Casi a las dos de la mañana, los gritos cedieron, pero del despecho nadie salió.Los empleados de la casa se fueron a dormir de a uno, la última fue Indiana, quien le preguntó a la joven niñera si necesitaba algo antes de marcharse.La última luz encendida fue apagada a las tres, cuando ella supo que no tenía más sentido permanecer allí, a la espera de cualquier cosa. Miró la puerta del despacho con un sentimiento horrible en el pecho y subió las escaleras.Ya en su habitación, se hizo un ovillo en la cama, pensativa, y sin darse cuenta, una lágrima se derramó por su mejilla poco antes de quedarse dormida.Se despertó sintiendo un terrible resquemor en el estómago, no había comido nada la noche anterior, y es que con todo lo que estaba sucediendo en esa casa, el apetito se le había desaparecido. Se incorporó despacio, quejándose levemente y llevándose las manos a esa zona baja que ardía.De forma inesperada, le vinieron un par de arcadas, así que tuvo que correr al baño e hincarse de
— Indiana, Leandro, a mi despacho — ordenó él con las palpitaciones completamente disparadas. Se sentía rabioso, molesto, embargado de terror.Galilea se había ido hacía ya más de una hora y Benicio juró no saber más allá de lo que ella le había pedido, que la dejara en río y nada más; así que ahora mismo podría estar en cualquier sitio, lejos de él, muy lejos.Tan pronto rodeó el escritorio y se sentó en su silla con desgarbo, miró a ese par que esperaban en silencio del otro lado.— Las cosas aquí se pondrán un poco feas, así que voy a necesitar de ustedes y de su entera disponibilidad. ¿Puedo contar con ello?— Por supuesto que sí, patrón — respondió la muchacha. Allí llevaba viviendo desde que recordaba, pues desde que sus padres murieron y su madrina se hizo cargo de ella, solo conocía la hacienda y sus alrededores como único hogar. Le debía mucho al patrón.— Usted dirá, señor — secundó Leandro, quien también estaba muy agradecido con lo que él había hecho por su familia.Cristo
Una lágrima derramándose por su rostro era solo el resultado de horas de contención, y es que por más que el brasileño había estado tratando de pensar con claridad y así poder iniciar una exhausta búsqueda que tuviese el precio que fuese, no podía dejar de sentirse del modo en el que lo hacía, cargado de ira, fiero rencor.Después de colgar con el departamento policial de río y que le dijesen lo que ya sabía, que debía esperar veinticuatro horas para que esos ineptos pudiesen hacer algo al respecto, clavó las manos en la mesa de vidrio templado y negó con la cabeza, abatido, desconsolado.— ¿Tienes alguna idea de a donde podría haber ido? — preguntó en voz baja a su amigo, con la mirada empañada y la mandíbula contraída.— Hasta donde sé, Galilea no tiene a nadie, sus padres murieron cuando ella tenía dieciséis — musitó, sentado en uno de los sillones junto al comedor, también preocupado por su amiga.Eso Cristo lo sabía, por lo que no pudo evitar recordar todo lo que ella le había co
Daría todo, y cuanto fuese necesario, por dar con el paradero de la mujer que amaba.Los exámenes de laboratorio se lo enviarían por Email dentro de las próximas horas, aunque ese asunto por el momento lo tenía sin cuidado, Cecilia había regresado con un único cometido y no iba a consentirlo, eso sí que no, pero antes, antes su prioridad era otra.— Ya el equipo de investigación nos está esperando, Cristo, pero tienes que estar calmado — le dijo Mateo, de camino al lugar de la reunión.El brasileño suspiró y negó con la cabeza, contenido, asustado. ¿Calmado? Era muy probable que su ninfa estuviese lejos en ese momento, en quien sabe dónde, creyendo que su amor y devoción por ella eran solo falsedades. ¿Cómo diablos se podía estar calmado con algo así?Llegaron al encuentro minutos más tarde. Cristo sabía hacia donde dirigirse, así que no esperó a su amigo y se adelantó con esa sensación horrible incrustada en el pecho hasta el elevador.— Cristo… — su amigo lo alcanzó, tomándolo por e
