Y aunque parezca extraño, después de mucho tiempo, ahora ya me encuentro bastante mejor. Hace meses que dejé el maldito tratamiento, todavía recuerdo el efecto que esas pastillas hacían en mí, y puedo decir con total seguridad que no me estaban haciendo ningún bien. Si que es verdad, que conseguían de algún narcótico modo aplacar la voz persistente que susurraba sin descanso dentro de mi cabeza, pero nada más.
Seguro que habrá quién me tache de loco, pero es lo más parecido a sentir compañía que tuve durante años, ustedes tal vez sientan lo mismo solo que lo nombran de diferente modo, como consciencia, o tal vez es simplemente se muestra como una voz amable que les susurra pensamientos, o recuerdos. Pienso que todos convivimos con uno, solo que mi oscuro pasajero dista mucho de ser algo así.
La única misión de mi subconsciente, es la de ponerme las cosas cada día un poco más difíciles que el anterior, no me deja dar un paso por mi cuenta, me juzga en todo lo que hago, y me obliga como solo él sabe hacerlo, a comportarme de una forma errática y distinta a como lo hace el resto del mundo.
Otra cosa que no entiendo de esa voz persistente, es la necesidad de repetir más de lo que me gustaría, los números o terminaciones de las frases, creando un desagradable efecto de eco que retumba en mi interior. Siempre es lo mismo, una constante reiteración que nunca cesa y duplica la voz con las dos o tres últimas palabras de cada frase, que pronuncia con su peculiar voz el narrador que vive en mi cabeza, haciendo cuestionarme a menudo si en verdad ya he perdido del todo el juicio.
Después de todo, hasta donde recuerdo, no podía pensar con la lucidez suficiente para poder vivir decentemente, o al menos intentarlo, mis manías provocadas por su enfermizo comportamiento no me daban opciones de hacer una vida más o menos normal.
Es curioso como el resto del mundo es capaz de hacerlo sin una ayuda farmacológica, vivir sin más, ajenos a un desordenado entorno como el mío, sin que muestren la más mínima preocupación por las cosas caóticas que nos rodean, esas que a mí me roban la calma y a nadie parezca afectarle ni tan siquiera un poco.
Mi conclusión después de analizarlo fríamente con el paso de los años, es que realmente no están bien, y es en gran parte culpa de todos ellos que el mundo esté tan mal como está, su pasividad ante los pequeños problemas me ha demostrado con creces que hacen lo mismo con cosas más serias.
Mi vida llegó con el paso del tiempo a convertirse en un escenario turbio del que tan solo guardo el recuerdo de unos años borrosos, que aún a día de hoy tengo bastantes lagunas y veo turbias las escenas de unos recuerdos bastante difusos. Entonces fue cuando lo decidí, dejar de medicarme era ya necesario, pero como tampoco sabía si sería capaz de hacerlo de golpe, por si acaso no me deshice por completo de las pastillas, por si al final un ataque de pánico de última hora me hacía sentir la necesidad de tomar alguna.
De pequeño pensaba que el polizón que vive en mí, era de algún modo la voz de mi conciencia comunicándose conmigo, que iluso. Ahora sé que era algo distinto, esa presencia en ocasiones mostraba una fachada malévola, susurraba sin cesar órdenes que para mi suerte no siempre seguía, la misma que a veces me aconsejaba cosas que poca ayuda me ofrecía, más bien lo contrario, incluso aunque esté mal el decirlo, había veces en que me invitaba sutilmente a autolesionarme. Y esto no consigo entenderlo, porque en verdad dependemos el uno del otro, nuestras existencias están asociadas desde que nacimos, al menos, con seguridad la suya a la mía.
Ahí fue cuando lo comprendí y supe que necesitaba ayuda de verdad, de pequeño, lo mío me costó hacer ver a mis padres que quería dar el paso de buscar el apoyo de un profesional. Y sin darles muchas más pistas de lo que realmente me pasaba, más que nada por no querer asustarlos, o más bien quizás por vergüenza, nunca quise molestarlos.
Ellos tampoco es que sean los padres modelo que pueden verse en cualquier casa, en verdad, si hago un gran esfuerzo, apenas consigo ordenar en mi perturbada memoria, alguna escena familiar en la que compartiéramos algo. Mi borrosa infancia está dibujada en un entorno en el cual crecí solo, al cuidado de algún empleado que se encargaba de mis necesidades básicas, viendo en soledad cómo lentamente pasaba el tiempo, donde mi mayor necesidad o carencia era tan solo de cariño, por eso la voz que crecía en mi interior tristemente se convirtió en mi mejor y único amigo, hubiese preferido tener un poco que calor de mis padres en lugar de crecer con el eco de un narrador persistente dentro de mi cabeza que tan solo podía oír yo, pero ellos desconocían mi oscura faceta, sobre todo, porque ellos nunca estaban.
