El siguiente par de días ella mostró favorables mejorías. El doctor la visitó y en todos los chequeos observó que no había peligro alguno, al menos no uno que pudiese notar; por ello, debían acudir pronto a la ciudad para hacerse un chequeo más general.Cristopher se mostró accesible y encantador todo el tiempo, notificándole al doctor que se haría exactamente eso, que por su cuenta corría que esa ninfa se hiciese ver por otro profesional de la salud para descartar cualquier cosa.Por la tarde, mientras estaba en una llamada con su amigo de toda la vida; Mateo, tuvo que informarle con pocos detalles lo que había sucedido con Galilea. El joven doctor en seguida se preocupó, estimaba muchísimo a esa muchacha, así que decidió que la visitaría lo antes posible.La mañana siguiente ya estaba en la hacienda.— ¿Cómo está? — preguntó al bajar de la camioneta. Benicio había ido por él hasta el helipuerto de Villa Cecilia.Cristopher lo recibió en la entrada de la casa, donde estrecharon manos
Salomé se mostró muy complacida cuando le comentó que ella y su papi saldrían a dar un paseo juntos y solos. En seguida, la muñequita de ojos bicolores comenzó a dar brinquitos de alegría por toda la habitación y prometió ser una niña buena con Indiana y Eduarda, quienes serían las encargadas directas de cuidarla en su ausencia.Minutos más tarde, bajó las escaleras; él ya llevaba un rato en el punto de encuentro, ansioso y nervioso a partes iguales. Al girarse, la vio, y de inmediato, su pulso trepidó.Lucía increíblemente preciosa, como siempre.Ella sonrió feliz al verlo; era un hombre guapísimo.— Hola — musitó, con sus ojos clavados en los suyos.— Hola — respondió él, desviando la mirada hasta sus labios; se le antojaban muchísimo ese día — ¿Estás lista?— Sí — dijo ella, con gesto ávido, embelesada con todo de él.— Bien, vamos — con una mano en su espalda baja, la guio con mucho cuidado hasta el asiento copiloto de una de las camionetas, pues su pie todavía flaqueaba un poco.
Después de haberle confesado sus más sinceras palabras; ella se quedó helada, todavía derramando lágrimas sin control. Él, con el temor de haberse equivocado, limpió cada una de ellas con el dorso de su mano.— ¿Qué pasa, Gali? — necesitó saber, todo de ella se había quedado paralizado bajo su cuerpo. Lloraba sin comprender por qué — ¿He dicho o he hecho algo que…?— No, no… — ella negó y sonrió nostálgica — Es solo qué… — pasó un trago, se sentía increíblemente nerviosa — ¿Es verdad lo que acabas de decir? ¿Tú… tú me amas?Él volvió a respirar; ahora más tranquilo y acunó su mejilla.— Muy en serio — aseguró, firme, nunca había sido tan sincero en su vida como en ese momento — Me he enamorado de ti y te juro que este sentimiento es real.— Cristo…— Shh, ninfa, no digas nada, no tienes que corresponderme si no es lo que sientes — le dijo, si ella no estaba lista para amarlo la comprendería, pues él había puesto las reglas en aquel juego y sería lógico que ella quisiera protegerse.La
— Conocí a Alex cuando tenía dieciséis y nos enamoramos a las pocas semanas — comenzó a decir… minutos más tarde, ya le había contado como había iniciado su relación.Él era un joven promesa, tenía las mejores calificaciones del colegio prestigioso al que asistía y la enamoró con palabras dulces, siendo un caballero, nunca se mostró distante o frío, al contrario, estaba a cada segundo para ello. Ese mismo año murieron sus padres, fue completamente devastador para ella, se había quedado sola, lo tenía únicamente a él, quien le prometió matrimonio tan pronto cumpliera la mayoría de edad.Ilusionada, aceptó.Cristo acariciaba su mano y la observaba mientras ella le contaba cabizbaja los detalles.— ¿Qué pasó después? — preguntó bajito.— Cumplió su promesa, cumplí la mayoría de edad y nos casamos enamorados, o eso creí yo — continuó hablando y allí fue cuando su voz empezó a quebrarse de a poco.En la noche de bodas, cuando iba a entregarse por primera vez a él como suya, él bebió tanto
