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Edmond escuchaba en silencio el zumbido de los neumáticos sobre la carretera contemplando no sólo el largo viaje que tenía por delante, sino también el próximo viaje a Oregón.

—No hacía falta que vinieras, ¿sabes?— dijo Ernest, interrumpiendo los pensamientos de Edmond.

—Pensé que querías que viniera,— Edmond miró hacia él.

—Quería usar tu coche. No dije que hiciera falta que tú vinieras en él.—

Edmond se encogió de hombros. —No es problema—.

—Parecía que Belinda quería que te quedaras con ella,— dijo Ernest como observación.

—Belinda esta de acuerdo,— suspiró Edmond. —Con casi todo.—

Ernest miró a Edmond con una ceja levantada. —Pero eso es bueno, ¿verdad?— preguntó con confusión.

Edmond miró sobre su hombro y vio que Anthony estaba sentado tranquilamente en la parte de atrás, con los ojos y oídos fijos en su padre. Y Edmond sabía que como se había echado una siesta en casa de Belinda, era muy poco probable que Anthony se fuera a dormir pronto.

Por lo tanto, —Sí,— fue todo lo que ofr
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