Cecilia se había ido de la hacienda; fue lo que le dijo Leandro poco antes de finalizar aquella llamada. Salomé también estaba bien, aunque inquieta, no paraba de preguntar por Galilea y llorarla. Eso le destrozó el corazón, así que supo que había tomado una razonable decisión al mantenerla alejada del monstruo de su madre; no quería que su supervivencia la dañara, no estaba lista para asumir una noticia como esa.Se dejó caer sobre el mullido sofá y enterró el rostro en sus manos, exhausto de ese día; de todo. Cada segundo lejos de Galilea era, como le había dicho a Mateo esa misma tarde… cómo si le faltara el aire, cómo si su corazón tuviese espinas que lo lastimaban cada vez que hacía el mínimo esfuerzo.¿Dónde estás, ninfa? Se preguntó, alzando la vista y observando a través de la ventana de su suite. Varios minutos después, el cansancio era tan grande que ni siquiera supo cómo se quedó dormido, pero lo hizo sin dejar de evocarla un solo segundo.Cuando despertó, adolorido por la
Su reacción fue casi instantánea.— ¡Gali! — acortó la distancia que dolorosamente los separaba y la capturó de la cintura antes de que pudiera desvanecerse y provocarse daño. Sin preguntarle o pedir permiso, la cargó en sus brazos.Ella, débil, pero todavía consciente, lo miró con gesto horrorizado, alterado.— ¿Q-qué haces? — le preguntó con voz pausada.— Cuidarte — respondió él — ahora y siempre.Su corazón vibró.— Bájame ahora mismo, Cristopher — le exigió, removiéndose sin esfuerzos. Él la tenía delicadamente presa en sus brazos.Con ella a cuestas, atravesó el jardín y la llevó hasta una terraza de la casa donde hacía sombra. Allí la bajó con sumo cuidado y se quedó helado por un par de segundos al ver que ella aprovechaba para interponer distancia entre ellos.— Gali…— No entiendo por qué estás aquí — le interrumpió ella, fría, dolida, engañada — deberías estar en la hacienda con tu… — se silenció a sí misma bruscamente y se giró, no soportaba su presencia allí, su engaño.C
Galilea abrió los ojos al sentir sus labios sobre los suyos, tomándola como únicamente él sabía hacerlo. Al principio se quedó helada, pero después, como un autómata, comenzó a responder, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al suyo, su cálida lengua buscar la suya; sin más, lo acercó a su boca y le ofreció la suya, con la otra mano aferrándose a su camisa.Tenía los sentidos nublados, no podía pensar con claridad, no cuando él lo poseía todo de ella.Cristopher gimió ante el grato recibimiento y la tomó de la cadera, acariciando esa zona por encima de la tela de su vestido y deseando arrancárselo allí mismo, aunque no fuese propio; estaban en la casa de su madre. Sin embargo, nada evitó que sedujera su boca con devoción, increíble placer.Esa mujer esa suya y él era de ella, no había más explicación que secundara tal entrega, y es que la forma en la que sus dedos delgados, suaves y delicados lo exploraban, era única, podía reconocer ese contacto incluso a ojos cerrados.Pasados los
La paz que creía haber conseguido con su ninfa acabó en el instante en el que cruzó la puerta de la casa grande; allí todos estaban a la expectativa, preocupados. Las mujeres del servicio estaban reunidas en la cocina y los peones en el salón, preguntándose qué pasaría con ellos, con sus trabajos y sus hogares.— Patrón, qué bueno que ha llegado — se le acercó Eduarda al verlo; tenía los ojos rojos y cargados de un sentimiento de incertidumbre que a él le hizo el corazón muy pequeño — Esos señores dicen que debemos irnos, usted sabe que nosotros no tenemos nada más, por favor, no permita que nos echen.Las demás la secundaron con lamentos que entre una y otro ya no logró entender lo que decían, aunque sabía que la preocupación era la misma.— Tranquilícense, este es su hogar y de aquí nadie las va a sacar — pronunció, primero pasarían por encima de él antes de permitir algo así. Toda esa gente dependía absolutamente de él.En eso, Leandro le indicó que le esperaban en el despacho y fu