Mis padres eran, o más bien son todavía, dos empresarios de éxito, al menos en los negocios, por qué en lo que respecta a la familia, pienso que tendrían que aprender mucho, aunque quizás para esto ya sea muy tarde, al menos para mí. Siempre viajando de un lugar a otro, en verdad parece como si huyeran de algo, igual es cierto que lo hacían, pero de lo que querían escapar era de mí.Pero en fin, tampoco les reprocho nada, viví bien, nunca me faltó de nada, aunque no me lo diesen ellos directamente, tuve una buena educación, viví en una gran casa, donde todo estaba como a mí me gustaba que estuviera, los que vivían conmigo mientras cuidaban de la propiedad me acompañaron a su manera viendo como yo crecía. Pero sobre todo, aceptaron sin condiciones mi peculiar forma de hacer las cosas, no sé bien si por orden directa de mis padres, o si por querer compensar de algún modo la evidente falta de cariño, permitiéndome desde muy pequeño llevar a cabo mis rituales del orden y otras tantas manías, aceptando sin rechistar mis normas para que la armonía de aquel extraño hogar, fuese el centro de todo.
Puedo recordar como si lo estuviese viviendo de nuevo, el ritual de la señora que siempre estuvo a mi lado, esa extraña y entrañable figura materna de pago, arroparme en mi cama cada noche con un medido protocolo impuesto por mí, en el que siguiendo con mucho cariño y paciencia mis instrucciones conseguía darme la paz interna que necesitaba.
Pues tampoco era tan difícil el proceso de cada noche al irme a la cama, que una vez aprendido, tan sólo había que repetirlo a diario, es tan solo una pequeña lista de cosas que se convertían en mi particular ritual de tranquilidad, y que había que llevar a cabo en este orden exacto:
Puertas cerradas, incluidas las de los armarios y ventanas, cerciorándose de una en una al menos dos veces que están como deben, encajadas a la perfección.
Luz tenue, con ausencia de oscuridad completa, a sabiendas que los días de luna llena hay que corregir el exceso de iluminación contrarrestando con la bajada gradual de persianas.
Un vaso de agua en la mesilla de noche, ni muy lleno ni muy vacío, justo en la mitad del tamaño del volumen del recipiente, que siempre debe ser el mismo, o de la misma forma al menos, que por cierto, ahora mismo recordando, creo que nunca jamás en todos aquellos años llegué siquiera a usarlo una sola vez, amaneciendo siempre tal cual se dejó, pero ¿y si acaso hubiese tenido sed?
Lo mejor de todo, era la habilidad de María para preparar la cama conmigo dentro, remetiendo a conciencia todos los laterales de las sábanas, con un embozo impoluto y estirado de la tela con el doblez perfecto. Con la práctica llegó a conseguir un acabado sublime, sin quedar arruga alguna, amaneciendo gracias a la tensión del empaquetado en que estaba inmerso, en la misma posición exacta en la que me acostaba, sintiendo durante toda la noche la tirantez constante ejercida por las estiradas sábanas, remetidas en un medido ritual que difícilmente consigo hacer hoy día yo solo, incluso siendo ya mayor al intentar envolverme sin su ayuda.
Y por supuesto, el silencio absoluto, todo colocado en su sitio exacto, los libros como siempre en sus huecos correspondientes, ordenados por color y tamaño, nunca me importó el autor ni el género, yo sé exactamente dónde estaban colocados.
Aún puedo recordar, siendo yo bastante pequeño, una nueva mujer de la limpieza que llegó a la casa su primer día, con todo el afán del mundo de cumplir con sus obligaciones, y tuvo la genial idea de iniciativa propia, de reubicarme los estantes con mis ejemplares de lectura por autor, colocando cada tomo de la colección con sus números correlativos uno detrás del otro, llamándome incluso para que contemplara el fruto de su tremendo esfuerzo. Todavía puedo sentir la rabia y frustración que sentí en ese fatídico momento, que me restó el sueño y la paz de más de una semana ¿quién le mandó a tocar las cosas ajenas? No creo que alcance nunca a comprender el daño que sin querer me hizo sentir ese día.
