Luz Marina, como cada mañana, entró en el dormitorio del señor que convive con ella, haciendo el gesto que suele hacer siempre cuando entra en su cuarto, que es tocar la colcha de la cama por la zona donde descansan sus pies, para hacerle saber con ello y sin que sobresalte, que ya es la hora de levantarse. Así que, una vez avisado procede como siempre a airear la estancia, corriendo las cortinas y abriendo la gran hoja de la ventana, tras la cual se filtran de golpe los rayos de un sol naciente que irradia con su luz un nuevo día, haciendo que las pupilas de la chica se cerraran en décimas de segundo, no como las del pobre John, que muestra las suyas carentes de vida alguna, como de costumbre. Al menos en el mundo real permanecen sin cambios desde el día que nació, por eso siempre estaba con ansias de regresar de vuelta del lugar que visitaba en secreto por las noches, al que se está acostumbrando a tener ya como una rutina, y en el que se transforma en una persona totalmente disti
Era totalmente incomprensible pero cierto, que aquel hombre estaba cambiando de algún modo que todavía no comprendía, y aunque los cambios eran de naturaleza extraña, siempre le quedó la duda de si todo aquello fuera una cortina que ocultara algún tipo de trastorno o incluso otra enfermedad que estuviese comenzando a dar la cara. Pero como buenamente pudo, Luz Marina intentó mantener la cordura para no alarmarlo con sus sospechas, así que simplemente optó por la opción de dejarse llevar y comenzar a seguirle el juego, estando atenta a las señales que se fueran revelando en el trascurso de unos días, que tenían toda la pinta de que iban a ser algo más que extraños, sospecha fundada en el momento en que la primera ilusión de aquel día, venía siendo algo más que inusual, donde un señor invidente ardía en ansias de salir a la calle buscando una librería, ¡que locura! Aquello tenía toda la pinta de ser un indicio de algo grave que quería salir a la luz, pero ella, debía ser paciente, así
Dando los pasos necesarios para abrir la puerta, ella nunca se separaba el señor de barbas blancas, puesto que es consciente de que hace de sus ojos, aferrado a su brazo de una forma tal, que incluso a veces le hacía daño, sobre todo por culpa de empujones fortuitos, o cuando el sonido era tan confuso y estresante, que se sentía incapaz de ubicarse en el entorno. Y tras un movimiento de brazo de la chica sobre el pomo de la puerta, de nuevo tintineó la campanita que estaba instalada tras de la puerta, que esa vez estaba anunciando la llegada de ambos, haciendo con ello el cometido para el que se había instalado, que no es otro que avisar a los dependientes que estaban entrando clientes nuevos.La singular pareja, ya estaba dentro de aquella gran tienda repleta de cultura, era un espacio estudiado al milímetro, donde estaban repartidas librerías por todos sitios, ubicadas a los lados de amplios pasillos haciendo muy cómodo el pasear por ellos, todo ello con una buena iluminación,
Y entonces mientras esperaban al chico con el que ella comparte miradas cargadas de intenciones, fueron tan solo cuestión de un par de minutos, pero para Luz Marina se hicieron eternos, explorando entretanto para hacer tiempo, los estantes que tenía suficientemente cerca. Todo ello de una forma totalmente incómoda para cualquier persona, pero a la que ella estaba más que acostumbrada, usando solo uno de sus brazos, porque al otro llevaba ceñido un hombre que la necesita, y que esperaba impaciente tocando el vidrio del mostrador con un soniquete impaciente producido por la yema de sus dedos golpeteando sin cesar el cristal.Perdido en el vacío y negro universo en el que está inmerso desde el día en que nació, apenas ha cambiado para él el entorno que le rodea, y por eso necesita saber la tiene cerca en todo momento, sobre todo fuera de casa. A veces ella es capaz de percibir su estado anímico solo estando atenta en la presión con que la sujeta, llegando en ocasiones a hacerle sin
