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Hasta donde alcanza mi memoria

Y aquí estoy, otro día más intentando saber qué fue lo que me trajo hasta este sitio, caminando siempre solo con la única compañía de mis pensamientos y unos recuerdos que me llegan bastante difusos, dictados con redundancia por la voz de siempre.

Puedo notar como la gente que pasa a mi lado apenas percibe mi presencia, y en verdad es algo que me da igual, pues tampoco los necesito. Tan solo avanzo a lo largo de los años, quizás por inercia, echando a mis espaldas un cúmulo de días vacíos, que en verdad, no me aportan nada.

Dando pasos calle abajo, esquivando mis propios peligros, incomprendidos por un montón de extraños, yo soy feliz a mi manera, con mis rituales y por supuesto su peculiar orden. Desde pequeño seguramente he sido así, al menos eso es lo que creo, no es que vivan en mí muchos recuerdos, pues tal vez mi narcotizada memoria me esté jugando ya malas pasadas.

Quizás, según mi terapeuta, debiera salir de mi entorno controlado, y forzar situaciones en las que no pueda tener el control de lo que sucede, como pueda ser el conocer a alguien nuevo. Pero eso puede, en el caso hipotético de que llegara a suceder, darle pie a ese alguien para que entrase en mi entorno y quiera cambiar mis rutinas, que según este profesional, puede que eso llegue a hacerme bien, yo siempre discrepo, y sin que lo sepa, lo evito. Pues en mi terreno, soy capaz de desenvolverme sin problema, ahora, ¿buscar cambios? eso sí que realmente me da miedo, no podría soportarlo.

 El orden lo es todo para mí. Prefiero vivir en un mundo gris, pero bajo mi control, que seguir sus consejos y dar pasos erráticos e inciertos en un mundo hostil repleto de variables, de las cuales mi experiencia me dice que nunca sabré salir de ellas con soltura. El cómo superar un momento incómodo, actuando de forma improvisada es algo que me estresa a diario, hace incluso que me falte el aire, y es por eso, que desde que tengo uso de memoria, siempre que puedo, esquivo esos momentos. Porque mi integridad mental está por encima de lo que piense la gente, y por eso soy como soy, le pese a quien le pese...

Pero en la consulta del doctor García, ese curtido e insistente profesional, intenta a golpe de talonario de mis siempre ausentes padres, convencerme de lo contrario.

 En las innumerables sesiones de aquella consulta privada, desde muy niño, mi psiquiatra debía de exponerme el diagnóstico y las opciones de tratamiento de mis conductas de una forma que yo comprendiera, así como la duración previsible de todo el proceso, y lo que el paciente, o sea yo, pudiese esperar de él. Eso es al menos lo que te dice que puede esperarse de esas reuniones en las que notas como hurgan sin escrúpulos en tu sesera.

 Pero yo llevo demasiado tiempo asistiendo a este tipo de terapias, sin ver que mi mundo realmente cambie, más bien es algo que doy por imposible, pues yo veo una utopía demasiado improbable, el hecho de que toda la humanidad por fin reconozca que hacían todo del revés, y me den la razón para variar.

Mi forma de verlo todo es mucho más práctica, menos estresante y nos evitaría entrar en conflicto los unos con los otros. Solo es cuestión de aceptar las normas, esas que para mí al menos son muy necesarias. A veces fantaseo conmigo mismo en vivir dentro de un mundo en el que todos actuaran como yo, disfrutando de mi espacio sin que nadie se entrometa, con pequeñas costumbres rutinarias que de ser aceptadas por todos, crearían la armonía suficiente para evitarnos tantos problemas de convivencia.

 Y entonces, mientras estoy sentado en el cómodo y mullido sillón frente al doctor William García, de ascendencia latina, mucha casualidad, el detalle de mis padres de asignarme un psiquiatra con rasgos que me recuerden mi continente de origen, puesto que él era originario de Colombia, y yo también.

Por capricho del destino vine a nacer en un país de Sudamérica, su comportamiento conmigo siempre fue correcto y supo transmitirme una sensación familiar a lo largo de los años que para mí, llegó hasta ser agradable, al menos él se esforzaba en comprenderme, aunque sé que yo no se lo ponía nada fácil.

Lo mismo es todo es fruto de mi imaginación, y aunque parezca que totalmente empatiza conmigo, hablándome en tono calmado y sereno, lo que hace realmente éste y juraría que cualquier otro loquero, es tan solo decirte lo que tú quieres escuchar, que si le haces caso vas a mejorar, que tienes que colaborar en las pautas de tu sanación mental, que debes tener confianza, pero que en realidad, depende todo de ti, bla, bla,bla.

 Pero mi problema, estoy convencido de que no reside en mí, es el resto del mundo que lleva el paso cambiado, yo tengo más que asumido que la maquinaria de mi juicio funciona correctamente. Lo único que falla es el entorno que me rodea, que provoca en mí situaciones que me perturban la paz por completo, pero no soy yo, es el mundo en sí, que parece aliarse para ponérmelo cada vez más difícil.

Con el paso de los años, he de reconocer que todas mis rabietas de pequeño, han perdido intensidad, será quizás la edad, o la experiencia la que me hace llegar a intentar aceptarlo todo, solo que, intentar serenarme no siempre funciona. Episodios duros caen sobre mis espaldas, en los que mi mente me jugó malas pasadas, quizás sea por eso que me he resignado a vivir solo.

No dejo de pensar que el trabajo de mis padres, ese en el que curiosamente siempre están viajando, es una excusa fácil para no lidiar conmigo, achacando que no toleraría mi frágil situación los repetidos cambios de país, casa o entorno, y quizás hasta lleven razón. El huir sin parar de mí, sin apenas visitarme, es una cosa que ya tengo más que superada, y sopesando las opciones disponibles, prefiero vivir solo inmerso en mis rutinas, que sufrir innecesariamente intentándome adaptar a un lugar extraño, para después de un tiempo, acabar marchándome a otro.

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