Luz Marina Gómez, es una mujer de poco más de treinta que, con voz tranquila, dulce, y acento latino, dio los buenos días como de costumbre al señor que cuida desde hace años. Entrando casi totalmente a oscuras, le tocó uno de sus pies que aún aguardaba bajo las sábanas, para hacerle saber con ello su posición dentro de la estancia, a sabiendas que no puede verla, de ese modo aprendido con el paso de los años, consigue que John pueda ubicarla en el mapa mental que tiene grabado en su cabeza. Tras unos pasos más, culmina su trayecto frente a una gran ventana, estando el ambiente que los envuelve sumido entre penumbras. De un tirón enérgico destapó las cortinas de una habitación oscura, dejando entrar de golpe al hacerlo, toda la luz del sol que acabó iluminando una sala con un mobiliario escueto, que evite golpes innecesarios y además facilite las cosas a alguien que carece totalmente de vista.
La luz radiante de un nuevo día dibuja la silueta de un hombre ya entrado en
Como en anteriores ocasiones, cuando volvía de mis viajes nocturnos, intentaba no dar muchas pistas al mundo de lo vivido en mis sueños. Aunque bien es sabido por todos que tampoco tenga nadie de carne y hueso que se preocupara por mí, ni de lo que le pudiera pasar a mi persona. Pero debía ocultar tanta información como fuera posible a ese que habita en mi cerebro. No era una tarea sencilla, recordar mis aventuras por un mundo de fantasía, evitando que el que tanto me irrita que se percatara de lo que hacía a escondidas. No se si sabré explicarlo, pero estoy tan acostumbrado a esa presencia, que hasta percibo de algún modo cuando está presente o va a entrar en escena. Puedo sentirla, es como si de algún modo que desconozco poseyera mi cuerpo, pero antes de abusar de su poder sobre mi persona usando mi consciencia como solo él sabe hacerlo, me atacaba de una manera cruel con sus artimañas de persuasión. Y tras un duelo que no consigo eludir, tenemos una encarnizada lucha en l
Ese día recuerdo con nitidez como me negué a regresar corriendo de vuelta a casa, la carrera de poco más de una hora llegó a convertirse en un paseo de varias horas de vuelta a pie, y mientras caminaba, iba ordenando mis ideas. Lo más extraño fue el poder hacerlo totalmente en solitario, quizás por eso llegué a decidir pasear, en vez de correr como si estuviese huyendo de alguien. Una vez en casa, el sudor que me empapaba hacía desde hacía bastante rato, ya estaba totalmente seco, podían verse grabados los cercos que dejó en la ropa una desmedida exudación, todo ello acompañado por un inmenso hedor a humanidad que brotaba de todos mis poros, del que no tardó en darse cuenta María en cuanto me vio atravesar la puerta de entrada.Ella sabe bien desde siempre cómo darme mi espacio, sabiendo que no me gusta ser sometido al control de nadie, y quizás por no molestar con minucias a los que le pagan todos los meses el sueldo, tras bastantes años de experiencia ha conseguido entenderme a
Una vez terminado el aseo, la sufrida ropa acabó en un cesto de mimbre que había en un rincón del cuarto de baño, que todavía rezumaba humedad por todos los azulejos que chorreaban pared abajo. Al abrir la puerta noté una bocanada de aire frío que me heló la sangre, acicalado bien peinado y emanando un olor a higiene, caminaba con el pijama puesto desde muy temprano pues no tenía intención ninguna de salir de casa, me dirigí a mi dormitorio para buscar el libro que tenía en mente. Los pasillos vacíos eran una cosa más que frecuente en aquella gran casa de pueblo, María pasaba gran parte del día en la cocina, inmersa en las interminables labores de limpieza, o preparando recetas que siempre fueron de mi agrado. Y luego estaba José, que era más bien una persona cuyas apariciones durante el día brillaban por su ausencia. Absorto en el mantenimiento infinito de una casa demasiado grande, en la que cuando no había que cortar la hierba o podar algún árbol, tocaba pintar o reparar
Pudiera parecer una tradición de locos, pero la única forma de mantener mis demonios en silencio, siempre fue a través del orden y unas costumbres que, tras caer en una tediosa repetición, ya se iban poco a poco convirtiendo en un hábito. Sobre los estantes de mi cuarto, no me gustaba atesorar cosas innecesarias, cualquier pequeño en sus primeros años conservaría todo tipo de trastos que tan sólo él interpretaría como sus propios tesoros, comenzando desde pequeño a coger la insana costumbre de acumular cosas materiales y guardar basura, que luego sus padres días antes de su cumpleaños, o fiestas de navidad, con gran sutileza hacían desaparecer sin que el pequeño llegara a darse cuenta. Mis estantes son algo muy distinto, solo he guardado cosas que no me dañasen la vista, poco más de un par de juguetes sobre cada repisa repartidos entre las baldas de un gran mueble fabricado en madera de color blanco, que en realidad más bien parecía una estantería de una tienda, que mobiliar