Al escuchar la trapatiesta producida por un puñado de libros precipitándose al vacío, el hombre que hacía ruiditos constantes con sus dedos sobre el cristal, freno su actividad de momento sobresaltado por un contratiempo producido por algo a lo que él estaba totalmente ajeno. Casi tan rápido como cayeron al suelo, el joven dependiente haciendo uso de la destreza de un chico de su edad los subió rápidamente hasta el vidrio del mostrador, intentando continuar con la normalidad de cualquier venta, sabiendo bien que aquella era quizás la más atípica con la que se había encontrado, por tener un coctel de cosas extrañas aderezado con una alta tensión sexual que, para nada contaba con ella. Y eso al atento dependiente, le hacía crecer de algún modo extraño el interés por aquella insólita pareja. Por fin a salvo, y sobre el cristal de un mostrador que ya nadie mira, podían verse tres libros con el mismo nombre, la chica los mira con perplejidad, sin alcanzar a saber de dónde
Sin borrar aquella extraña sonrisa, y aferrado a aquel objeto, proseguía el señor de barbas blancas manoseando un libro que parecía traerle gratos recuerdos. Entretanto, la cabeza de la chica no paraba de dar vueltas sobre aquel extraño acontecimiento, sin llegar a comprender, por más que lo intentaba, absolutamente nada. Agolpándose las numerosas dudas en su inquieta cabecita, como, por ejemplo: ¿Qué era aquella extraña obsesión por la lectura? ¿De dónde sacó el nombre del libro? ¿Por qué ese de entre los tres que les trajo el apuesto dependiente? No comprendía nada, sobre todo porque desde hacía mucho tiempo compartía con aquel hombre prácticamente todas las horas del día, y no había forma posible de haber oído de ninguna fuente externa el título de aquella novela. John, no era la típica persona que quería estar informada escuchando las noticias, su vida era más bien un cúmulo apático de horas que hacían que su vida fuese una existencia totalmente insulsa pero predecible. Cuanto m
Una vez acabado el paseo matutino, y con una compra inusual ya de vuelta en casa, fue todo el resto de la jornada como era de costumbre, solo que de vez en cuando Luz María hacia inspecciones sorpresa y a hurtadillas, sin que John se diese cuenta, como esperando descubrir algún comportamiento que levantara las sospechas necesarias para solicitar una revisión médica. Pero la verdad es que mientras ella guardaba el resto de la compra que hicieron de regreso a casa, sacándolas de un par de bolsas de papel colocándolas ordenadas en los estantes de la cocina, no se percató de nada extraño. John entretanto, escuchaba música en una cómoda butaca del salón ante la atenta mirada de una chica que vivía inmersa en un mar de dudas, eso sí, no paraba de darle vueltas a su compra de la que no se separaba, como si tuviese algún tipo de conexión mágica con aquel objeto, sabía que algo había que se le escapaba, solo que, no alcanzaba a comprender el qué. Una vez ubicado cada cosa en
En un pequeño rincón de América del Sur, siendo este más aldea que pueblo crecía una chica en el seno de una familia muy sencilla, tanto, que a veces incluso era un quebradero de cabeza el hecho de poder tener a diario un plato caliente sobre la mesa.Aunque de linaje humilde, siempre tuvo ambiciones que no eran correspondidas, fueron aquellos unos años difíciles para una de las pocas chicas de aquel recóndito poblado, así que, fue su insistencia la que la llevo a dar los pasos necesarios para permanecer presa de aquel lugar el menor tiempo posible.Estudió en el colegio público más cercano, estando este en un pueblo algo mayor que el suyo, que atendía por ubicación y cercanía a las pequeñas localidades cercanas, situado a unos cinco kilómetros del lugar donde vivía. Aunque siendo el único de una amplia comarca en la que dominaba una vegetación espesa y casi intransitable, apenas en él se daban cita rara vez la friolera de cien alumnos, mezclándose en muchos casos en pequeñas
Con mis pensamientos centrados por completo en los viajes que hago mientras duermo, comencé a deambular en modo automático por el interior de la casa, dejando el libro desgarrado sobre la mesita de noche, y tras eso acabé dando los pasos necesarios para iluminar por completo el dormitorio, tirando enérgicamente con una mano de la cinta ancha que sobresale del mecanismo encastrado en la pared, abriendo así del todo la persiana, y justo al hacerlo, en tan solo un solo segundo, arrasó un potente haz de luz con la penumbra que ocupaba toda mi habitación hasta el punto de cegarme momentáneamente por completo mientras mis pupilas se iban adaptando poco a poco al cambio repentino de luminosidad. Parecía una mañana como otra cualquiera, en la que tras el cristal de mi ventana podía apreciarse el movimiento de las gentes que habitaban mi calle en aquellas tempranas horas, solo que aun no tenía conocimiento de los acontecimientos que ocurrirían pasadas breves horas, y que cambiarían p