Ese día recuerdo con nitidez como me negué a regresar corriendo de vuelta a casa, la carrera de poco más de una hora llegó a convertirse en un paseo de varias horas de vuelta a pie, y mientras caminaba, iba ordenando mis ideas. Lo más extraño fue el poder hacerlo totalmente en solitario, quizás por eso llegué a decidir pasear, en vez de correr como si estuviese huyendo de alguien. Una vez en casa, el sudor que me empapaba hacía desde hacía bastante rato, ya estaba totalmente seco, podían verse grabados los cercos que dejó en la ropa una desmedida exudación, todo ello acompañado por un inmenso hedor a humanidad que brotaba de todos mis poros, del que no tardó en darse cuenta María en cuanto me vio atravesar la puerta de entrada.
Ella sabe bien desde siempre cómo darme mi espacio, sabiendo que no me gusta ser sometido al control de nadie, y quizás por no molestar con minucias a los que le pagan todos los meses el sueldo, tras bastantes años de experiencia ha conseguido entenderme aUna vez terminado el aseo, la sufrida ropa acabó en un cesto de mimbre que había en un rincón del cuarto de baño, que todavía rezumaba humedad por todos los azulejos que chorreaban pared abajo. Al abrir la puerta noté una bocanada de aire frío que me heló la sangre, acicalado bien peinado y emanando un olor a higiene, caminaba con el pijama puesto desde muy temprano pues no tenía intención ninguna de salir de casa, me dirigí a mi dormitorio para buscar el libro que tenía en mente. Los pasillos vacíos eran una cosa más que frecuente en aquella gran casa de pueblo, María pasaba gran parte del día en la cocina, inmersa en las interminables labores de limpieza, o preparando recetas que siempre fueron de mi agrado. Y luego estaba José, que era más bien una persona cuyas apariciones durante el día brillaban por su ausencia. Absorto en el mantenimiento infinito de una casa demasiado grande, en la que cuando no había que cortar la hierba o podar algún árbol, tocaba pintar o reparar
Pudiera parecer una tradición de locos, pero la única forma de mantener mis demonios en silencio, siempre fue a través del orden y unas costumbres que, tras caer en una tediosa repetición, ya se iban poco a poco convirtiendo en un hábito. Sobre los estantes de mi cuarto, no me gustaba atesorar cosas innecesarias, cualquier pequeño en sus primeros años conservaría todo tipo de trastos que tan sólo él interpretaría como sus propios tesoros, comenzando desde pequeño a coger la insana costumbre de acumular cosas materiales y guardar basura, que luego sus padres días antes de su cumpleaños, o fiestas de navidad, con gran sutileza hacían desaparecer sin que el pequeño llegara a darse cuenta. Mis estantes son algo muy distinto, solo he guardado cosas que no me dañasen la vista, poco más de un par de juguetes sobre cada repisa repartidos entre las baldas de un gran mueble fabricado en madera de color blanco, que en realidad más bien parecía una estantería de una tienda, que mobiliar
Estuve parado un largo rato frente al estante que hacía la función de librería, y debo reconocer que esos fueron los únicos regalos a los que conseguí darles uso, en las infinitas horas de encierro impuestas por mí mismo, pues apenas salía a jugar a la calle, no sé bien si por evitar roces innecesarios con los chicos matones del barrio, o si lo hacía por evitar luchar conmigo mismo, cayendo una vez tras otra en alguna mis batallas internas que no me llevaban a ningún sitio. Los juguetes no me aportaban aliciente alguno, quizás fuese por el hecho de vivir siempre en solitario, es que nunca sentí el impulso de bajarlos del lugar desde donde vieron sin moverse el paso de los años cómo yo me hacía mayor. Pero la lectura, conseguía de algún modo que mi mente estuviese callada, y ya de paso me daba la libertad añorada para viajar por esos mundos que tanto ansiaba, ya que mi condición de ser un hijo olvidado, como un mueble más de una casa, no me permitía en realidad vivir nunca experienci
El resto de aquel día lo tengo bastante difuso, pero lo que si tengo bastante claro, es la ilusión que me embargaba organizando los preparativos que me llevaban a aquellas experiencias, con el mismo deseo y vitalidad que todos portamos de niños, ardiendo en ansias de correr aventuras y descubrir todo lo posible sobre aquel mundo, intentando averiguar, que es lo que hacía detonar el mecanismo que me transportaba a aquel sitio para hacer esos viajes, que estuve repitiendo durante algún tiempo.El resto de mi aburrida vida en el mundo de verdad, pasaba rápidamente, de seguro por estar todo el tiempo haciendo planes, con ideas nuevas para hacer en aquel sitio, siempre con mi nuevo y mejor amigo John, que seguro no imaginaba que esta vez tenía pensado llevarle un presente.Sin tener la certeza absoluta de que pudiera llegar a materializar objetos en los sueños, mi estado anímico ya no era el mismo, el tener planes, aunque carecieran de sentido o cordura alguna, mantenía ocupada mi