Estuve parado un largo rato frente al estante que hacía la función de librería, y debo reconocer que esos fueron los únicos regalos a los que conseguí darles uso, en las infinitas horas de encierro impuestas por mí mismo, pues apenas salía a jugar a la calle, no sé bien si por evitar roces innecesarios con los chicos matones del barrio, o si lo hacía por evitar luchar conmigo mismo, cayendo una vez tras otra en alguna mis batallas internas que no me llevaban a ningún sitio. Los juguetes no me aportaban aliciente alguno, quizás fuese por el hecho de vivir siempre en solitario, es que nunca sentí el impulso de bajarlos del lugar desde donde vieron sin moverse el paso de los años cómo yo me hacía mayor. Pero la lectura, conseguía de algún modo que mi mente estuviese callada, y ya de paso me daba la libertad añorada para viajar por esos mundos que tanto ansiaba, ya que mi condición de ser un hijo olvidado, como un mueble más de una casa, no me permitía en realidad vivir nunca experienci
El resto de aquel día lo tengo bastante difuso, pero lo que si tengo bastante claro, es la ilusión que me embargaba organizando los preparativos que me llevaban a aquellas experiencias, con el mismo deseo y vitalidad que todos portamos de niños, ardiendo en ansias de correr aventuras y descubrir todo lo posible sobre aquel mundo, intentando averiguar, que es lo que hacía detonar el mecanismo que me transportaba a aquel sitio para hacer esos viajes, que estuve repitiendo durante algún tiempo.El resto de mi aburrida vida en el mundo de verdad, pasaba rápidamente, de seguro por estar todo el tiempo haciendo planes, con ideas nuevas para hacer en aquel sitio, siempre con mi nuevo y mejor amigo John, que seguro no imaginaba que esta vez tenía pensado llevarle un presente.Sin tener la certeza absoluta de que pudiera llegar a materializar objetos en los sueños, mi estado anímico ya no era el mismo, el tener planes, aunque carecieran de sentido o cordura alguna, mantenía ocupada mi
Como siempre que escribía en mi diario, lo hacía de una forma tan personal, que creo que tan solo yo podría descifrar su contenido, a simple vista se acumulaban los textos, casi solapados unos encima de otros, en los que apenas si había huecos libres que mostrasen el tono original del papel sobre el que están escritos, y de haberlos me las apañaba para insertar en ellos dibujos que retrataran de una forma gráfica lo vivido en aquellas experiencias. Diario que todavía conservo a pesar de mis mudanzas como si fuese un tesoro, al menos yo lo siento así, pues oculto entre sus páginas quedaron grabadas para siempre un cúmulo de vivencias que conforman lo mejor y lo peor de mi triste y complicada vida.Gracias a tener la ocasión de releerlo en varias ocasiones a lo largo de mi historia, conseguí darme cuenta que lo expresado con mis garabatos impregnados en frustración y rabia, como iba cambiando según me hacía mayor. Llegando a entender con la madurez de los años, que le daba demasiad
Como cualquier otra mañana de esos últimos años, Luz Marina preparaba las cosas en el cuarto de baño para el aseo de John, el mismo que aún sigue en la cama con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando un rostro resplandeciente, inmerso todavía en los recuerdos de un sueño que la pobre chica no alcanzaba a comprender.Abriendo el grifo de la ducha para que comenzase a calentarse el agua, comienza a preparar el ritual de costumbre en el que John, ha querido desde siempre alcanzar una independencia casi absoluta, o al menos todo lo posible que permiten sus limitaciones. Hace años decidió, acomodar todo lo posible las instalaciones de su humilde casa para acercarse a su objetivo. Entre otras cosas, una de las primeras modificaciones fue el sustituir la cómoda bañera de metal, por un práctico plato de ducha casi a ras de suelo, el cual tiene instalada una mampara de cristal templado que cierra por completo el perímetro. El resto de aquella estancia, tenía tan solo los muebles necesari