, como un mueble más de una casa, no me permitía en realidad vivir nunca experienci