Como siempre que escribía en mi diario, lo hacía de una forma tan personal, que creo que tan solo yo podría descifrar su contenido, a simple vista se acumulaban los textos, casi solapados unos encima de otros, en los que apenas si había huecos libres que mostrasen el tono original del papel sobre el que están escritos, y de haberlos me las apañaba para insertar en ellos dibujos que retrataran de una forma gráfica lo vivido en aquellas experiencias. Diario que todavía conservo a pesar de mis mudanzas como si fuese un tesoro, al menos yo lo siento así, pues oculto entre sus páginas quedaron grabadas para siempre un cúmulo de vivencias que conforman lo mejor y lo peor de mi triste y complicada vida.Gracias a tener la ocasión de releerlo en varias ocasiones a lo largo de mi historia, conseguí darme cuenta que lo expresado con mis garabatos impregnados en frustración y rabia, como iba cambiando según me hacía mayor. Llegando a entender con la madurez de los años, que le daba demasiad
Como cualquier otra mañana de esos últimos años, Luz Marina preparaba las cosas en el cuarto de baño para el aseo de John, el mismo que aún sigue en la cama con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando un rostro resplandeciente, inmerso todavía en los recuerdos de un sueño que la pobre chica no alcanzaba a comprender.Abriendo el grifo de la ducha para que comenzase a calentarse el agua, comienza a preparar el ritual de costumbre en el que John, ha querido desde siempre alcanzar una independencia casi absoluta, o al menos todo lo posible que permiten sus limitaciones. Hace años decidió, acomodar todo lo posible las instalaciones de su humilde casa para acercarse a su objetivo. Entre otras cosas, una de las primeras modificaciones fue el sustituir la cómoda bañera de metal, por un práctico plato de ducha casi a ras de suelo, el cual tiene instalada una mampara de cristal templado que cierra por completo el perímetro. El resto de aquella estancia, tenía tan solo los muebles necesari
Esperando como todas las mañanas a que llegue su desayuno, permanecía John sentado en una silla de las dos que hay junto a la mesa de la cocina. Recortando en trastos innecesarios, ¿para qué poner cuatro? como es de costumbre prácticamente en casi todas las casas, para aprovechar cada lateral de la mesa poniendo un chisme que, dicho sea de paso, rara vez es usado, quedando con el paso del tiempo las marcas del desgaste fruto de un constante uso en unas y rasgos que justifican el abandono, junto con restos acumulados de polvo en las otras, que apenas fueron utilizadas para lo que se construyeron. Y en esa casa todo lo que no se usa, pues se descarta, el minimalismo es una norma clave y bien vista por los dos únicos habitantes de este atípico hogar, evitando uno, tropiezos evitables, y otra el exceso de chismes para limpiar.Mientras, la chica intenta adecentar el baño, recogiendo las toallas para tenderlas al fresco, con la única sana intención de que se aireen para el siguiente u
Sumidos en una conversación tan escueta, que era prácticamente inexistente, llegaron a su destino, haciendo una pausa en un rincón apartado del tránsito de los que hacen deporte, porque, aunque muchos aprovechan para ir corriendo o en bicicleta, también hay grupos de jóvenes e incluso familias que usan las grandes explanadas de hierba para practicar todo tipo de juegos en los que se suelen usar balones. De esos que son lanzados con una fuerza desproporcionada, algunos parecen no tener en cuenta que es solamente un pasatiempo entre amigos, pero siempre hay quien se lo toma demasiado a pecho, propinando chutes tan enérgicos que de alcanzar a alguien despistado seguro le ocasionaría grandes daños. Y el pobre John, ya tuvo un par de experiencias desagradables al respecto, en una de ellas, un balón que parecía haber salido más de un cañón que del pie de algún humano, le produjo un hematoma brutal en la cara junto a un derrame en uno de sus ojos, cambiando en cuestión de segundos,