Por eso siempre he sostenido la idea que tengo arraigada en lo más profundo de mi ser, de que todo el mundo está loco ¿Cómo no son conscientes de lo que siento? Y si me miran raro, pues me da igual, para mí y mi forma de pensar, yo soy el único normal de este mundo, sé lo que quiero, lo que me gusta y lo que no. Y quien no alcance a comprenderlo, ese sí que es un bicho raro, o lo es al menos para mí.
Porque una reflexión que no deja de rondarme la cabeza es que, ¿quién es el que dicta los cánones de la cordura? ¿por qué no me han tenido en cuenta para ello? Nadie se ha parado a pensar, que yo veo al resto del mundo igual de raro que ellos me ven a mí. En fin, tengo más que asumido que me tocará vivir resignado.
Restando esos pequeños contratiempos, pasé mis primeros años en una gran vivienda, la cual hoy día tengo grabada en un mapa mental con las medidas detalladas en pasos del tamaño de un niño, sabiendo con total exactitud cuántos tiene cada uno de los rincones de cada estancia, en la que el lujo de una familia acomodada estaba más que presente, no como otras cosas que brillaban por su ausencia, como el amor, el cariño, o algo tan simple y necesario, como un hogar con un poco de calor humano.
Y aquí estoy, otro día más intentando saber qué fue lo que me trajo hasta este sitio, caminando siempre solo con la única compañía de mis pensamientos y unos recuerdos que me llegan bastante difusos, dictados con redundancia por la voz de siempre. Puedo notar como la gente que pasa a mi lado apenas percibe mi presencia, y en verdad es algo que me da igual, pues tampoco los necesito. Tan solo avanzo a lo largo de los años, quizás por inercia, echando a mis espaldas un cúmulo de días vacíos, que en verdad, no me aportan nada.Dando pasos calle abajo, esquivando mis propios peligros, incomprendidos por un montón de extraños, yo soy feliz a mi manera, con mis rituales y por supuesto su peculiar orden. Desde pequeño seguramente he sido así, al menos eso es lo que creo, no es que vivan en mí muchos recuerdos, pues tal vez mi narcotizada memoria me esté jugando ya malas pasadas. Quizás, según mi terapeuta, debiera salir de mi entorno controlado, y forzar situaciones en l
Realmente me faltan detalles sobre mi propia historia, pues hasta donde sé, desconozco el paradero de mis padres biológicos, sí, lo reconozco, soy adoptado y posteriormente, abandonado. Mis padres no tuvieron reparo alguno en confesarme desde muy niño, que ellos nunca planearon mi existencia. Más bien creo que soy un cúmulo de desdichadas coincidencias, donde el abandono de un pequeño coincidió por azar, con uno de los tantos viajes de mis padres, en los que se alinearon las cosas para bien o para mal, haciendo que yo cayera en esta familia, bueno, familia por llamarla de algún modo.Todo hasta donde sé, comenzó en un recóndito y pequeño pueblo de Sudamérica, donde mis padres en esa ocasión, por mano del destino, hicieron acto de presencia para conseguir los permisos necesarios para iniciar la construcción de una de sus fábricas. Parte de la infraestructura de la red de negocios de la familia está basada en la fabricación textil, donde el primer paso siempre es, localizar
Y quizás fue por eso que prácticamente siempre he estado solo, fui creciendo acompañado desde la distancia por unos padres que en verdad nunca estuvieron ahí, o al menos no lo estaban para mí. Recuerdo de pequeño largas horas jugando en solitario, donde a veces inventaba amigos que llenarán los huecos de quienes no estaban. Pero en verdad de poco me servía, la única compañía real de aquel tiempo, era la de quién cuidaba la casa por esos años y que hacía poco más que alimentarme, asegurándose que cumplía en los estudios, lo justo y necesario para mantener a salvo su trabajo, informando a los dueños de su contrato de cómo iba todo cuando se lo pidiesen, cosa que tampoco tengo constancia que se repitiera con mucha frecuencia. Porque desde siempre me he sentido como una posesión más, un capricho pasajero, juguete de carne y hueso que acabó por el azar, abandonado a su suerte. Pues al fin y al cabo mi madre adoptiva terminó haciendo con el paso del tiempo lo que siempre s