Mientras él tuviese vida, ella jamás volvería a vivir nada similar; si dijo a sí mismo, todavía consolándola.— Gali, tienes que volver a denunciar, lo que viviste fue espantoso, ese miserable debe pagar con cárcel.— No, por favor — ella se incorporó para mirarlo. Sus ojos mieles estaban tan rojos que sintió que su interior se comprimía de solo saberla y verla así —. He dejado el pasado atrás, estos meses, Cristo, todo este tiempo yo he logrado olvidar, reponerme, no quiero tener que revivir esa historia, y ahora que te la conté, yo… yo no quiero volver a mencionar este tema.Él asintió, aunque un poco inconforme, pues esa pelirroja se había convertido en todo su mundo, se había enamorado de ella sin advertirlo y no era justo que aquella aberración quedase impune.— Tranquila, las cosas serán como tú quieras, pero es importante que sepas que me tienes a mí, que estaré aquí, siempre, ¿de acuerdo?Ella torció una sonrisa y se recargó otra vez contra su pecho.Allí miraron las estrellas
Casi a las dos de la mañana, los gritos cedieron, pero del despecho nadie salió.Los empleados de la casa se fueron a dormir de a uno, la última fue Indiana, quien le preguntó a la joven niñera si necesitaba algo antes de marcharse.La última luz encendida fue apagada a las tres, cuando ella supo que no tenía más sentido permanecer allí, a la espera de cualquier cosa. Miró la puerta del despacho con un sentimiento horrible en el pecho y subió las escaleras.Ya en su habitación, se hizo un ovillo en la cama, pensativa, y sin darse cuenta, una lágrima se derramó por su mejilla poco antes de quedarse dormida.Se despertó sintiendo un terrible resquemor en el estómago, no había comido nada la noche anterior, y es que con todo lo que estaba sucediendo en esa casa, el apetito se le había desaparecido. Se incorporó despacio, quejándose levemente y llevándose las manos a esa zona baja que ardía.De forma inesperada, le vinieron un par de arcadas, así que tuvo que correr al baño e hincarse de
— Indiana, Leandro, a mi despacho — ordenó él con las palpitaciones completamente disparadas. Se sentía rabioso, molesto, embargado de terror.Galilea se había ido hacía ya más de una hora y Benicio juró no saber más allá de lo que ella le había pedido, que la dejara en río y nada más; así que ahora mismo podría estar en cualquier sitio, lejos de él, muy lejos.Tan pronto rodeó el escritorio y se sentó en su silla con desgarbo, miró a ese par que esperaban en silencio del otro lado.— Las cosas aquí se pondrán un poco feas, así que voy a necesitar de ustedes y de su entera disponibilidad. ¿Puedo contar con ello?— Por supuesto que sí, patrón — respondió la muchacha. Allí llevaba viviendo desde que recordaba, pues desde que sus padres murieron y su madrina se hizo cargo de ella, solo conocía la hacienda y sus alrededores como único hogar. Le debía mucho al patrón.— Usted dirá, señor — secundó Leandro, quien también estaba muy agradecido con lo que él había hecho por su familia.Cristo
Una lágrima derramándose por su rostro era solo el resultado de horas de contención, y es que por más que el brasileño había estado tratando de pensar con claridad y así poder iniciar una exhausta búsqueda que tuviese el precio que fuese, no podía dejar de sentirse del modo en el que lo hacía, cargado de ira, fiero rencor.Después de colgar con el departamento policial de río y que le dijesen lo que ya sabía, que debía esperar veinticuatro horas para que esos ineptos pudiesen hacer algo al respecto, clavó las manos en la mesa de vidrio templado y negó con la cabeza, abatido, desconsolado.— ¿Tienes alguna idea de a donde podría haber ido? — preguntó en voz baja a su amigo, con la mirada empañada y la mandíbula contraída.— Hasta donde sé, Galilea no tiene a nadie, sus padres murieron cuando ella tenía dieciséis — musitó, sentado en uno de los sillones junto al comedor, también preocupado por su amiga.Eso Cristo lo sabía, por lo que no pudo evitar recordar todo lo que ella le había co