De verdad que lo intento, en serio, pero mi vida no deja de ser algo demasiado complejo, muy difícil de manejar al menos para mí, aunque mi mejor amigo de pago, llamado profesionalmente como terapeuta o psiquiatra como se prefiera, intenta guiarme con pautas sencillas impresas en los manuales o basadas en experiencias de otros pacientes, para que pueda seguir el ritmo que impone este universo que no cuenta conmigo, pues nunca consigo coger el paso, voy siempre atosigado, fustigándome por no poder cambiar mi entorno, a sabiendas que es una misión imposible. El mundo está empeñado en que me adapte, pero a mí nadie me ha preguntado que opino al respecto, con tantas normas sociales y protocolos preestablecidos con los que, en verdad no comulgo. Por eso siempre acabo tachado de rarito, el inadaptado, el loco, pero si oyen mi verdad sobre el tema, para mí, los locos sois los demás que actuáis por inercia repitiendo patrones sociales impuestos que dais por correctos, ¿y si no fuese
Y pasó lo que tenía que pasar, entre sesión y sesión de terapia, teniendo ya pasados los dieciocho, mi terapeuta fue probando en mis carnes, ya con mi consentimiento de adulto el aumento de psicotrópicos, de los que hoy día no tengo muy buen recuerdo. Pues, aunque mi primera reacción al entrar en contacto con ellos fue positiva, llegando a reducir el eco insistente de la voz interior que nunca cesa, junto con mis cuadros de ansiedad y angustia provocados siempre por las incoherencias del mundo que tanto me irrita. Me notaba mucho más relajado, llegaría a afirmar sin dudas, que no es que repararan la raíz del problema, sino que, en realidad, vas tan drogado que no llegas a verlo. Todo tu entorno se hace extraño, no te cuestionas las cosas como antes, y en mi caso al menos, ese entorno difuso camuflada el dolor del rechazo paterno que tenía arraigado tan adentro. Así que, de momento al menos, h**o un tiempo en que me hacía sentirme mejor. Pude centrarme en los estudios y termi
De un brusco salto me senté de golpe en la cama, desarmando por completo las sábanas que me daban cobijo, para intentar serenarme poniendo en pie lo sucedido. Mientras veo los primeros tímidos rayos de sol del nuevo día que comienzan a filtrarse por la abertura de la ventana. Controlando poco a poco la respiración aún agitada, junto al palpitar decreciente de mi pecho, asumí de aquella extraña forma dar por finalizado un surrealista y vívido sueño. Todo vuelve a estar en su sitio, o al menos eso es lo primero que imaginé. De no ser por un insistente escozor que brotaba sin cesar de mis brazos, mientras bajaba la vista poco a poco buscando el lugar de la molestia que aún quedaba bajo las sábanas, sin esperar ni un segundo más, poco a poco saqué ambos brazos viendo según los descubría, algo que no tenía sentido alguno. ¡Unas marcas recientes de uñas clavadas! ¡Es imposible! No tiene sentido, pensé de nuevo, quizás, me las hice yo mientras dormía. Pero, ¿en ambos brazos?, y ent
Y avanzando por la calle mientras trotaba inmerso en la música relajante que llegaba a mis oídos, con sonidos melódicos que necesitaba ese día más que nunca que calmasen las dudas que lanzaba al aire mi alma inquieta, en las que mi yo interior me robaba la paz interior por no lograr encontrar las respuestas a lo sucedido en la anterior noche. Al hacer deporte, aparte de distraer mis pensamientos, deambulaba inmerso en mi música intentando encontrar el agotamiento necesario para bajar un poco al menos, la intensidad de mi mente. Me cruzaba con las gentes de aquel pueblo que siempre me miró como el bicho raro al que había que respetar porque era el hijo de unos padres muy influyentes en la economía local, al tiempo ellos atendían sus rutinas como cualquier otro día del año. Por allí no era muy frecuente cruzarse con quien como yo hiciera deporte por las mañanas, era un municipio tradicional con la mentalidad totalmente chapada a la antigua, en el que eso de corre
Esa misma mañana al llegar a casa después de estar largo rato corriendo, mi mente no dejaba de pensar en lo sucedido la noche anterior, intentando usar el mecanismo fallido de una lógica que no siempre me funciona, sin encontrar ninguna reflexión que fuese capaz de unir de algún modo cuerdo el velo que une el mundo de los sueños con el de la realidad, porque, aunque tengo la certeza de que la experiencia tuvo lugar mientras dormía, para mí al menos, real sí que parecía. Pero aquella vez llegué más lejos que otras que he tenido, sobre todo porque, sin llegar a entender bien cómo, en este podía oler café. Quizás sean los primeros síntomas de que estoy perdiendo definitivamente la cordura, o lo poco que me quede ya de ella, no dejo de comprender que estaba bajo el efecto de un fuerte cóctel químico, eso es comprensible, pero ¿y las lesiones?, para eso tampoco tengo explicación, igual me las hice yo, pero no me acuerdo ¿seré sonámbulo?, razoné discutiendo las reflexiones conmigo mismo.